Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de las America
12 de diciembre
“María se encamin presurosa a un pueblo de las Montaas de Judea…” . Así
como un día María se encaminó presurosa a un pueblo de Judea –Ain Karim- a
visitar a Isabel; también hace 478 años que María se encaminó a nuestra tierra
mexicana… Los SIGLOS NO HAN PODIDO APAGAR EL ECO DE UNA PALABRA DE
AMOR Y DE ESPERANZA que resonó en el Tepeyac, las generaciones la han
transmitido a las generaciones como una herencia de nuestros mayores, como una
gloria purísima de nuestra raza. Hay algo que nunca podemos ni debemos olvidar:
es la gran promesa que a todos nos hizo María de Guadalupe en la persona de san
Juan Diego, el hombre de fe sencilla y profunda, el hombre obediente y servicial; el
evangelizador y catequista, el misionero, el mensajero de de María de Guadalupe.
Las promesas que María de Guadalupe le dijo a san Juan diego para nosotros…
son ¡cada palabra un tesoro!, ¡Cada palabra contiene amor y esperanza!:
«Juanito, Juan Dieguito»; el más pequeño de mis hijos, sabe y ten entendido
que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive.
Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y prodigar
todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y
a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen.
«Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta
y aflige. No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que
soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás, por ventura, en mi regazo?
Estas palabras encierran el misterio de nuestra predilección: ¡María es nuestra
Madre! ¡María es Madre singularmente amorosa de los mexicanos!
María es nuestra Madre porque lo fue de Cristo, y nos ama con el mismo amor
con que amó a su Hijo. El cristianismo es armonioso y bello, porque junto a la
figura de Cristo aparece la dulce, la tierna, la celestial figura de María... en el
corazón inmenso de maría todos los corazones caben, en él todos somos
predilectos; somos predilectos de María; el amor de María es como el de Dios, no
busca el bien ni la hermosura ni la grandeza, sino que busca hacer el bien a sus
hijos que tanto ama.
Que nobleza tan singular a la que nos ha elevado María; pero, también es
cierto que nobleza obliga; es decir, amor con amor se paga. María nos ama con
predilección, y nos quiere buenos y grandes: cristianos de peso completo, no
ignorantes y mediocres; nos quiere personas realizadas extraordinarias; nos quiere
felices.
Desde la cruz de Jesús, y desde la mirada de María, el dolor es en la tierra luz,
pureza y amor, fecundidad; vistos así los gozos y las alegrías, las angustias y
tristezas de nuestra vida, son fuente de purificación y engrandecimiento. María de
Guadalupe es nuestro consuelo. Bendita sea aquella que nos dijo en San Juan
Diego: quiero que me erija un templo para en él mostrar y prodigar todo mi amor,
compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a los demás
amadores míos que me invoquen y en mí confíen; es nada lo que te asusta y aflige.
No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu
madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás, por ventura, en mi regazo?
Grande es la promesa de la Virgen de Guadalupe, es un mundo de ternura y
de esperanza; pero nosotros la hemos quizá frustrado por nuestro olvido y nuestra
infidelidad; por nuestro olvido, ¡sí! Esa promesa debía sernos familiar: los niños
debían aprenderla en el regazo de su madre, y esas palabras amorosísimas de
María deberían ser las primeras que pronunciaran los labios mexicanos; todos
deberíamos llevar grabada esa promesa en nuestra memoria y en nuestro corazón
para que fuera nuestra fortaleza en la debilidad, nuestro consuelo en la tribulación,
nuestro gozo en la alegría, nuestra confianza en la vida y nuestra paz en la muerte.
María de Guadalupe debería ser para los mexicanos lo que era Jerusalén para
los Israelitas, el centro de sus pensamientos, de sus afectos y de su vida; como
ellos deberíamos repetir con la sinceridad y el amor de nuestra alma: ¡Péguese
nuestra lengua al paladar, si de Ti nos olvidáramos, si no te pusiéramos
constantemente en el principio de nuestras alegrías!
Pero no es así, nos olvidamos de María; ni conocemos, ni saboreamos su gran
promesa. ¡Somos ingratos! A nuestro olvido se añade nuestra infidelidad a Dios
Padre… a nuestra fe, a nuestra Iglesia.
El día en que los mexicanos seamos fieles al amor singular de la Virgen de
Guadalupe, el día en que esta Reina incomparable sea conocida y venerada y
amada en nuestra patria, el día en que nos decidamos a vivir como María, a querer
lo que ella, quiso y amar lo que ella amó…, María de Guadalupe cumplirá
plenamente su promesa, que brotó de sus labios purísimos, como un arrullo de
ternura y como un delicadísimo reproche de amor, ¡qué deliciosas palabras!: Oye,
hijo mío, lo que te digo ahora: no te moleste ni aflija cosa alguna, ni temas
enfermedad, ni otro accidente penoso, ni dolor. ¿No estoy aquí yo que soy tu
madre? ¿No estás debajo de mi sombra y amparo? ¿No soy yo vida y salud? ¿No
estás en mi regazo y corres por mi cuenta? ¿Tienes necesidad de otra cosa?
¡Madre! ¡Madre de Guadalupe! guardaremos tus palabras de cielo en lo intimo
de nuestras almas y allí gustaremos su siempre antigua y siempre nueva suavidad.
No temeremos ya. No desconfiaremos jamás de tu protección celestial y de tu amor
inmenso. Aunque todo se levante contra nosotros y el mundo se hunda en horrible
cataclismo, nosotros confiaremos en Ti, y abandonados en tu regazo, dormiremos
tranquilos el sueño de la paz, el sueño del amor; ¡porque estás con nosotros Tú,
que eres la dulce, la santa, la amorosa Madre nuestra!
Virgen María de Guadalupe, Madre del verdadero Dios por quien se vive,
Paloma mía, que anidas en los huecos de la peña, en las grietas del barranco;
déjame ver tu figura. Déjame escuchar tu voz, permíteme ver tu rostro, porque es
muy dulce tu hablar y gracioso tu semblante.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)