Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Objeción de conciencia
Esta semana se nos presenta el conflicto entre la ley natural y la ley positiva en la pregunta
que los fariseos presentan a Jesús: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la
ley?” Es decir, quién está primero, la ley de Dios o la ley de los hombres.
Los griegos ya se habían planteado el problema y llegaron a vislumbrar que una persona
tenía el derecho a desobedecer un mandato jurídico apelando a sus principios éticos o
religiosos, como lo vemos en la tragedia griega, Antígona , de Sófocles. Creonte prohibió
dar sepultura al cadáver de Polinice, hermano de Antígona, cosa que era un deber sagrado.
Esta heroína fue de noche a enterrarlo y por desobedecer la condenaron a la muerte, pero no
menoscabó su conciencia.
Otro caso emblemático de objeción de conciencia lo hallamos en la respuesta que los
apóstoles Pedro y Juan dieron a los sumos sacerdotes Anás y Caifás cuando les prohibieron
predicar el nombre de Jesús en el templo. Pedro les contestó: “Hay que obedecer a Dios
antes que a los hombres” (Hechos 5,29).
Los países se rigen por una Constitución y una serie de leyes y normas que pretenden
garantizar la sana convivencia haciendo posible cohabitar de modo sereno y tranquilo. El
derecho es bueno y necesario, sin embargo, la ley positiva no puede excederse en sus
facultades y debe mantenerse subordinada a la ley natural si no quiere convertirse en
verdugo de los mismos que la obedecen. Además de que las leyes humanas no son perfectas
y requieren del sentido común y de una buena dosis de misericordia en su aplicación, es
decir, que es lícita la epiqueya, por ejemplo cuando nos pasamos la luz roja a media noche.
En la actualidad se reconoce la objeción de conciencia de la persona, pero no siempre
sucede lo mismo con el derecho de las instituciones como son los colegios, las
universidades o los hospitales; de negocios, como farmacias u hoteles; o de organismos
públicos como el congreso o el senado. Se hace hoy imperativo defender la objeción de
conciencia de la persona y de las instituciones para no caer en un estado totalitario, donde
sólo vale lo políticamente correcto en detrimento de los valores fundamentales del ser
humano.
Cristo fustigó a los leguleyos que por cumplir las leyes humanas dejaban de lado la ley de
Dios, la ley del amor. Apegados a la letra cometían atropellos e injusticia. Quedarse en la
legalidad, ignorando la ley de Dios, es una temeridad. En la literatura clásica vemos que un
pagano como Sófocles pareciera más humano que algunos de nuestro tiempo.
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