XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Domund de la esperanza
La actualidad del mundo reclama nuestra atención sobre los acontecimientos
importantes que este fin de semana constituyen grandes centros de interés para
nuestro entorno vital y permiten celebrar un día del Domund marcado por la
esperanza.
En España la banda terrorista ETA ha comunicado el cese definitivo de lo que ella
denomina “la actividad armada”, la cual no ha sido más que la terrible tragedia
provocada por unos criminales que durante 51 años han asesinado brutalmente a
casi 857 personas, han provocado miles de heridos y mutilados y han secuestrado a
noventa personas. Bienvenida sea semejante declaración por lo que tiene de “final”
de una inútil y dañina barbarie, pues con semejante trayectoria los etarras no han
conseguido nada más que muerte y sufrimiento en vano. Es probable que dicha
declaración nazca más de la necesidad provocada por un debilitamiento de la banda
en el que han intervenido múltiples factores de las instituciones democráticas, que
de una convicción moral frente al mal que ellos han provocado, generando un
inmenso número de víctimas que no podemos ni debemos olvidar jamás, aunque
ellos ni las mencionen en su declaración. Con todo, lo importante es que ahora
tendremos una vida democrática en paz y sin temor a ese terrorismo organizado.
Por tanto, a pesar de todo, que ya es bastante, estamos de enhorabuena.
En Bolivia la marcha de los indígenas del TIPNIS ha llegado hasta la ciudad de La
Paz, donde deberán entablar un diálogo con Evo Morales acerca de la compleja
situación en que se encuentra el conflicto entre las partes por causa del proyecto
gubernamental de la construcción de una carretera que afecta directamente a la
población indígena del entorno de dicho parque natural, de altísimo valor ecológico
y medioambiental. Hasta el momento no hay ni diálogo ni solución, sino represión
policial con gases lacrimógenos en la plaza Murillo de la capital boliviana.
Esperemos que el diálogo se lleve a cabo y sea fecundo.
Por otra parte la muerte de Gadafi en Libia a manos de los rebeldes marca el final
de una lucha por la libertad y la apertura de un proceso democrático que debe ir
abriéndose en este país árabe norteafricano.
Además, esta semana ha estado dedicada a la reflexión sobre la pobreza en el
mundo: la pobreza alarmante y de carácter estructural que genera muerte por
doquier como consecuencia de la injusticia y del reparto desigual de la riqueza y de
los recursos del planeta. Los datos de esa pobreza siguen siendo escalofriantes:
más de 800 millones de pobres padecen desnutrición profunda, 1100 millones de
personas sobreviven con menos de 1 dólar diario, cuarenta mil personas mueren
diariamente por no tener alimentos. Erradicar la pobreza era el primero de los
buenos propósitos formulados por los jefes de gobierno del mundo en el año 2000,
pero el problema ha ido evolucionando en la dirección contraria. Enrique Yeves,
director de la FAO en España, ha declarado estos días que "falta voluntad política"
para acabar con el hambre en el mundo, a pesar de que "sabemos qué hay que
hacer".
Estando así algunas de las cosas de nuestro mundo, la llegada de inmigrantes a
España, procedentes de África, a través de la costa mediterránea y de Murcia, pone
de relieve la situación lamentable de miseria en la que se encuentra la inmensa
mayoría de los pueblos africanos, pues a pesar de la gran crisis económica de la
vieja Europa y particularmente de España, ésta sigue siendo todavía un destino de
la inmigración.
Y en medio de todos estos acontecimientos, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de
las Misiones (Domund 2011) para tomar conciencia de la identidad esencialmente
misionera de toda la Iglesia, avivar el ejercicio de la caridad como “el alma de toda
actividad misionera” (Benedicto XVI), e implicar a todos los miembros de la Iglesia
en la oración, el sacrificio y la cooperación económica por las misiones.
Es un buen momento para dar gracias a Dios por la ingente actividad
evangelizadora de la Iglesia en el mundo, desarrollada particularmente por todos
los misioneros y misioneras, laicos, religiosos y sacerdotes, que dedican por entero
su vida a la misma causa de Jesús de Nazaret, trabajando con la fuerza del Espíritu
especialmente en los países pobres y en lugares recónditos de la tierra. Ellos son el
testimonio más patente de la dimensión misionera de todo cristiano, que desde el
bautismo se convierte en testigo comprometido de la fe y del amor de Dios. Sin
embargo, las situaciones sociales y políticas y las circunstancias generalmente
adversas en que se desarrolla la acción misionera específica en las regiones
sumidas en la miseria atroz de la pobreza, pueden suscitar hoy la toma de
conciencia y de compromiso personal ante los graves problemas que afectan a
nuestro mundo así como la solidaridad y el apoyo, espiritual y material, a los
misioneros y misioneras.
En este domingo el libro del Éxodo nos revela al Dios liberador y compasivo que, al
propiciar la salida del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, genera un nuevo
estilo de vida con nuevas formas de conducta plasmadas en normas reguladoras de
las relaciones sociales propias de un pueblo libre y solidario. A este código de la
Alianza pertenecen también los preceptos que orientan la actitud y el
comportamiento con los extranjeros y con los pobres: “No oprimirás ni vejarás al
emigrante... Si prestas dinero a un pobre que habita contigo no serás con él un
usurero cargándole intereses” (Éx 22,20.25). A tenor de este primer texto de la
legislación bíblica sobre el emigrante y sobre el pobre, se puede sostener
firmemente que los inmigrantes no pueden ser objeto de abuso, de vejación
alguna, de extorsión ni de persecución, y mucho menos aún se puede aceptar la
legitimación de las medidas de exclusión y de persecución en ningún Estado que
pretenda respetar los derechos humanos y sociales. Asimismo debe servir esta
lectura bíblica para iluminar la realidad social de la pobreza del mundo a la que
hemos aludido al comienzo de la reflexión.
Al Dios liberador que se manifiesta en contra de todo tipo de explotación del ser
humano, de los pobres, de los emigrantes, de las mujeres, de las viudas y de los
huérfanos, es a quien Jesús invoca como Padre. El evangelio de Mateo presenta en
la polémica de Jesús con los fariseos y en el templo mismo de Jerusalén la novedad
de la enseñanza de Jesús, la cual no consiste sólo en referir la excelencia de los
mandamientos del amor a Dios (Dt 6,5) y del amor al prójimo (Lv 19,18), sino en
haberlos unido y asimilado haciendo de cada uno de ellos el criterio de verificación
del otro (Mt 22,34-40), de modo que es del todo impensable una experiencia
cristiana que prescinda o descuide alguna de estas dos dimensiones.
En el texto de Pablo (1 Tes 1,5-10), éste, agradecido a Dios, recuerda que los
creyentes han acogido el mensaje del Evangelio y ellos mismos se han convertido
en un Evangelio viviente por su acogida de la Palabra de Dios y por su testimonio
eficaz en todas partes, pues han abandonado el culto a los ídolos para servir al
Dios vivo y verdadero, que resucitando a Jesús de entre los muertos ha abierto
para el mundo el camino definitivo de la liberación y de la esperanza.
En los múltiples frentes de actuación que tenemos ante nosotros es importante que
los cristianos, conscientes de nuestra identidad misionera y que el mensaje del
Evangelio es una palabra para transformar el mundo, por amor a Dios y al prójimo,
trabajemos por la promoción y el apoyo de los planteamientos sociales y políticos
que en todo lugar de la tierra favorezcan las condiciones sociales de los últimos, de
los pobres y de los hambrientos, de los inmigrantes y de los niños, y sobre todo el
desarrollo de los países empobrecidos. De este modo contribuiremos con nuestra
acogida del Evangelio a reorientar el rumbo del mundo abriendo horizontes de
esperanza y consolidando caminos de dignidad, de libertad y de justicia para toda
la familia humana.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura