I Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Miércoles
Mc 1, 29-39
Curó a muchos enfermos de diversos males . “Llegada la tarde, hemos
escuchado en el evangelio de san Marcos, después de la caída del sol, se le
presentaban todos los enfermos y los posesos, y la ciudad entera estaba
congregada a la puerta. Y curó a muchos enfermos afligidos de diversos males y
expulsó a muchos demonios» (Mc 1, 32).
En este breve texto vemos varios casos: en concreto, el de la suegra de
Simón; y otros generales, los que curó que le traían de todo el pueblo. Pero en uno
y en otro caso, se muestra la compasión de Cristo hacia los enfermos como un
signo de que “Dios ha visitado a su pueblo” (cf. Lc 7,16) y de que el Reino de Dios
está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de
perdonar los pecados (cf. Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y
cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (cf. Mc 2,17).
Jesús no deja lugar a dudas: Dios, cuyo rostro él mismo nos ha revelado, es el
Dios de la vida, que nos libra de todo mal. Los signos de este poder suyo de amor
son las curaciones que realiza: así demuestra que el reino de Dios está cerca,
devolviendo a hombres y mujeres la plena integridad de espíritu y cuerpo. Digo que
estas curaciones son signos: no se quedan en sí mismas, sino que guían hacia el
mensaje de Cristo, nos guían hacia Dios y nos dan a entender que la verdadera y
más profunda enfermedad del hombre es la ausencia de Dios, de la fuente de
verdad y de amor.
La reconciliación con Dios puede darnos la verdadera curación, la verdadera
vida, porque una vida sin amor y sin verdad no sería vida. El reino de Dios es
precisamente la presencia de la verdad y del amor; y así es curación en la
profundidad de nuestro ser. Por tanto, se comprende por qué su predicación y las
curaciones que realiza siempre están unidas. En efecto, forman un único mensaje
de esperanza y de salvación.
Gracias a la acción del Espíritu Santo, la obra de Jesús se prolonga en la
misión de la Iglesia. Mediante los sacramentos es Cristo quien comunica su vida a
multitud de hermanos y hermanas, mientras cura y conforta a innumerables
enfermos a través de las numerosas actividades de asistencia sanitaria que las
comunidades cristianas promueven con caridad fraterna, mostrando así el
verdadero rostro de Dios, su amor.
Oremos por todos los enfermos, especialmente por los más graves, que de
ningún modo pueden valerse por sí mismos, sino que dependen totalmente de los
cuidados de otros: que cada uno de ellos experimente, en la solicitud de quienes
están a su lado, la fuerza del amor de Dios y la riqueza de su gracia, que nos salva.
Que María, Salud de los enfermos, ruegue por nosotros.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)