I Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Viernes
Mc 2, 1-12
El Hijo del hombre tiene poder para perdonar los pecados . El pecado es el
intento de la criatura humana de querer llegar a ser dios en contra de Dios y de sus
amorosos designios. Este intento implica la desconfianza en que Dios quiera el bien
para ella, implica el rechazo de la invitación que Dios le hace a participar de su
comunión divina de amor, implica el rechazo de participar de su misma naturaleza
divina en comunión con Dios.
El pecado rompe el vínculo y comunión del creyente con Aquel que es el
fundamento de su mismo ser y existencia, fuente de su amor y felicidad. Como
consecuencia, la criatura humana se quiebra interiormente al rechazar su verdadera
identidad, aquello que ella es.
“El que peca, a sí mismo se hace daño” (Eclo 19,4). Quien quiere hacerse dios
rechazando a Dios, a sí mismo se destruye. El pecado es un acto suicida. Quien por
una u otra razón, ya sea consciente o inconscientemente, saca a Dios de su vida
cotidiana, se aliena él mismo: se torna en un extraño para sí mismo porque pierde
de vista su verdadera identidad, ya no sabe quién es, cuál el sentido verdadero de
su existencia, cuál su último destino. Apartándose de Dios el ser humano termina
apartándose de sí mismo, dimitiendo de su humanidad, renunciando a su verdadera
grandeza. Termina roto, quebrado, frustrado.
Fruto de esa ruptura interior es la falta de armonía y paz interior que
experimenta. Además, la guerra y tensión que vive en su interior inmediatamente
se irradian hacia el exterior, afectando y quebrando sus relaciones con los demás:
conflictos, abusos, atropellos, injusticias, asesinatos, venganzas, son algunas de las
expresiones de la ruptura que vive con los demás, fruto de su ruptura con Dios y de
su propia ruptura interior. Toda esta situación de ruptura, toda esta división interior
y exterior, todo el odio, el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, la soledad, el mal,
la muerte, son frutos amargos del pecado del hombre, del pecado de nuestros
primeros padres y de nuestro pecado personal, el tuyo y el mío.
Ante la realidad de mi pecado, Cristo, el Hijo del Padre, ha pronunciado y está
siempre dispuesto a pronunciar unas palabras tremendas: “Hijo, tus pecados te son
perdonados”. En efecto, en Cristo, por el perdón de nuestros pecados, Dios nos
reconcilia con Él, con nosotros mismos, con nuestros hermanos humanos y con la
creación toda, Dios hace de nosotros hombres y mujeres nuevos, si nosotros
queremos…
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)