Comentario al evangelio del Miércoles 26 de Octubre del 2011
A los que aman a Dios todo les sirve para el bien
Siempre me han dejado pensativo estas palabras de la carta a los Romanos (8, 28): "A los que aman a
Dios todo les sirve para el bien". Me han venido a la memoria, como a tanta gente, cuando he
encontrado alguna adversidad.
Pero es fácil intuir que hay algo más profundo en esa afirmación. Es una promesa consoladora y un
encargo. "Los que aman a Dios colaboran activamente en función del bien". Trabajar por el bien
encierra una gratificación que, en algún momento, aflora. Enlazando con las reflexiones de los dos días
anteriores, trabajar por el bien es "dejarse llevar por el Espíritu", reconociendo este mundo fecundado
por el Reino de Dios. Hemos sido escogidos para esta misión, como reflejos del Hijo, como hijos e
hijas.
Cada cual tiene la inmensa fortuna de mostrar el rostro de Dios, rostro de bien que anticipa el cara a
cara con Él. Igualmente, todo el que se sabe hijo o hija de Dios anhela entrar en el banquete de su
Reino, con el esfuerzo necesario, por el camino del don. En este anhelo se sitúa la pregunta sobre el
número de aquellos que van a ser admitidos al banquete. Quizá fuera una duda normal en el contexto
fariseo de aquel tiempo y se ha podido extender a otros tiempos. Incluso hoy puede haber quien busque
una respuesta precisa para hacer cálculos sobre su salvación y la del resto de los mortales. Sin
embargo, Jesús no da una solución matemática. La salvación no es cuestión estadística, para
determinar quién queda incluido y quién excluido, por porcentajes o por aproximación.
Jesús responde aludiendo al compromiso con una cruda seriedad, la de la "puerta estrecha". Parece
como si Jesús quisiera espantar al curioso que le pregunta con malicia. Incluso se puede interpretar que
Jesús quiere decir que serán pocos los que puedan salvarse. No. No echemos cuentas. Si no se
entienden bien estos versículos de Lucas —o no se quieren entender—, acudamos a Mateo 25, 31-46
—juicio final— para comprender cómo se atraviesa —o no— la "puerta estrecha". Y también,
personalizando la fe, a Mateo 7,5: "Sácate primero la viga que tienes en el ojo, y luego podrás ver bien
para sacarle a tu hermano la paja que lleva en el suyo”. Atravesar la "puerta estrecha" exige
desprenderse de la viga o las vigas propias, que pesan y hacen tambalearse, que ciegan e impiden
encontrar el quicio. La hazaña de cruzar esa "puerta", la suelen hacer algunos últimos, venidos de
oriente y de occidente, del norte y del sur… ¿Serás tú de los primeros… que aman a Dios?
Luis Angel de las Heras, cmf