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La hipocresía piadosa
Domingo 31º del Tiempo ordinario. Mt 23,1-12
30 de octubre de 2011
Tiene una dureza el evangelio de este domingo que lo hace bronco, pero que hay que entender en
su debido contexto. El delito que Jesús delata y condena drásticamente con tintes inusuales en Él, no es
otro que la hipocresía de los grupos más relevantes de Israel (saduceos y fariseos), es decir, el haberse
apropiado de una tradición religiosa que en absoluto vivían, aunque eran terribles en exigir su
cumplimiento formal.
Porque, faltando la razón y el sentido de cuanto se hace, y sobre todo faltando ese gran Tú –con
mayúsculas– por quien uno vive y se desvive, es fácil reducir la religión a una especie de "código de
circulación" pietista y moralista, pero no algo apasionante que da vida, que pone gusto por las cosas y las
gentes. Una religiosidad así es realmente agobiante, triste, que asfixia la esperanza y amordaza la libertad.
Cuando Jesús veía en qué se había convertido, o mejor, en qué se había pervertido la enseñanza de
la ley de Moisés y los profetas, aquella liberación de todas las esclavitudes desde una relación con Dios
llena de comunión, de ternura y misericordia, se comprende que la emprendiera así con quienes habían
gestado los cambios y los recambios tan torpemente.
Era la hipocresía de saber muchas cosas de Dios... pero no saber ya a lo que sabe Dios; era la
hipocresía de ser experto en un Dios por el que no late diariamente el corazón de sus presuntos seguidores;
era la hipocresía de hacer proclamas sobre Dios, que por no estar respaldadas por gestos de amor y de
justicia, no generan esperanza en los que más desesperanzados están; era la hipocresía de amenazar y
acorralar a los demás con la Verdad de Dios como excusa, estando ellos instalados en el paripé de los
honores y las reverencias, en el escaparate de los banquetes y en la mentira cotidiana.
Esta hipocresía señalada por Jesús, esta acusación suya, colmará el vaso de los fariseos y le
pondrá en las puertas de su pasión y su muerte. Era, sin duda alguna, un ataque demasiado evidente y
demasiado público como para que el maestro Jesús siguiera paseando su Palabra y su Persona... sin más.
Había que quitarlo de en medio cuanto antes. Poco a poco se había ganado a pulso esta "peligrosidad"
propia de alguien que quiere vivir de verdad y en la Verdad, en medio de un ambiente que estaba dominado
por otra gente, más proclive a la apariencia y a la galería.
No obstante, también para nosotros cristianos, hay una fortísima llamada a examinarnos sobre
nuestra vivencia de fe en el Señor y sobre nuestra con-vivencia de caridad con los hermanos hombres. Ya
que el término "fariseo" ha pasado a ser un adjetivo maldito del que no estamos exentos los cristianos.
Pues sería tremendo que el Señor tuviera que decir incluso de nosotros aquel reproche de «haced y
cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen» (Mt 23, 3).
¿O acaso no somos precisamente nosotros, los cristianos, –tantas veces también– sospechosos de
desmentir con la vida esa verdad que nuestros labios cantan y nuestros rezos imploran?
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo