Festividad de Todos los Santos 1 de Noviembre de 2011
“Vi. una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar… vestidos con
vestiduras blancas”
Celebramos hoy la fiesta de Todos los Santos. ¿Quiénes son esos “Todos”? La
respuesta más lógica es que todos son todos. Parece una simpleza, pero en la
práctica no lo es tanto, pues de hecho, para la gran mayoría de cristianos “Todos”
equivale, solamente, a unos cuantos: los canonizados, los que veneramos en los
altares.
¿Quiénes son los santos? La primera lectura nos habla de “una muchedumbre
inmensa, que nadie puede contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie
delante del trono del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las
manos.” (Apc 7,9) Ya no son solos los que destacaron en sus vidas con “virtudes
heroicas”, sino los que en su vida normal y sencilla se desvivieron por los demás,
vencieron todo egoísmo, perdonaron siempre, haciendo de sus vidas una
manifestación de los valores trascendentes, porque tenían conciencia efectiva de
ser hijos de Dios, siguiendo cada uno a Cristo desde su propia circunstancia y
talante; desde su raza y su lengua, en los días felices y cuando el dolor se hacía
presente; en la soledad del claustro o en el vértigo de la ciudad; en la buena o en la
mala salud. La llamada a la santidad es universal, es para todos.
Ser santo es saberse hijo de Dios, llamar con la vida, no solo con la lengua, a Dios
como Padre, lo que significa una confianza amorosa en El, querer estrechar con los
hombres unos lazos de hermandad, para todos juntos, poder invocarlo como Padre.
Abrirse a su amor cultivando el contacto con El en la oración.
Ser santo es vivir con la limpieza de corazón suficiente como para caminar por la
vida sin segundas intenciones, ofreciendo sinceridad, confianza y mano tendida a
todos.
Ser santo es sentir el dolor de los demás, la preocupación del desempleo y demás
situaciones angustiosas que se dan en nuestra sociedad, y solidarizarse con quienes
lo sufren para paliar su necesidad y trabajar para que los responsables tengan una
mentalidad menos lucrativa y más social.
Ser santo es ofrecer nuestra amistad a quien se encuentra solo, ser capaz de
temblar cuando se descubre la incomunicación que nuestro mundo masificado nos
transmite y contagia a través de sus aparatos.
Ser santo es no aceptar la violencia a la que nos lleva la competición, el odio que
despierta en nosotros la separación de los hombres con barreras económicas,
sociales, religiosas, raciales, nacionales. Ser santo es buscar la superación de todas
las situaciones negativas que produce el sufrimiento en los hombres.
No se trata, por tanto, de “virtudes heroicas”. En el Evangelio tenemos el camino de
la santidad, el camino de las Bienaventuranzas, actitud básica del cristiano: la
apertura a Dios, la humildad del que sabe que de El viene la salvación, la
disponibilidad, la pureza de corazón, la misericordia, los sentimientos de paz, el
hambre de justicia, la entereza ante la persecución.
La santidad es radicalmente un don gratuito de Dios. Para san Pablo el adjetivo
“santo” no se refiere a valores o cualidades morales sino únicamente a la
pertenencia a Cristo que, desde luego, impone ciertos límites al marco en que se
mueve la conducta del interesado. La santidad es don de Dios, pero exige la
respuesta generosa y entusiasmada del hombre por la fidelidad al propio deber, la
fortaleza ante las tentaciones y las adversidades, la entrega desinteresada a los
demás, el celo misionero, la vida de oración y de los sacramentos. Son los
componentes propios de la santidad, cultivada en el seno de la Iglesia, comunidad
de Santos, y durante toda la vida.
Hoy es la gran fiesta de Cristo. Es la expresión de su éxito: el que a los largo de los
siglos tantos millones de personas hayan creído en El y hayan aceptado, con
sencillez y generosidad, su plan de vida. Parece que fracasó, pero hoy celebramos
precisamente su triunfo, en el triunfo de sus miembros. El Evangelio lo han vivido,
lo han hecho historia. Hoy es la fiesta del “Cristo total”, de la Iglesia con su Esposo
y Cabeza, Cristo.
Celebremos, con gozo y acción de gracias la gracia y el amor de Dios, que es
germen y semilla de todo lo noble y bueno y justo y hermoso que abunda en la
vida. Que el Dios que llenó a los santos tan plenamente, nos llene también a
nosotros y llegue a ser, de verdad, el sentido y el anhelo más hondo de nuestras
vidas.
Joaquin Obando Carvajal