Natividad del Señor, Misa del día (Año Par)
Jn 1,1-18
Aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. “Al principio
era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. El estaba al principio en
Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha
sido hecho” (Jn 1, 1-3). “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos
visto su gloria, como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,
14)... “Estaba en el mundo y por Él fue hecho el mundo, pero el mundo no lo
conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron” (Jn 1, 10-11). “Mas a
cuantos le recibieron les dio poder de venir a ser hijos de Dios: a aquellos que
creen en su nombre; que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad
de varón, sino de Dios, son nacidos” (Jn 1, 12-13). “A Dios nadie lo vio jamás; el
Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer” (Jn 1, 18).
Él que “se hizo carne”, es decir, hombre en el tiempo, es desde la eternidad el
Verbo mismo, es decir, el Hijo unigénito: el Dios “que está en el seno del Padre”. Es
el Hijo “de la misma naturaleza que el Padre”, es “Dios de Dios”. Del Padre recibe la
plenitud de la gloria. Es el Verbo por quien “todas las cosas fueron hechas”. Y por
ello todo cuanto existe le debe a Él aquel “principio” del que habla el libro del
Génesis (cf. Gén 1, 1), el principio de la obra de la creación. El mismo Hijo eterno,
cuando viene al mundo como “Verbo que se hizo carne”, trae consigo a la
humanidad la plenitud “de gracia y de verdad”. Trae la plenitud de la verdad porque
instruye acerca del Dios verdadero a quien “nadie ha visto jamás”. Y trae la
plenitud de la gracia, porque a cuantos le acogen les da la fuerza para renacer de
Dios: para llegar a ser hijos de Dios. Desgraciadamente, constata el Evangelista, “el
mundo no lo conoció”, y, aunque “vino a los suyos”, muchos “no le recibieron”.
El corazón cristiano late de emoción y de amor al pensar en el instante
inefable, en el que el Verbo se hizo uno de nosotros: et Verbum caro factum est. “Y
el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como
de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 12 ss.).
El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: "Dios nos amó
y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). “El
Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo” (1 Jn 4, 14). “El se manifestó
para quitar los pecados” (1 Jn 3, 5): Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada;
desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdida la posesión
del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacia
falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador;
prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos
razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar
hasta nuestra naturaleza humana para visitarla ya que la humanidad se encontraba
en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa, or. catech.
15; Cfr. CIgC 457).
El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: “En
esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo
único para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 9). “Porque tanto amó Dio s al
mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino
que tenga vida eterna” (Jn 3, 16; Cfr. CIgC 458)
El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: “Tomen sobre
ustedes mi yugo, y aprendan de mí...” (Mt 11, 29). “Yo soy el Camino, la Verdad y
la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la
transfiguración, ordena: “Escúchenle (Mc 9, 7; cf. Dt 6, 4-5). El es, en efecto, el
modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: “Ámense los unos a los
otros como yo los he amado” (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la
ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34; Cfr. CIgC 459).
El Verbo se encarnó para hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2 P 1,
4): “Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios,
Hijo del hombre: Para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir
así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios” (S. Ireneo, haer., 3, 19, 1).
“Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios” (S. Atanasio, Inc., 54,
3). “El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos participantes de su divinidad,
asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a
los hombres”) (Santo Tomás de A., opusc 57 in festo Corp. Chr., 1; CIgC 460).
Así, pues, según el prólogo del Evangelio de Juan, Jesucristo es Dios porque es
Hijo unigénito de Dios Padre. El Verbo. El viene al mundo como fuente de vida y de
santidad. Verdaderamente nos encontramos aquí en el punto central y decisivo de
nuestra profesión de fe: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)