30 de diciembre, Sexto día dentro de la octava de Navidad
Lc 2,36-40
Ana habla del Niño a los que aguardaban la liberación de Israel . Según la ley
mosaica, María y José llevan al niño Jesús al templo de Jerusalén para ofrecerlo al
Señor (cf. Lc 2, 22). Simeón y Ana, inspirados por Dios, reconocen en aquel Niño al
Mesías tan esperado y profetizan sobre él. Estamos ante un misterio, sencillo y a la
vez solemne, en el que la santa Iglesia celebra a Cristo, el Consagrado del Padre,
primogénito de la nueva humanidad.
Al llevar a su Hijo a Jerusalén, la Virgen Madre lo ofrece a Dios como
verdadero Cordero que quita el pecado del mundo; lo pone en manos de Simeón y
Ana como anuncio de redención; lo presenta a todos como luz para avanzar por el
camino seguro de la verdad y del amor. Estas personas justas y piadosas,
envueltas en la luz de Cristo, pueden contemplar en el niño Jesús “el consuelo de
Israel” (Lc 2, 25). Así, su espera se transforma en luz que ilumina la historia.
Ahora pongamos nuestra mirada en la profetiza Ana, mujer sabia y piadosa,
que interpreta el sentido profundo de los acontecimientos históricos y del mensaje
de Dios encerrado en ellos. Por eso puede “alabar a Dios” y hablar “del Niño a todos
los que aguardaban la liberación de Jerusalén” (Lc 2, 38). Su larga viudez, dedicada
al culto en el templo, su fidelidad a los ayunos semanales y su participación en la
espera de todos los que anhelaban el rescate de Israel concluyen en el encuentro
con el niño Jesús.
Ana encuentra y reconoce, honra y habla del Niño. Así de sencillo y así de
grandioso. Como cuando Jesús, más tarde, no hace más que hablar del Reino, orar
y dar gracias a su Padre Dios. Lo de Ana es la sencillez, el amor, la fe y la fidelidad,
busquemos nosotros hacer lo mismo.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)