III Domingo del Tiempo Ordinario (Año Par)
Jueves
Mc 4, 21-25
La medida que se use para tratar a los demás, se usará para si mismo .
¡Tenemos derecho a ser tratados como merece vuestra dignidad de personas e
hijos de Dios! Pero, al mismo tiempo, ¡tenemos el deber de tratar a los demás de
igual modo!, es decir, “Lo que no desees para ti, no lo hagas con los demás”
(Tobías 4, 15).
Esto exige que seamos afables, hospitalarios, sinceros en nuestras palabras y
en nuestro corazón, prudentes y discretos, generosos y disponibles para el servicio,
capaces de ofrecer personalmente y de suscitar en todos relaciones leales y
fraternas, dispuestos a comprender, perdonar y consolar.
Por tanto, evitemos ser encerrados en sí mismos, huraños e incapaces de
mantener relaciones normales y serenas con los demás.
Nosotros, como seres humanos no podemos vivir sin amor. No estamos
hechos para permanecer para sí mismos, nuestra vida está privada de sentido si no
se nos revela el amor, si no nos encuentra con el amor, si no lo experimentamos y
lo hacemos propio, si no participamos en amor vivamente”.
El amor de Cristo, derramado en nuestros corazones, nos impulsa a amar a los
hermanos y hermanas hasta asumir sus debilidades, sus problemas, sus
dificultades; en una palabra, hasta darnos a nosotros mismos, como nos gustaría
que sucediera en nuestra vida.
Cristo da a la persona dos certezas fundamentales: la de ser amada
infinitamente y la de poder amar sin límites. La convivencia consiste
fundamentalmente en la misericordia. Así, de esta manera tangible, visible, Jesús
nos manifiesta a Dios como amor incondicional por el hombre y la vida de todo
hombre. La Iglesia mira a los hombres con la misma ternura y con la misma
libertad con la que Jesucristo actúa, que no es otra que la libertad para amar al
hombre, la que refleja el rostro de Dios. Mira a los hombres con la misma
misericordia de Jesucristo y, a partir de ahí, les abre la esperanza de que todas las
cosas pueden empezar siempre de nuevo y reemprenderse el camino que tiene en
Dios una meta cierta: la del triunfo sobre toda violencia y toda muerte.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)