IV Domingo del Tiempo Ordinario (Año Par)
Miércoles
Mc 6, 1-6
Todos honran a un profeta, menos los de su tierra . El evangelio de hoy nos
sitúa ante el desafío de incredulidad, rebeldía y rechazo. Nos sitúa ante un pueblo
que no quiso escuchar a Jesús, con el pretexto de que lo conocía, cuestionaban su
origen y se cerraron a su predicación.
Así pues, Jesús, no es bien recibido en su propia tierra. Sus compatriotas, sus
familiares pasan gradualmente de la admiración, a la desconfianza y, finalmente, al
desconcierto: “¿Dónde aprendió este hombre tatas cosas? ¿De dónde le viene esa
sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es este el carpintero el hijo de
María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven entre nosotros sus
hermanas? Y estaban desconcertados”. Creían conocerle desde pequeño. Todos le
juzgan con criterios humanos, según la carne; lo ven como a uno más de ellos.
Todo esto sucedió en la Sinagoga de su pueblo. Nos recuerda lo que San Juan nos
dice en el prólogo de su evangelio: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”
(Jn 1, 11). Lo que pudo ser una ventaja para creer que la sabiduría le venía de
Dios, para ellos se convirtió en un obstáculo. Entonces, ¿qué más podían esperar de
Él?
Los ojos de muchos suelen estar cerrados para el bien que no hace ruido, que
no se hace público; así que, como no sabían de dónde le venía tanta sabiduría,
juzgaban que nada debía esperarse de Él. Y concluye San Marcos: “Y no pudo hacer
allí ningún milagro, sólo curó a unos enfermos imponiéndole las manos”. Jesús se
extraña de la incredulidad de aquella gente. Y es que la falta de fe niega todas las
posibilidades de conversión, porque la fe es la puerta a todo lo demás, a todo lo
que sigue: “Basta que tengas fe” le dijo Jesús a Jairo (Mc 5, 36).
Hermanos, el Hijo de Dios: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron, pero
a todos los que lo recibieron les dio poder llegar a ser hijos de Dios a los que creen
en su nombre” (Jn 1, 11-12), es decir, en su persona. Así pues hay que recibirlo,
Jesús viene a tu encuentro: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi
voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,
20).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)