V Domingo del Tiempo Ordinario (Año Par)
Viernes
Mc 7, 31-37
Hace oír a los sordos y hablar a los mudos. Como tantos otros episodios de
curación, este testimonia la llegada, en la persona de Jesús, del reino de Dios. En
Cristo se cumplen las promesas mesiánicas anunciadas por el profeta Isaías: “Los
oídos del sordo se abrirán, (...) la lengua del mudo cantará” ( Is 35, 5-6). En él se
ha abierto, para toda la humanidad, el año de gracia del Señor (cf. Lc 4, 17-21).
“¡Effetá!, ¡ábrete!” ( Mc 7, 34). Esta palabra, pronunciada por Jesús en la
curación del sordomudo, resuena hoy para nosotros; es una palabra sugestiva, de
gran intensidad simbólica, que nos llama a abrirnos a la escucha de Dios y del
prójimo. En efecto, Jesús se dirige a este hombre para restituirle la capacidad de
abrirse al Otro y a los demás, con una actitud de confianza y de amor gratuito. Le
ofrece la extraordinaria oportunidad de encontrar a Dios, que es amor y se deja
conocer por quien ama. Le ofrece la salvación.
Por tanto, los milagros, por tanto, son “para el hombre”. Son obras de Jesús
que, en armonía con la finalidad redentora de su misión, restablecen el bien allí
donde se anida el mal, causa de desorden y desconcierto. Quienes los reciben,
quienes los presencian se dan cuenta de este hecho, de tal modo que, según
Marcos, “sobremanera se admiraban, diciendo: “¡Todo lo ha hecho bien; a los
sordos hace oír y a los mudos hablar!” (Mc 7, 37)
Todo lo que Jesús hace, también en la realización de los milagros, lo hace en
estrecha unión con el Padre. Lo hace con motivo del reino de Dios y de la salvación
del hombre. Lo hace por amor. Que a un amor tan grande no falte la respuesta
generosa de nuestra gratitud, traducida en testimonio coherente de los hechos.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)