I Semana de Cuaresma (Año Par)
Martes
Mt 6, 7-1
Ustedes oren así: Padre nuestro. A los discípulos deseosos de una guía
concreta, Jesús les enseña también la fórmula del Padre nuestro (Mt 6, 9-13; Lc 11,
2-4), que llegará a ser, a lo largo de los siglos, la plegaria típica de la comunidad
cristiana. Ya Tertuliano la calificaba como ‘un compendio de todo el Evangelio’ (De
oratione, 1). En ella Jesús entrega la esencia de su mensaje. Quien reza de modo
consciente el padrenuestro, ‘se compromete’ con el Evangelio; en efecto, no puede
dejar de aceptar las consecuencias que derivan para su vida del mensaje
evangélico, del cual la ‘oración del Señor’ es su expresión más auténtica.
Por la Oración del Señor, hemos sido revelados a nosotros mismos al mismo
tiempo que nos ha sido revelado el Padre (cf GS 22, 1): Tú, hombre, no te atrevías
a levantar tu cara hacia el cielo, tú bajabas los ojos hacia la tierra, y de repente has
recibido la gracia de Cristo: todos tus pecados te han sido perdonados. De siervo
malo, te has convertido en buen hijo... Eleva, pues, los ojos hacia el Padre que te
ha rescatado por medio de su Hijo y di: Padre nuestro... Pero no reclames ningún
privilegio. No es Padre, de manera especial, más que de Cristo, mientras que a
nosotros nos ha creado. Di entonces también por medio de la gracia: Padre
nuestro, para merecer ser hijo suyo (San Ambrosio, sacr. 5, 19).
Este don gratuito de la adopción exige por nuestra parte una conversión
continua y una vida nueva. Orar a nuestro Padre debe desarrollar en nosotros dos
disposiciones fundamentales: La confianza sencilla y fiel, la seguridad humilde y
alegre son las disposiciones propias del que reza el ‘Padre Nuestro’.
Así, pues, orar al Padre debe hacer crecer en nosotros la voluntad de
asemejarnos a él, así como debe fortalecer un corazón humilde y confiado.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)