III Semana de Cuaresma (Año Par)
Martes
Mt 18, 21-35
Si no perdonan de corazón a su hermano, tampoco el Padre celestial los
perdonará a ustedes . Nadie es capaz de perdonar a los demás, si antes no ha hecho
a su vez la experiencia de ser perdonado. Así, la confesión se presenta como el
camino real para llegar a ser verdaderamente libres, experimentando la
comprensión de Cristo, el perdón de la Iglesia y la reconciliación con nuestros
hermanos.
El perdón es el signo más alto de la capacidad de amar como Dios, que nos
ama y por eso nos perdona constantemente. Todos tenemos necesidad del perdón
de Dios y del prójimo. Por tanto, todos debemos estar dispuestos a perdonar y a
pedir perdón.
El creyente sabe que la reconciliación proviene de Dios, el cual está dispuesto
siempre a perdonar a cuantos acuden a Él, y a cargar sobre las espaldas todos sus
pecados (cf. Is 38, 17). La inmensidad del amor de Dios va mucho más allá de la
comprensión humana, como recuerda la Sagrada Escritura: “¿Acaso olvida una
mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque
ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido” (Is 49, 15).
El amor divino es el fundamento de la reconciliación, a la que estamos
llamados. “Él, que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias, rescata
tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura [...] No nos trata según nuestros
pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas” (Sal 103 [102], 3-4.10).
El tiempo de cuaresma es un tiempo propicio para pedir perdón y dar perdón.
Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su
dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del
propio pecado, el corazón se abre a su gracia.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)