Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Los políticos entran al cielo
La Iglesia nos ofrece modelos a imitar en la vivencia de las virtudes, figuras que inspiran
nuestro obrar cotidiano con la confianza de que sí se puede ser santo. De este modo
tenemos a santa Mónica o Gianna Beretta Molla como modelos para las mamás, el cura de
Ars para los sacerdotes, santo Domingo Savio para los niños y ¿existe alguno para los
políticos? Pues sí, a los políticos el papa Juan Pablo II les ofreció la vida de santo Tomás
Moro.
Tomás vivió en Inglaterra y pronto se ganó el prestigio como uno de los más grandes
intelectuales de su tiempo, sobre todo con la publicación de Utopía . Moro quiso ser siempre
fiel súbdito del rey Enrique VIII, pero no menos fiel seguidor de sus principios y de su fe.
Este caballero fue puesto a prueba cuando el rey repudió a su legítima esposa, Catalina de
Aragón para casarse con Ana Bolena. El canciller Moro no compartió las decisiones del rey
consciente de que esto le llevaría a la postre al cadalso.
Tomás Moro nos enseñó la lealtad a la propia conciencia, a ser coherentes con nuestros
principios sin transigir movidos por el dinero, el respeto humano, la honra e incluso la
propia vida. Un hombre que, de verdad, actúa de acuerdo con los imperativos de su
conciencia, es un hombre que hará lo justo, porque a la conciencia se asoma Dios cada día.
Este domingo Jesús fustiga con fuerza la hipocresía de los maestro de la ley y de los
fariseos. Le advierte al pueblo: “Haced lo que ellos digan, pero no imitéis sus obras, porque
no hacen lo que dicen. Todo lo hacen para que los vea la gente. Les gusta ocupar los
primeros puestos y que los saluden por la calle” (Mt. 23,1-12).
La hipocresía de los fariseos fue algo que denunció Jesús con mucha fuerza. Se trata de un
mal tan arraigado que ni las zarandeadas les hicieron mella. ¡Sepulcros blanqueados, raza
de víboras, hipócritas! Limpian por fuera el vaso y el plato, pero por dentro están llenos de
rapiña y ambición. Por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de
muerto y podredumbre. Jesús hizo este reclamo para hacerlos reaccionar. Jamás tuvo la
intención de romper, sino de abrirles los ojos. La falsedad repugna no sólo a Dios, sino
también a los hombres. Si echamos un vistazo general, ¡cómo nos molesta recordar a las
personas lambisconas y aduladoras, las que por fuera sonríen, pero a tu espalda critican y
maldicen.
La vida de Tomás Moro nos enseña a ser valientes para vivir con sinceridad, realismo y
convicción según los principio de nuestra conciencia rectamente formada.
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