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Semana Santa (Año Par)
Lunes Santo
Jn 12, 1-11
Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura . Esta escena hace
referencia a María, la hermana de Marta y Lázaro, que se adelantó a perfumar el
cuerpo de Jesús para su sepultura; y, por otra parte, la intervención de Judas,
lamentándose de la inversión del perfume. Y es cuando Jesús le dice: Déjala. Esto
lo tenía guardado para el día de mi sepultura.
Este perfume que María tenía, al emplearlo así en Jesús, por deferencia, cuya
muerte era inminente, vino, sin saberlo, como nos dice el evangelio de San Juan
(11:51; 19:24), a cumplir un rito simbólico que, si era homenaje a Jesús, venía a
evocar y a ser una anticipación del embalsamamiento que harían de su cuerpo
después de su muerte.
Por otra parte, la unción de Betania es preludio de la muerte de Jesús, bajo el
signo de la unción que María hizo en honor del Maestro y que él aceptó en previsión
de su sepultura (cf. Jn 12, 7).
María, demostró la delicadeza de su amor al Maestro. Los hizo a su modo,
porque entonces solo se solía en señal de respeto ungir la cabeza de los huéspedes,
así se destacaba su distinción como invitados. María elige la esencia más cara, la
más pura y costosa para ungir los pies de Jesús. La ofrenda de María es total, no se
reserva ninguna gota del perfume para ella.
El gesto de María, de ungir los pies de Jesús con el ungüento precioso, se
convierte en un acto extremo de amor agradecido con vistas a la sepultura del
Maestro; y el perfume, que se difunde por toda la casa, es el símbolo de su caridad
inmensa, de la belleza y bondad de su sacrificio, que llena la Iglesia.
A ejemplo de María de Magdalena, aprendemos a compartir la vida de Jesús,
que implica participar también de su destino. Al derramar aquel perfume tan caro
en los pies del maestro, María manifiesta la profundidad de su amor para con él.
Aquellos aromas representan el don de toda su vida hasta la muerte. En efecto, así
lo interpreta Jesús: “lo tenía reservado para mi sepultura”.
Que el gesto de amor de María nos lleva a ser verdaderamente cristianos:
poner en Cristo el frasco de nuestra vida, para que el perfume de su presencia en
nuestra vidas impregne nuestro ambiente: siendo de verdad signos de ese aroma,
que implica compartir con nuestro Maestro su vida, su misión y sus amores.
Padre Félix Castro Morales
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Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)