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Semana Santa (Año Par)
Miércoles
Mt 26, 14-25
¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Los hombres
indicados nominalmente por los Evangelios, al menos en parte, son históricamente
los responsables de la muerte de Jesús. Lo declara Él mismo cuando dice a Pilato
durante el proceso: “El que me ha entregado a ti tiene mayor pecado” (Jn 19, 11).
Y en otro lugar: “El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero, „¡ay de
aquél por quien el Hijo del hombre es entregado!‟, ¡Más le valdría a ese hombre no
haber nacido!” (Mc 14, 21; Mt 26, 24; Lc 22, 22). Jesús alude a las diversas
personas que, de distintos modos, serán los artífices de su muerte: a Judas, a los
representantes del sanedrín, a Pilato, a los demás... También Simón Pedro, en el
discurso que tuvo después de Pentecostés imputará a los jefes del sanedrín la
muerte de Jesús: “Ustedes le mataron clavándole en la cruz por mano de los
impíos” (Act 2, 23).
Sin embargo, aunque sea difícil negar la responsabilidad de aquellos hombres
que provocaron voluntariamente la muerte de Cristo, también notemos, que las
cosas a la luz del designio eterno de Dios, pedía la ofrenda propia de su Hijo
predilecto como víctima por los pecados de todos los hombres. En esta perspectiva
superior nos damos cuenta de que todos, por causa de nuestros pecados, somos
responsables de la muerte de Cristo en la cruz: todos, en la medida en que
hayamos contribuido mediante el pecado a hacer que Cristo muriera por nosotros
como víctima de expiación. También en este sentido se pueden entender las
palabras de Jesús: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los
hombres; le matarán, y al tercer día resucitará” (Mt 17, 22).
Cristo, el buen pastor, está presente entre nosotros, en medio de todos los
pueblos, las naciones, las generaciones y las razas, corno el que “da su vida por las
ovejas”. Cristo en la cruz es un signo de contradicción para todos los crímenes
contra el mandamiento de no matar. Dio su vida en sacrificio para la salvación del
mundo. “La sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. Si decimos: „no
tenemos pecado‟, nos engañamos y la verdad no está en nosotros” (1 Jn 1, 7-8). La
Cruz de Cristo no cesa de ser para cada uno de nosotros esta llamada
misericordiosa y, al mismo tiempo severa a reconocer y confesar la propia culpa. Es
una llamada a vivir en la verdad.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)