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I semana de Pascua (Año Par)
Jueves de la Octava de Pascua
Lc 24, 35-48
(Cfr. Benedicto XVI, 26 de marzo de 2008)
Está escrito, que Cristo tenía qué padecer, y tenía que resucitar de entre los
muertos al tercer día . Cada domingo, en el Credo, renovamos nuestra profesión de
fe en la resurrección de Cristo, acontecimiento sorprendente que constituye la clave
de bóveda del cristianismo. En la Iglesia todo se comprende a partir de este gran
misterio, que ha cambiado el curso de la historia y se hace actual en cada
celebración eucarística.
Cada año, en el „santísimo Triduo de Cristo crucificado, muerto y resucitado‟,
como lo llama san Agustín, la Iglesia recorre, en un clima de oración y penitencia,
las etapas conclusivas de la vida terrena de Jesús: su condena a muerte, la subida
al Calvario llevando la cruz, su sacrificio por nuestra salvación y su sepultura.
Luego, al „tercer día‟, la Iglesia revive su resurrección: es la Pascua, el paso de
Jesús de la muerte a la vida, en el que se realizan en plenitud las antiguas
profecías. Toda la liturgia del tiempo pascual canta la certeza y la alegría de la
resurrección de Cristo.
Hemos de renovar constantemente nuestra adhesión a Cristo muerto y
resucitado por nosotros: su Pascua es también nuestra Pascua, porque en Cristo
resucitado se nos da la certeza de nuestra resurrección. La noticia de su
resurrección de entre los muertos no envejece y Jesús está siempre vivo; y también
sigue vivo su Evangelio.
“La fe de los cristianos, afirma san Agustín, es la resurreccin de Cristo”. Los
Hechos de los Apstoles lo explican claramente: “Dios dio a todos los hombres una
prueba segura sobre Jesús al resucitarlo de entre los muertos” (Hch 17, 31). En
efecto, no era suficiente la muerte para demostrar que Jesús es verdaderamente el
Hijo de Dios, el Mesías esperado. ¡Cuántos, en el decurso de la historia, han
consagrado su vida a una causa considerada justa y han muerto! Y han
permanecido muertos.
La muerte del Señor demuestra el inmenso amor con el que nos ha amado
hasta sacrificarse por nosotros; pero slo su resurreccin es „prueba segura‟, es
certeza de que lo que afirma es verdad, que vale también para nosotros, para todos
los tiempos. Al resucitarlo, el Padre lo glorificó. San Pablo escribe en la carta a los
Romanos: “Si confiesas con tu boca que Jesús es Seor y crees en tu corazn que
Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rm 10, 9).
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Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)