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II semana de Pascua (Año Par)
Viernes
Jn 6, 1-15
Jesús distribuyo el pan a los que estaban sentados, hasta que se saciaron .
Jesús tomó los panes, y, después de orar, los distribuyó. Los milagros de la
multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó
los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la
sobreabundancia del único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29).
En efecto, después de la multiplicación de los panes, Jesús revela que no vino
solamente para dar un pan de la tierra, sino el pan del cielo, un pan que da la Vida
eterna. Este pan no es solamente el Pan de la Palabra de Dios, es su persona
misma, su cuerpo y su sangre: el don de Dios por excelencia. Jesús revela que
aquellos que “comen su cuerpo y beben su sangre permanecen en él y él
permanece en ellos”.
Después de esta revelación Jesús dijo: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si
uno come de este pan, vivirá para siempre...el que come mi Carne y bebe mi
Sangre, tiene vida eterna...permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 51.54.56). La señal
del maná era el anuncio del acontecimiento de Cristo, que saciaría el hambre de
eternidad del hombre, convirtiéndose él mismo en el “pan vivo” que “da la vida al
mundo”.
¡Misterio de nuestra salvación! Cristo, único Señor ayer, hoy y siempre, quiso
unir su presencia salvífica en el mundo y en la historia al sacramento de la
Eucaristía. Quiso convertirse en pan partido, para que todos los hombres pudieran
alimentarse con su misma vida, mediante la participación en el sacramento de su
Cuerpo y de su Sangre.
La participación diaria en la Eucaristía, alimento de vida eterna, es capaz de
transformar nuestra existencia. Este pan de salvación, sostiene nuestras fuerzas a
lo largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya
desde ahora a la Iglesia del cielo, a la Santa Virgen María y a todos los santos.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)