Todos los Santos.
Reedición de varias meditaciones de José Portillo Pérez sobre las
Bienaventuranzas.
5-1. Las bienaventuranzas.
En el Nuevo Testamento encontramos dos relatos de las bienaventuranzas,
versionados por San Mateo, -testigo ocular de la gran mayoría de los hechos
relacionados con el Ministerio público de Jesús-, y San Lucas, -médico, compañero
de viaje de San Pablo, autor del tercer Evangelio Sinóptico y de los Hechos de los
Apóstoles-. Mientras que San Lucas relata el inicio del sermón del monte de nuestro
Señor superficialmente, San Mateo trata las bienaventuranzas con más
profundidad. Si interpretamos las bienaventuranzas literalmente, las aplicamos a
nuestra vida terrenal, pero, si las comparamos con otros versículos bíblicos y
profundizamos en el estudio de su significado, podemos constatar que nos instan a
seguir creciendo en términos espirituales.
San Lucas sitúa el episodio del sermón del monte inmediatamente después de la
elección de los Doce Apóstoles por parte de Jesús. San Mateo sitúa el sermón del
monte después de que Jesús realizara una serie de milagros un Shabbat (sábado),
después de acudir al culto religioso, y de festejar el día preceptual en casa de San
Pedro.
San Lucas escribió en su Evangelio:
"Bajando con ellos (Jesús) se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud
de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y
de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de
sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban
curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba
a todos" (LC. 6, 17-19).
San Mateo nos dice:
"Cuando Jesús vio todo aquel gentío, subió a la colina y se sentó. Se le acercaron
sus discípulos, y él se puso a enseñarles" (CF. MT. 5, 1-2).
Las multitudes buscaban a Jesús para que el Maestro les restableciera la salud,
para que les alimentara, y para que les consolara. Jesús, antes de concederles a
sus oyentes lo que le pedían, tenía la costumbre de instruirles en el conocimiento
de su doctrina, con el fin de que ellos aspiraran a ser santos, así pues, no han de
extrañarnos las palabras con que San Pedro se dirigió a sus lectores:
"Pues así lo dice la Escritura: sed santos, porque soy santo (dice Dios)" (1 PE. 1,
16).
Las Bienaventuranzas son el pórtico del sermón del monte, el cuál carece de
sentido sin las Bienaventuranzas, las cuales, paradójicamente, parecen un texto
incompleto e incomprensible, si no son interpretadas por el sermón del monte, ya
que las Bienaventuranzas son una especie de bosquejo del programa que ha de
caracterizar la vida de todos los cristianos.
En las Bienaventuranzas destacan dos clases de padecimiento, que son, a saber:
el padecimiento material y el padecimiento espiritual, así pues, mientras que en el
mundo hay muchos pobres que necesitan recursos materiales para vivir, también
es cierto que todos somos pobres espiritualmente hablando ante el Señor, de la
misma manera que muchos lloran porque no se pueden consolar, mientras que
otros se desprecian porque se sienten pecadores incorregibles, etcétera.
Las Bienaventuranzas pueden ser observadas como las recomendaciones que
nuestro Señor nos hace para que anhelemos la santidad. Para que podamos
vislumbrar esquemáticamente el programa de nuestra vivencia cristiana, es
conveniente que recordemos el siguiente texto de San Pablo:
"¿De qué me sirve hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles? Si me
falta el amor, no soy más que una campana que repica o unos platillos que hacen
ruido. ¿De qué me sirve comunicar mensajes en nombre de Dios, penetrar todos los
secretos y poseer la más profunda ciencia? ¿De qué me vale tener toda la fe que se
precisa para mover montañas? Si me falta el amor, no soy nada. ¿De qué me sirve
entregar toda mi fortuna a los pobres, e incluso mi cuerpo a las llamas? Si me falta
el amor, de nada me aprovecha. El amor es comprensivo y servicial: el amor nada
sabe de envidias, de jactancias, ni de orgullos. No es grosero, no es egoísta, no
pierde los estribos, no es rencoroso. Lejos de alegrarse de la injusticia, encuentra
su gozo en la verdad. Disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites,
soporta sin límites. El amor nunca muere" (1 COR. 13, 1-8 a).
¿Cuál de los textos de las bienaventuranzas es más completo? Aunque el texto de
San Mateo es más completo que el de San Lucas, no hemos de desestimar al
segundo autor para estudiar al primero, pues cada uno de dichos Hagiógrafos
sagrados escribió su Evangelio con fines distintos.
Las Bienaventuranzas de San Lucas se diferencian del texto de San Mateo en los
siguientes puntos:
1. El número de las Bienaventuranzas citadas por San Mateo es superior al
número de bendiciones citadas por el citado doctor.
2. Las Bienaventuranzas de San Lucas están acompañadas de advertencias,
profecías que han de ser aplicadas a las vidas de quienes no sepan amar a Dios,
sirviendo a nuestro Padre en sus prójimos los hombres.
3. Mientras que el texto de San Mateo nos embarga de emociones que sirven
como si fueran inyecciones de ánimo para que no perdamos la fe, el texto de San
Lucas contribuye a ponernos alerta para que no sucumbamos ante nuestros
defectos y pecados, así como para que no nos dejemos sumir en nuestro dolor,
como si este no fuese una misteriosa vía de santificación.
5-1-1. La primera bienaventuranza.
"-Felices los de espíritu sencillo -nos dice Jesús-, porque suyo es el reino de Dios"
(MT. 5, 3).
""Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados"" (CF. LC. 6,
20-21A).
Aunque San Mateo y San Lucas nos exponen la misma bienaventuranza, San
Mateo se refiere a los pobres espirituales, -los humildes, los que confían
plenamente en Dios-, y San Lucas elogia a todos los pobres en general, dándonos a
entender que Dios les recompensará por haber permitido que padezcan mucho. La
pobreza de la que nos habla San Mateo puede ser comprendida como la aplicación
de todos los valores cristianos a nuestra vida. San Marcos nos ilustra sobre la
vivencia de la pobreza de la que nos habla San Mateo en su relato del sermón del
monte, recordándonos a la viuda que le cedió sus únicos óvolos a los
administradores del Templo de Jerusalén.
"Jesús, sentado en el templo frente al arca de las ofrendas, estaba mirando como
la gente echaba dinero en ella. Muchos ricos echaban en cantidad. En esto llegó una
viuda pobre, que echó dos monedas de muy poco valor. Jesús llamó entonces a los
discípulos y les dijo: -Os aseguro que esta viuda pobre ha echado en el arca más
que todos los demás. Porque todos los otros echaron lo que les sobraba, pero ella
ha echado lo que necesitaba: todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir" (MC.
12, 41-44).
Quizá algunos os preguntaréis: ¿Por qué aquella viuda se desprendió de las
únicas monedas que tenía para vivir? Para los judíos, el hecho de colaborar con las
obras del Templo, era tan importante como contribuir al sostenimiento de sus
familias, así pues, en aquel tiempo, existía un tributo llamado "Es corbán", según
denunció nuestro Señor, que era la excusa perfecta que les servía a muchos para
no ayudar a sus padres ancianos.
"Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y también: El que maldiga a
su padre o a su madre será condenado a muerte. En cambio, vosotros afirmáis que,
si alguno dice a su padre o a su madre: "Lo que tenía reservado para ayudarte, lo
he convertido en ofrenda para el templo", queda liberado de la obligación de
ayudarles a ellos" (MC. 7, 10-12).
En el libro de los Salmos, leemos:
"El (Dios) no olvida jamás al pobre
ni la esperanza del humilde perecerá" (SAL. 9, 19).
"Mirarlo los humildes, y alegraos;
los que buscáis a Dios, cobrad ánimo.
Que el Señor escucha a los pobres, no desprecia a sus cautivos" (SAL. 69, 33-34).
Jesús nos enseña a ser pobres espirituales, cuando nos dice:
"Esto os digo: No andéis preocupados pensando qué vais a comer o qué vais a
beber para poder vivir, o con qué ropa vais a cubrir vuestro cuerpo. ¿Es que no vale
la vida más que la comida, y el cuerpo más que la ropa? Mirad los pájaros: no
siembran, ni cosechan, ni guardan en almacenes, y, sin embargo, vuestro Padre
que está en los cielos los alimenta. ¡Pues vosotros, valéis mucho más que los
pájaros! Por lo demás, ¿quién de vosotros, por mucho que se preocupe, podrá
añadir una sola hora a su vida? ¿Y por qué preocuparos a causa de la ropa?
Aprended de los lirios del campo, cómo crecen. No trabajan ni hilan, y, sin
embargo, os digo que ni siquiera el rey Salomón (hijo de David), con todo su
esplendor, llegó a vestirse como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba del
campo, que hoy está verde y mañana será quemada en el horno, ¿no hará mucho
más por vosotros? ¡Qué poca es vuestra fe! No os preocupéis pensando qué vais a
comer, qué vais a beber o con qué vais a vestiros. Esas son las cosas que
preocupan a los que no conocen a Dios; pero vuestro Padre que está en los cielos
ya sabe que las necesitáis. Vosotros, antes que nada, buscad el reino de Dios y
todo lo justo y bueno que hay en él, y Dios os dará, además, todas esas cosas. No
os inquietéis, pues, por el día de mañana, que el día de mañana ya traerá sus
inquietudes. ¡Cada día tiene bastante con sus propios problemas!" (MT. 6, 25-34).
Jesús no nos dice que no nos preocupemos por cuidarnos convenientemente, así
pues, como recordamos en la exposición de la Navidad y la infancia del Señor,
sabemos que el Mesías utilizaba una túnica lo suficientemente costosa como para
que los soldados que lo crucificaron decidieran jugársela a los dados según hacían
en aquel tiempo con los crucificados, en vez de romperla y repartírsela entre ellos.
Lo que Jesús quiere decirnos es que no nos inquietemos por causa de nuestros
problemas, pues nuestro Padre común sabe exactamente lo que necesitamos para
sobrevivir, y en qué momento debe satisfacer nuestras carencias.
San Lucas nos narra en su Evangelio el siguiente relato:
"Uno de la gente le dijo: "Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia
conmigo." El le respondió: "¡Hombre! ¡Quién me ha constituido juez o repartidor
entre vosotros?< Y les dijo: "Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la
abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes." Les dijo una
parábola: "Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre
sí, diciendo: "¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?" Y dijo: "Voy a
hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí
todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en
reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea." Pero Dios le dijo:
"¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma (morirás y serás juzgado); las
cosas que preparaste, ¿para quién serán?" Así es el que atesora riquezas para sí, y
no se enriquece en orden a Dios" (LC. 12, 13-21).
La petición que le fue hecha al Señor por parte de su oyente no era injusta, así
pues, él quería compartir con su hermano la parte de la herencia que le
correspondía, pues su hermano se había quedado con la herencia completa. En este
caso, el oyente de Jesús no debía odiar a su hermano, pero, el que se había
adueñado de la herencia, tenía el deber de compartirla con su hermano, porque,
mientras que los bienes materiales son perecederos, el ejercicio de las virtudes
divinas, nos conduce a la presencia de nuestro Criador.
“1. Las 8 Bienaventuranzas, constituyen el más perfecto ideal de vida cristiana.
Jesucristo llama bienaventurados, dichosos o felices, a aquellos que tienen sed de
amor, a quienes claman justicia, a aquellos que desean que Dios se les manifieste
plenamente, a quienes sufren por la pérdida de uno o varios seres queridos, a
quienes carecen de trabajo... El Evangelio de Jesús no es la Buena Noticia del dolor.
Nuestro Señor nos enseña que, aquellos que son autosuficientes y orgullosos, -los
ricos mencionados por Jesús en los Evangelios-, tienen grandes dificultades para
hablar con nuestro Señor. Jesús decía:
"Más fácil será para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico
entrar en el reino de Dios" (MC. 10, 25).
La Religión no es la virtud por excelencia de los dementes, es el camino que, a
través del dolor y las carencias materiales y espirituales, nos ayuda a vivir la
plenitud de la vida cristiana.
2. La primera Bienaventuranza, nos enseña que tenemos que ser pobres de
espíritu. ¡Cuántas veces nos ha dicho nuestro Señor que tenemos que ser humildes!
Nadie sabe mejor que los pobres que es necesario tener carencias para comprender
la importancia de satisfacer las necesidades propias y de nuestros hermanos los
hombres. Las almas de oración son pobres espiritualmente hablando, porque
desestiman las riquezas materiales, para acogerse a Dios, nuestro gran Amor.
3. Jesús nos dice que los atribulados, los que sufren, los que lloran, los enfermos,
son dichosos, en su pobreza espiritual. La eutanasia se está legalizando en algunos
países, pero no ha de ser practicada ni en aquellos casos en que no se pueda hacer
nada para restablecer la salud de los enfermos, teniendo en cuenta que ha de
evitárseles a estos un dolor tan inútil como intenso, en cuanto sea posible hacerlo,
por medio de la Palabra de Dios y de los Sacramentos. En una sociedad en que
nadie es juzgado según su actitud, sino en conformidad con su sabiduría y riqueza,
no se valora la gran significación teológica y el gran valor espiritual de la oración de
los pobres y enfermos, de quienes muchos creen que son piltrafas humanas, trozos
de carne inservibles.
4. Jesús dice que son bienaventurados los perseguidos por causa de su fe. Hace
años conocí a un niño creyente cuyos padres, aunque habían sido bautizados,
decían que eran ateos. Dicho niño celebraba la Eucaristía dominical con cierto
sentimiento de pudor, porque sus padres no querían que él fuera a la Iglesia. Este y
otros casos que pueden parecer insignificantes, coartan la acción del Espíritu Santo
en muchos cristianos niños y adultos. Tenemos que defender a nuestro Dios cuando
ante nosotros se digan palabras indeseables referentes a la fe que profesamos. No
nos vale el hecho de decir que el silencio nos ayuda a disimular nuestra fe siempre,
porque, en algunos casos, es inevitable el hecho de manifestar nuestras creencias y
hablar de la esperanza que nos caracteriza. Nuestros interlocutores no creyentes
pueden respetarnos, así pues, no debe avergonzarnos el hecho de dar a conocer
nuestra fe y esperanza.
5. Tenemos que vivir las Bienaventuranzas humildemente. Hace pocos días os
dije que la vida cristiana se desarrolla en el entorno familiar, amistoso, y, social, y
que, tributándole a Dios el culto a El debido, debemos impedir el hecho de que
nadie coarte nuestra fe en cualquier situación.
Pidámosle a Dios, al concluir esta reflexión del Evangelio diario, que nos ayude a
vivir el espíritu de las Bienaventuranzas” (José Portillo Pérez. Meditación de MT. 5,
1-12. 10/06/2002).
La pobreza o sencillez espiritual consiste en sentirnos pequeños para que así
podamos amar y desear la grandeza con que Dios nos coronará el día en que Cristo
venga a nuestro mundo a concluir la obra que el Padre le encomendó. La pobreza
espiritual no ha de ser confundida con la sumisión total con respecto a quienes
desean explotarnos, así pues, muchas madres, basándose en su sencillez, les
conceden a sus hijos todos los caprichos que les son posibles, y no se percatan de
que, al hacer eso, lo único que logran, es ser manipuladas por ellos, y que sus
descendientes, en un futuro no muy lejano, maltraten a sus mujeres, al exigirles
que actúen como sus progenitoras lo hicieron siempre. Cuando Jesús envió a sus
Apóstoles delante de él para que anunciaran la Palabra de Dios, alimentaran a los
hambrientos y sanaran a los enfermos, les dijo:
"Yo os envío como ovejas en medio de lobos. Por eso, sed astutos como
serpientes, aunque también inocentes como palomas" (MT. 10, 16).
Los pobres espirituales son conscientes de que no se pueden comparar con Dios,
pero, al dejarse instruir por nuestro Maestro, intentan aplicarse las siguientes
palabras del Mesías con el corazón henchido de gozo:
"Vosotros sois la sal de este mundo... Vosotros sois la luz del mundo" (CF. MT. 5,
13. 14).
Jesús dijo en su sermón del monte:
"Todo aquel que escucha mis palabras y obra en consecuencia, puede compararse
a un hombre sensato que construyó su casa sobre un cimiento de roca viva.
Vinieron las lluvias, se desbordaron los ríos y los vientos soplaron violentamente
contra la casa; pero no cayó, porque estaba construida sobre un cimiento de roca
viva" (MT. 7, 24-25).
En virtud de la misericordia de Dios y de la grandeza de los pobres de espíritu, el
Salmista escribió:
"Confiarán en ti los que tienen trato contigo,
porque tú no abandonas a los que te buscan, Señor" (SAL. 9, 11).
"Fui joven -nos sigue instruyendo el Salmista-, ya soy viejo:
nunca he visto a un justo abandonado (por el Señor)
ni a su linaje mendigando el pan" (SAL. 37, 25).
Jeremías, el segundo de los Profetas mayores, en su aflicción, oraba para no
perder la esperanza en Yahveh.
"Se presentaban tus palabras y yo las devoraba;
era tu palabra para mí un gozo
y alegría de corazón,
porque se me llamaba por tu nombre
Yahveh, Dios Sebaot (Dios de los ejércitos)” (JER. 15, 16).
El mayor ejemplo de pobreza es Jesús, el Señor, pues él dijo cuando se encarnó
en Santa María:
""Aquí vengo yo para hacer tu voluntad"" (CF. HEB. 10, 7).
Los cristianos vivimos inmersos en nuestras actividades cotidianas, así pues,
mientras que los religiosos se ocupan de aumentarnos la fe mediante la oración y
su trabajo ordinario, los laicos vivimos ocupados en pagar hipotecas infernales,
pensando en criar a unos hijos de quienes esperamos que no se especialicen en
crearse toda clase de problemas según hacen muchos jóvenes actualmente, y nos
esforzamos en encontrar las respuestas que nos motiven a la hora de no perder la
fe cuando seamos atribulados. Muchos laicos también nos dedicamos a predicar la
Palabra de Dios, quizá en nuestra parroquia, en cada ocasión que podemos hacerlo
en nuestra vida ordinaria, o en los medios de comunicación que utilizamos para
ello.
¿De qué pobres nos habla Jesús en la Bienaventuranza que estamos meditando?
Si Jesús nos adoctrina sobre la suerte que correrán quienes carecen de dádivas
materiales, ¿cómo puede explicarse el sufrimiento que a lo largo de la Historia ha
caído sobre los más marginados de todos los tiempos como una plaga mortal?
Jesús nos está hablando de quienes se han dejado llenar el corazón por la sencillez
de Dios. Las frases paralelas de los Santos Mateo y Lucas que estamos meditando
nos hacen golpearnos de frente con la ideología consumista, según la cuál, como
todos tenemos el valor correspondiente a los bienes que poseemos, la pobreza es
una desgracia que atenta contra la dignidad humana. ¿Habéis constatado cómo
quienes venden flores para que las llevemos a las tumbas de nuestros seres
queridos en la Conmemoración de los Fieles Difuntos nos venden sus productos a
un precio más elevado que lo hacen el resto de los meses del año? así pues, Poner
flores en las tumbas de nuestros seres queridos significa que nos acordamos de
ellos ya que los seguimos amando aunque no estén con nosotros, pero, el hecho de
no llevar flores al cementerio como no hace la mayoría de la gente, significa que no
nos interesa acordarnos de nuestros difuntos, lo cuál no dice nada bueno con
respecto a la imagen de mucha gente cuya felicidad desgraciadamente depende de
lo que quienes les conoce piense de sí mismos. Naturalmente, esto tiene su precio,
que los vendedores de flores saben cobrarnos, ya que las flores naturales no
pueden ser adquiridas con antelación a la Conmemoración de los Fieles Difuntos
para que no se nos marchiten.
La mayor riqueza de los cristianos es Dios, y, por consiguiente, según nos
dedicamos a cumplir puntualmente la voluntad de nuestro Padre común, todos
sabemos cuál es nuestra apariencia, porque no necesitamos que nadie realce
nuestra autoestima hablando de una buena imagen que quizá no tenemos. Los
cristianos no somos el reflejo del espejo en el que se mira el mundo, así pues, más
que la apariencia, nuestros buenos hechos, constituyen el gozo que Dios nos ha
dado, la inmensa alegría que nadie podrá quitarnos ni aunque se dé el caso de que
nos arranquen la vida.
5-1-2. La segunda bienaventuranza.
"Felices los que en este mundo están tristes -nos dice Jesús-, porque Dios mismo
los consolará" (MT. 5, 4).
"Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis" (LC. 6, 21b).
Mientras que San Mateo nos habla en su segunda bienaventuranza de quienes
trabajan en la viña del Señor para pedirle a nuestro Criador que concluya la
instauración de su Reino y extermine la miseria humana, San Lucas nos dice que,
todos los que sufren, sólo por causa de su dolor, serán salvos. Por su parte, Isaías
profetizó el cumplimiento de la escena que Jesús protagonizó en Nazaret, cuando
dijo de sí mismo que El es el Mesías.
"El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí,
por cuanto que me ha ungido Yahveh.
A anunciar la buena nueva (el Evangelio) a los pobres me ha enviado,
a vendar los corazones rotos;
a pregonar a los cautivos la liberación,
y a los reclusos la libertad;
a pregonar año de gracia de Yahveh,
día de venganza de nuestro Dios;
para consolar a todos los que lloran" (IS. 61, 1-2).
"Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu (conducido por el Espíritu Santo),
y su fama se extendió por toda la región. El iba enseñando en sus sinagogas,
alabado por todos. Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre,
entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le
entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el
pasaje donde estaba escrito:
"El Espíritu del Señor sobre mí,
porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor."
Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los
ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: "Esta Escritura, que acabáis de
oír, se ha cumplido hoy." Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de
las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es éste el hijo de
José?" El les dijo: "Seguramente me vais a decir el refrán: Médico, cúrate a ti
mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí
en tu patria." Y añadió: "En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en
su patria."
"Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se
cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a
ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y
muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos
fue purificado sino Naamán, el sirio."
Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose,
le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte
sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero él, pasando por
medio de ellos, se marchó" (LC. 4, 14-30).
Los cristianos tenemos el deber de solventar las carencias de nuestros hermanos
los hombres, independientemente de que los mismos crean en Dios o rechacen
nuestra fe.
Cuando Jesús bendice a quienes lloran, no hemos de entender que les dice que se
limiten a gemir hasta que él los libre de la adversidad, así pues, Cristo nos da
medios suficientes para que luchemos con el fin de remediar nuestras carencias, en
conformidad con nuestra fe, y, nuestra capacidad de producir frutos ejercitando los
dones y virtudes que hemos recibido del Espíritu Santo. Todos conocemos a más de
una madre crucificada que sólo sabe hacerse amar presumiendo de que les ha
entregado su vida a sus hijos, y, ellos, aunque la adoren, tienen que soportar la
incomodidad de que ella les diga a todos sus conocidos que sus descendientes la
desprecian. Los pobres en el espíritu, los que lloran en sus estados adversos sin
perder la esperanza de vivir en un mundo mejor que ellos mismos han de crearse
con la ayuda de nuestro Padre común, no han de presumir de su bondad, pues
ocuparán todo su tiempo en ejercitar los dones y virtudes que han recibido del
Espíritu Santo, pues ellos, viven en Dios, viven de Dios, y viven para Dios.
San Mateo nos expresa el sentido espiritual de la segunda Bienaventuranza.
"Felices los que en este mundo están tristes -nos dice Leví-, porque Dios mismo
los consolará" (MT. 5, 4).
Dios consolará a quienes lloran porque padecen las consecuencias de sus
carencias materiales y espirituales. Tanto Lucas como Mateo no se refieren a
quienes lloran porque les gusta ser sobrestimados constantemente, sino a quienes
lloran más allá de la tristeza, con el corazón henchido de esperanza, porque han
aprendido a creer que, su Dios, hará realidad sus más profundas aspiraciones. No
debemos ser prepotentes, pero tampoco debemos creer que somos desgraciados.
¿Realmente creemos que Dios nos consolará cuando perdamos a nuestros
familiares o amigos queridos, cuando necesitemos trabajar y nadie nos dé el
empleo que podamos desempeñar, cuando veamos impotentes a uno de nuestros
familiares o amigos enfermo, cuando nos falten alimentos, ropa o un techo bajo el
que protegernos del frío? Aunque he tenido dificultades de cierta gravedad y aún
vivo una situación bastante interesante por causa de la dificultad que la misma
representa para mi mujer y para mí, no dudo de la certeza de las siguientes
palabras del Salmista:
"Todos sus consagrados, respetad al Señor,
porque nada les falta a los que lo respetan;
los ricos (orgullosos) empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada" (SAL. 34, 10-11).
Esta Bienaventuranza fue pronunciada por Jesús porque él recordaba
constantemente a los enfermos, las viudas, los huérfanos, los leprosos... Jesús no
ignoraba el eterno lamento de quienes se acercaban a él implorándole sus gracias,
porque él era la única esperanza que ellos tenían, ora para comer un poco, ora para
que el Maestro les ayudara a ser sanados de sus enfermedades. El próximo día
veintitrés del presente mes cumpliré treinta y cinco meses trabajando por la
difusión del Evangelio a través de la red (año 2006), y, durante este tiempo, he
descubierto que muchos de nuestros hermanos se amparan en la religión porque
padecen una presión espiritual que no saben describir. Cuando empezaron a sufrir
sus familiares y amigos se volcaron sobre ellos, pero, como nadie les comprendía,
optaron por vivir aislados, al mismo tiempo que los suyos se alejaron de ellos con la
impotencia de quienes piensan que los tales son perezosos que no desean solventar
sus problemas. Hoy Jesús les dice a quienes sufren por cualquier causa que Dios
mismo les consolará cuando el Señor concluya la instauración de su Reino al final
de los tiempos, y que, por haber sufrido tanto, cuando descubran que sus
problemas son solucionados por ellos mismos con la ayuda de Dios, podrán reír sin
forzarse sin ganas para ello, porque alcanzarán la dicha divina.
5-1-3. La tercera bienaventuranza.
"Felices los humildes -nos dice Jesús-, porque Dios les dará la tierra para que la
posean" (MT. 5, 5).
"Los sufridos poseerán la tierra
y disfrutarán de paz abundante" (SAL. 37, 11).
"El (Dios) no olvida jamás al pobre
ni la esperanza del humilde perecerá" (SAL. 9, 19.
"Señor, tú atiendes a los deseos de los humildes,
les prestas oído y los animas;
tú defiendes al huérfano y al desvalido:
que el hombre hecho de tierra
no vuelva a sembrar su terror" (SAL. 10, 17-18).
"El Señor es bueno y recto y enseña el camino a los pecadores;
encamina a los humildes por la rectitud,
enseña a los humildes su camino;
las sendas del Señor son la lealtad y la felicidad
para los que guardan su alianza y sus mandatos" (SAL. 25, 8-10).
"Bendigo al Señor en cada momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
yo me enorgullezco del Señor:
que lo escuchen los humildes y se alegren" (SAL. 34, 2-3).
"Mirarlo los humildes (al Señor), y alegraos;
los que buscáis a Dios, cobrad ánimo.
Que el Señor escucha a los pobres, no desprecia a sus cautivos (los que sufren)"
(SAL. 69, 33-34).
"Porque el Señor ama a su pueblo
y corona con la victoria a los humildes" (SAL. 149, 4).
Nuestro Padre común nos dice por mediación de Isaías:
"Los humildes y los pobres buscan agua,
pero no hay nada (que remedie su dolor y solvente sus problemas).
La lengua se les secó de sed.
Yo, Yahveh, les responderé,
yo, Dios de Israel, no los desampararé.
Abriré sobre los calveros arroyos
y en medio de las barrancas manantiales.
Convertiré el desierto en lagunas
y la tierra árida en hontanar de aguas" (IS. 41, 17-18).
San Pablo nos dice:
"Que no en vano lo que en Dios parece absurdo, aventaja, con mucho, al saber
de los hombres, y lo que en Dios parece débil, es más fuerte que la fuerza de los
hombres. Basta con que os fijéis en cómo se ha realizado ahí el llamamiento de
Dios; cómo no abundan entre vosotros los considerados sabios por el mundo, ni los
poderosos, ni los aristócratas. Al contrario, Dios ha escogido lo que el mundo tiene
por necio, para poner en ridículo a los que se creen sabios; ha escogido lo que el
mundo tiene por débil, para poner en ridículo a los que se creen fuertes; ha
escogido lo humilde, lo despreciable, lo que no cuenta a los ojos del mundo, para
anular a quienes piensan que son algo. De este modo, ningún mortal se atreverá a
endiosarse. A vosotros Dios os ha injertado en Cristo Jesús, que se ha convertido a
su vez, para nosotros, en sabiduría, en fuerza salvadora, santificadora y liberadora"
(1 COR. 1, 25-30).
"El Espíritu (Santo) produce amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad,
lealtad, humildad y dominio de sí mismo. Ninguna ley existe en contra de todas
estas cosas. Y no en vano los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado lo que
en ellos hay de bajos instintos, junto con sus pasiones y apetencias (luchan contra
el pecado y desean ser santificados). Si, pues, vivimos gracias al Espíritu, actuemos
conforme al Espíritu (vivamos bajo las inspiraciones del Espíritu Santo)" (CF. GAL.
5, 22-25).
"Yo, prisionero por amor al Señor, os exhorto a que llevéis una vida en
consonancia con el llamamiento que habéis recibido. Sed humildes, amables,
comprensivos. Soportaos unos a otros con amor. No ahorréis esfuerzos para
consolidar, con ataduras de paz, la unidad, que es fruto del Espíritu. Uno solo es el
cuerpo y uno solo el Espíritu, como una es la esperanza a la que habéis sido
llamados (todos constituimos el Cuerpo Místico de Cristo, de la misma manera que
profesamos una única fe). Sólo hay un Señor, sólo una fe, sólo un bautismo. Sólo
un Dios, que es Padre de todos, que a todos domina, por medio de todos actúa y en
todos vive. Cada uno de nosotros hemos recibido nuestro don en la medida en que
Cristo ha tenido a bien otorgárnoslo" (EF. 4, 1-7).
Santiago escribió en su Epístola:
"El hermano de humilde condición debe sentirse orgulloso de la alta dignidad que
Dios le concede" (ST. 1, 9).
Qué paradójico es el hecho de hablar de la humildad en la sociedad que ha
establecido un límite de competitividad que sobrepasa todo sentimentalismo, de
forma que son muchas personas las que están capacitadas para hacer cualquier
cosa por escalar un puesto mejor al que tienen actualmente sin escrúpulo alguno
que les haga compadecerse de quienes no tienen oportunidades o mejor dicho
amistades que les eleven a una categoría semejante a la que desean obtener. Son
humildes quienes se dan a sí mismos, desinteresadamente, a servir a Dios en las
personas de sus prójimos, especialmente en aquellos de quienes quizá sólo pueden
recibir un poco de gratitud con mucha suerte.
"El no olvida jamás al pobre
ni la esperanza del humilde perecerá" (SAL. 9, 19).
La palabra "humildad" no hace referencia únicamente a la escasez de bienes
materiales, pues también se aplica a la forma de vivir de quienes no son orgullosos
ni presumidos. Los humildes se caracterizan porque depositan su confianza en Dios.
"Señor, tú atiendes a los deseos de los humildes,
les prestas oído y los animas" (SAL. 10, 17).
El Salmista nos insta a todos, independientemente de cuál sea nuestra condición
social, a que creamos en Dios, pues
"el Señor responde: "Por la opresión del humilde,
por el lamento del pobre, ahora me levanto
y pongo a salvo al que lo anhela"" (SAL. 12, 6).
¿Por qué ama Dios tanto a los humildes, hasta llegar a hacer que se cumplan en
ellos las palabras con que nuestro Creador se dirigió a San Pablo: ""Mi gracia te
basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza"" (2 COR. 12, 9)?.
Si somos humildes y compasivos, recordaremos con gran gozo las siguientes
palabras del Apóstol:
"Sois elegidos de Dios; él os ha consagrado y os ha dado su amor. Sed, pues,
profundamente compasivos, benignos, humildes, pacientes y comprensivos" (COL.
3, 12).
Si por causa de nuestra humildad estamos dispuestos a sufrir contrariedades por
causa del amor que sentimos con respecto a nuestro Padre común, cuando alguien
nos diga: Si Dios os ama, ¿por qué no os ahorra vuestros sufrimientos actuales¿, le
responderemos que nos aplicamos las palabras de San Pedro:
"No es que el Señor se retrase en cumplir lo prometido, como algunos piensan;
es que tiene paciencia con vosotros, y no quiere que ninguno se pierda, sino que
todos se conviertan" (2 PE. 3, 9).
Pienso que todos debemos esforzarnos para alcanzar las metas que más nos
ilusionan, pero, ya que somos cristianos, debemos ser humildes y pedirle a Dios
que nos ayude a conseguir lo que deseamos. Jesús nos dice por medio de San
Mateo que los humildes heredarán la tierra, porque los tales no antepondrán
ninguno de sus deseos a su experiencia personal y comunitaria de Dios, nuestro
Santo Padre, la fuente de todos los dones y virtudes espirituales y temporales.
5-1-4. La cuarta bienaventuranza.
"Felices los que anhelan que triunfe lo que es justo y bueno -dice nuestro Señor
Jesucristo-, porque su deseo será cumplido" (MT. 5, 6).
"¡Oh, todos los sedientos, id por agua,
y los que no tenéis plata, venid,
comprad y comed, sin plata,
y sin pagar, vino y leche!
¿Por qué gastar plata en lo que no es pan,
y vuestro jornal en lo que no sacia?
Hacedme caso y comed cosa buena,
y disfrutaréis con algo sustancioso" (IS. 55, 1-2).
Cuando leo los versículos de la profecía de Isaías que estamos meditando,
recuerdo las palabras con que muchos testigos de Jehová inician su predicación,
ante quienes intentan inculcarles su doctrina: ¿Se imaginan ustedes viviendo en un
mundo en que no se cometan injusticias, en que no existan las enfermedades, y en
que no exista la muerte? Todos los años, cuando llega la Navidad, nuestros niños
les escriben cartas a los reyes magos, diciéndoles que les concedan muchos
regalos, porque se han portado muy bien durante todo el año. Por nuestra parte,
los adultos, en el citado periodo litúrgico, especialmente en la celebración de la
Natividad del Mesías, hacemos muchos propósitos, que no llevamos a cabo por
diversas razones. En la bienaventuranza que estamos meditando, nuestro Señor
nos dice que son felices los que anhelan que el amor y la paz triunfen sobre la
miseria que atañe a nuestra vida, pero, para que las palabras de Jesús no sean
olvidadas por nosotros, es necesario que llevemos a cabo los propósitos
anteriormente citados. Al leer los 2 primeros versículos del capítulo 55 de Isaías,
nos preguntamos: ¿Se nos prohíbe a los cristianos el hecho de divertirnos? No es
bueno para nosotros abusar de los vicios, así pues, aunque el comprar lotería de
vez en cuando o tomarnos una copa puede sacarnos de nuestra rutina un rato, la
compra compulsiva de lotería y la embriaguez nos crean muchos problemas a
nuestros familiares y a nosotros.
Jesús nos dice por mediación del autor del Apocalipsis:
"Al sediento le daré a beber gratis del manantial del agua de la vida" (CF. AP. 21,
6).
Para comprender las palabras de Cristo Resucitado, hemos de pensar en las
aguas bautismales, en la gracia divina, y, en el Espíritu Santo, y también en Jesús,
el don de Dios a la humanidad, la donación de Sí mismo que nuestro Padre hizo
para demostrarnos que nos ama, a través de la comunicación de su Verbo, y de la
Pasión, muerte y Resurrección del Hijo de María.
"Que venga también el sediento -nos vuelve a decir Jesús en el último volumen
de la Biblia por mediación de San Juan-, y se le dará gratis agua de vida" (CF. AP.
22, 17).
Hemos sido llamados a ser santos, así pues, tenemos que cuidar nuestros deseos
para que hasta nuestros pensamientos, según la medida de nuestras escasas
posibilidades de controlar los mismos, sean correctos, según los Mandamientos
divinos. Los humildes se caracterizan por su capacidad de no sucumbir ante la
adversidad. El Salmista escribió:
"Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente;
tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré" (SAL. 16, 7-8).
Esta bienaventuranza parece utópica, ya que todos sabemos que, para que se
cumplan nuestros deseos, tenemos que hacer algo más que desear que se hagan
realidad nuestros sueños, por consiguiente, si yo sueño con vivir en un mundo más
justo que el actual, debo replantearme si cumplo la voluntad de Dios, y, en el caso
de no hacerlo perfectamente, me aplicaré el siguiente texto bíblico, con el fin de
examinarme:
"¿Cómo podrás decirle a tu hermano: "Deja que te saque la brizna que tienes en
el ojo", cuando tienes un tronco en el tuyo?" (MT. 7, 4).
Tengo que ver en qué aspectos de mi vida debo cambiar, con el fin de vivir según
mi ideal de vida. Yo sé que no puedo cambiar el mundo, pero yo sí podré mejorar
más de lo que pienso que puedo superarme basándome en la aplicación de la
Palabra de Dios a mi vida, en todo lo que pueda aprender de las experiencias que
tenga que vivir.
Me gusta ironizar un poco cuando acaecen ciertas circunstancias porque ello me
ayuda a ver la parte positiva de lo que erróneamente llamamos adversidad. En
algunas ocasiones, cuando se comete un atentado en cualquier parte del mundo, o
cuando sucede un desastre natural cuyas consecuencias son muy duras de padecer,
me encuentro con gente que dice suspirando aliviada: "Dios quiera que eso no lo
suframos nosotros". Jesús nos pide que seamos proactivos y que nos
comprometamos a solidarizarnos con nuestros prójimos y que nos amemos unos a
otros, para que así constituyamos una gran cadena y podamos darnos la mano
cuando nos sucede lo que no queremos que nos acontezca en cualquier parte del
mundo.
Cuando yo era catequista de niños les preguntaba a los pequeños: "¿Qué deseáis
más que nada en el mundo¿". Los niños, deseando no tener obstáculos que
retrasaran su recepción de la primera Comunión para celebrar una gran fiesta, me
respondían con su característico deje andaluz mecánicamente y agobiados porque
querían irse a jugar: "Que haiga pá". Quizá los adultos en muchas ocasiones
actuamos de la misma forma que los niños que catequicé hace varios años, pues no
deseamos comprometernos a trabajar por los más necesitados como verdaderos
cristianos. Además de trabajar por nuestros prójimos los hombres, también
debemos abogar por nuestro bienestar sin olvidar que Dios quiere que seamos
santos.
¿Por qué nos ha elegido Dios a nosotros? ¿No existe en el mundo gente más
preparada que nosotros para trabajar testificando que Cristo ha resucitado de entre
los muertos? Dios no quiere que seamos perfectos porque eso no nos es posible,
pero sí desea que estemos siempre dispuestos a trabajar por la extensión de su
Reino. A Dios no le incumbe tanto el hecho de que hagamos las cosas bien hechas
como le interesa por causa de nuestra felicidad que nunca estemos paralizados
viendo cómo la vida siempre sigue igual y nosotros envejecemos sin cambiar y sin
mejorar el mundo en que vivimos.
5-1-5. La quinta bienaventuranza.
"Felices los misericordiosos -dice Jesús-, porque Dios tendrá misericordia de
ellos" (MT. 5, 7).
Nuestro Padre común quiere que seamos misericordiosos, es decir, que sirvamos
a nuestros prójimos como si se tratase de nosotros mismos y de nuestro Creador.
Jesús, antes de expirar en la cruz, le rogó al Altísimo que tuviera misericordia de El,
recordando el Salmo de David:
"Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa" (SAL. 51, 3).
La Iglesia piensa que, aunque Jesús no pecó durante su existencia mortal,
nuestro Señor fue juzgado y condenado, para que expiara la culpabilidad de los
hombres de todos los tiempos, por lo cuál, sufrió la pena que todos merecemos, por
el mero hecho de ser pecadores. Más adelante profundizaremos más con respecto
al pecado, pues supongo que muchos de vosotros os preguntaréis: ¿Cómo es
posible que se nos considere asesinos de un personaje al que quizá conocemos
porque se le atribuye la fundación de diversas iglesias o congregaciones cristianas?
Quienes conozcáis profundamente la historia del Judaísmo y del Cristianismo, os
preguntaréis: ¿Por qué se nos considera culpables de la condena a muerte de uno
de los muchos mesías que padecieron bajo el poder de Poncio Pilato? ¿Por qué se
nos considera culpables de la ejecución del fundador de una secta dimanante del
Judaísmo? Por ahora, conformémonos con el hecho de saber que Jesús, sintiéndose
culpable por causa del peso de la maldad de la humanidad por la que fue
condenado, sabiendo que Dios le dejó morir y que le hizo fuerte para soportar
grandes dolores y humillaciones, fue osado para rogarle a nuestro Padre común que
tuviera misericordia de El. Sé que en nuestro tiempo es normal el hecho de pedirle
ayuda a Dios independientemente de nuestra conducta, pero, tanto en la historia
del Judaísmo como en los 2 milenios de existencia del Cristianismo, siempre han
existido expertos en hacernos sentirnos culpables quizá de sucesos sin importancia,
que nos han robado la felicidad que nuestro Criador nos concedió al crearnos libres.
Veamos algunos textos bíblicos en los que se nos habla de la misericordia de
Dios, y de cómo nuestro Padre común quiere que seamos misericordiosos.
"Señor, no me reprendas con ira,
no me corrijas con cólera;
piedad, Señor, que desfallezco;
cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio,
y tú, Señor, ¿hasta cuándo (mirarás mi desdicha sin solventar mis problemas)?.
Vuélvete, Señor, pon a salvo mi vida;
sálvame por tu misericordia:
que en el reino de la muerte nadie te invoca
y en el abismo (infierno) ¿quién te da gracias?
Estoy agotado de gemir, de llorar sobre el lecho,
regando de noche con lágrimas mi lecho,
mis ojos se consumen irritados,
envejecen por tantas contradicciones" (SAL. 6, 2-8).
"Aclamad, los honrados, al Señor,
que la alabanza es cosa de hombres buenos;
dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo
acompañando los vítores con bordones:
que la palabra del Señor es recta
y todas sus obras son duraderas;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos" (SAL. 33, 1-6).
"Dichoso el que cuida del desvalido,
en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor.
El Señor lo guardará y lo conservará en vida
para que sea dichoso en la tierra,
y no lo entregará a la saña de sus enemigos.
El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor,
calmará los dolores de su enfermedad.
Yo dije: "Señor, ten misericordia,
sáname, porque he pecado contra ti"" (SAL. 41, 2-5.
"De día el Señor me hará misericordia
de noche cantaré la alabanza del Dios de mi vida" (SAL. 42, 9).
"Presta oído, Señor; escúchame, que soy un pobre desamparado;
protege mi vida que soy un fiel tuyo;
salva a tu siervo, que confía en ti;
tú eres mi Dios, piedad de mí. Señor,
que te estoy llamando todo el día;
da alegría a tu siervo, que se dirige a ti, Señor,
porque tú eres bueno y perdonas,
eres misericordioso con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración, atiende mi súplica;
en el peligro te llamo, porque tú me escuchas.
No tienes igual entre los dioses, Señor,
ni hay obras como las tuyas.
Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia,
Señor, y a honrar tu nombre;
"grande eres tú y haces maravillas, tú eres el único Dios".
Enséñame, Señor, tu camino para que siga tu fidelidad,
haz que mi corazón sin dividirse te respete.
Te daré gracias de todo corazón, Señor, Dios mío,
daré gloria a tu nombre por siempre,
por tu insigne misericordia conmigo,
porque me salvaste del abismo profundo.
Dios mío, unos soberbios se levantan contra mí,
una banda de insolentes atentan contra mi vida,
sin contar contigo.
Pero tú, Señor, Dios compasivo y piadoso,
paciente, misericordioso y fiel,
mírame, ten compasión de mí, da fuerza a tu siervo,
salva al hijo de tu esclava, dame una señal propicia,
que la vean mis adversarios y queden confusos,
porque tú, Señor, me ayudas y me consuelas" (SAL. 86, 1-17). (Considérense a los
adversarios citados en el Salmo 86 como a las dificultades a las que hemos de
sobrevivir).
"Señor, tú ha sido nuestro refugio de generación en generación.
Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra
desde siempre y por siempre tú eres Dios...
Enséñanos a llevar buena cuenta de nuestros años
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?,
ten compasión de tus siervos:
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo,
danos alegría por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Hágase visible tu acción a tus siervos,
y a los hijos tu gloria.
Baje hasta nosotros el favor del Señor, nuestro Dios,
y haz prosperar la obra de nuestras manos,
¡prospere la obra de nuestras manos!" (SAL. 90, 1-2; 12-17).
"Señor escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro en la desgracia;
préstame oído cuando te invoco, escúchame pronto.
Que mis días se desvanecen como humo,
mis huesos queman como brasas;
mi corazón está agostado como hierba,
me olvido de comer mi pan;
con la violencia de mis quejidos
se me pega la piel a los huesos.
Estoy como lechuza en la estepa, como búho entre ruinas;
estoy desvelado gimiendo, como pájaro sin pareja en el tejado.
Mis enemigos me insultan sin descanso,
furiosos contra mí me maldicen.
En vez de pan como ceniza, mezclo mi bebida con llanto;
por tu cólera y tu indignación,
porque me alzaste en vilo y me tiraste;
mis días son una sombra que se alarga,
me voy secando como la hierba.
Tú, en cambio, Señor, reinas siempre
y tu fama pasa de generación en generación.
Levántate y ten misericordia de Sión,
que ya es hora y tiempo de misericordia.
Tus siervos aman sus piedras, les duele hasta su polvo.
los paganos temerán tu nombre; los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya a Sión y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones,
quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor:
que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los lamentos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte.
Para anunciar en Sión la fama del Señor
y alabarlo en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor.
El agotó mis fuerzas en el camino, acortó mis días;
Yo dije: Dios mío, no me arrebates en la mitad de mis días,
tus años duran por todas las generaciones.
Al principio cimentaste la tierra
y el cielo es obra de tus manos;
ellos perecerán, tú permaneces, se gastarán como ropa,
serán como vestido que se muda.
Tú, en cambio, eres aquel cuyos años no acabarán.
Los hijos de tus siervos y su linaje
habitarán establemente en tu presencia" (SAL. 102, 2-29).
"bendice a Yahveh, alma mía,
del fondo de mi ser, su santo nombre,
bendice a Yahveh, alma mía,
no olvides sus muchos beneficios.
El, que todas tus culpas perdona,
que cura todas tus dolencias,
rescata tu vida de la fosa,
te corona de amor y de ternura,
satura de bienes tu existencia,
mientras tu juventud se renueva como el águila.
Yahveh, el que hace obras de justicia,
y otorga el derecho a todos los oprimidos,
manifestó sus caminos a Moisés,
a los hijos de Israel sus hazañas.
Clemente y compasivo es Yahveh,
tardo a la cólera y lleno de amor;
no se querella eternamente
ni para siempre guarda su rencor;
no nos trata según nuestros pecados
ni nos paga conforme a nuestras culpas.
Como se alzan los cielos por encima de la tierra,
así de grande es su amor para quienes le temen;
tan lejos como está el oriente del ocaso
aleja él de nosotros nuestras rebeldías.
Cual la ternura de un padre para con sus hijos,
así de tierno es Yahveh para quienes le temen;
que él sabe de qué estamos plasmados (hechos),
se acuerda de que somos polvo (Dios creó a Adán de la tierra).
¡El hombre! Como la hierba son sus días,
como la flor del campo, así florece;
pasa por él un soplo, y ya no existe (muere),
ni el lugar donde estuvo vuelve a conocerle.
Mas el amor de Yahveh desde siempre hasta siempre
para los que le temen,
y su justicia para los hijos de sus hijos,
para aquellos que guardan su alianza,
y se acuerdan de cumplir sus mandatos.
Yahveh en los cielos asentó su trono,
y su soberanía en todo señorea.
bendecid a Yahveh, ángeles suyos,
héroes potentes, ejecutores de sus órdenes,
en cuanto oís la voz de su palabra.
bendecid a Yahveh, todas sus huestes,
servidores suyos, ejecutores de su voluntad.
bendecid a Yahveh, todas sus obras,
en todos los lugares de su imperio.
¡bendice a Yahveh, alma mía!" (SAL. 103, 1-22).
"¡Aleluya!
¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
¿Quién dirá las proezas de Yahveh,
hará oír toda su alabanza?
¡Dichosos los que guardan el derecho,
los que practican en todo tiempo la justicia!
¡Acuérdate de mí, Yahveh,
por amor de tu pueblo;
con tu salvación visítame,
que vea yo la dicha de tus elegidos,
me alegre en la alegría de tu pueblo,
con tu heredad me felicite!" (SAL. 106, 1-5).
"Según tu amor trata a tu siervo,
enséñame tus preceptos...
Vuélvete a mí y tenme piedad,
como es justo para los que aman tu nombre...
Por tu amor, Yahveh, escucha mi voz,
por tus juicios, vivifícame...
Mira que amo tus ordenanzas, Yahveh,
dame la vida por tu amor" (SAL. 119, 124; 132; 149; 159).
"A ti levanto mis ojos,
tú que habitas en el cielo;
míralos, como los ojos de los siervos
en la mano de sus amos.
Como los ojos de la sierva
en la mano de su señora,
así nuestros ojos en Yahveh nuestro Dios,
hasta que se apiade de nosotros.
¡Ten piedad de nosotros, Yahveh, ten piedad de nosotros,
que estamos saturados de desprecio!
¡Nuestra alma está por demás saturada
del sarcasmo de los satisfechos,
el desprecio es para los soberbios!" (SAL. 123, 1-4).
"Desde lo más profundo grito a ti, Yahveh:
¡Señor, escucha mi clamor!
¡Estén atentos tus oídos
a la voz de mis súplicas!
Si en cuenta tomas las culpas, oh Yahveh,
¿quién, Señor, resistirá?
Mas el perdón se halla junto a ti,
para que seas temido.
Yo espero en Yahveh, mi alma
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor
más que los centinelas la aurora;
más que los centinelas la aurora,
aguarde Israel a Yahveh.
Porque con Yahveh está el amor,
junto a él abundancia de rescate;
él rescatará a Israel
de todas sus culpas" (SAL. 130, 1-8).
"Clemente y compasivo es Yahveh,
tardo a la cólera y grande en amor;
bueno es Yahveh para con todos,
y sus ternuras sobre todas sus obras.
TE darán gracias, Yahveh, todas tus obras
y tus amigos te bendecirán;
dirán la gloria de tu reino,
de tus proezas hablarán,
para mostrar a los hijos de Adán tus proezas,
el esplendor y la gloria de tu reino" (SAL. 145, 8-12).
"Las misericordias de Yahveh quiero recordar,
las alabanzas de Yahveh,
por todo lo que nos ha premiado Yahveh,
por la gran bondad para la casa de Israel,
que tuvo con nosotros en su misericordia,
y por la abundancia de sus bondades.
Dijo él: "De cierto que ellos son mi pueblo,
hijos que no engañarán."
y fue él su Salvador
en todas sus angustias.
No fue un mensajero ni un ángel:
él mismo en persona los liberó.
Por su amor y su compasión
él los rescató:
los levantó y los llevó
todos los días desde siempre" (IS. 63, 7-9).
Llamamos misericordia a la virtud que nos inclina a compadecernos de los
trabajos y las miserias de nuestros prójimos los hombres. También llamamos
misericordia al atributo de Dios en cuya virtud nuestro Padre común nos perdona
nuestras transgresiones en el cumplimiento de su Ley (pecados) y nos acepta como
hijos a pesar de nuestras miserias.
"¡Aleluya! Dichoso quien respeta al Señor
Y es entusiasta de sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
La descendencia de los rectos será bendita.
En su casa habrá riquezas y abundancia (esta abundancia puede ser espiritual y/o
material),
Su generosidad dura por siempre.
En las tinieblas brilla una luz para los honrados:
El piadoso y compasivo y justo.
Dichoso el que se apiada y presta
Y administra rectamente sus asuntos.
El hombre honrado jamás vacilará,
Su recuerdo será perpetuo.
No temerá las malas noticias,
Confiando en el Señor se siente firme,
Se siente seguro, sin temor,
Y verá derrotados a sus enemigos.
Reparte limosna a los pobres, su generosidad dura por siempre
Y alzará su frente con dignidad” (SAL. 112, 1-9).
5-1-6. La sexta bienaventuranza.
"Felices los que tienen limpia la conciencia -dice Jesús-, porque ellos verán a
Dios" (MT. 5, 8).
A continuación oraremos mientras que leemos el Salmo 42, 2-12, pues deseamos
que nuestro Padre común concluya la instauración de su Reino entre nosotros.
"Como jadea la cierva,
tras las corrientes de agua,
así jadea mi alma,
en pos de ti, mi Dios.
Tiene mi alma sed de Dios,
del Dios vivo;
¿cuándo podré ir a ver
la faz de Dios?
¡Son mis lágrimas mi pan,
de día y de noche,
mientras me dicen todo el día:
¿En dónde está tu Dios?
Yo lo recuerdo, y derramo
dentro de mí mi alma,
cómo marchaba a la tienda admirable,
a la Casa de Dios,
entre los gritos de júbilo y de loa (alabanza),
y el gentío festivo.
¿Por qué, alma mía, desfalleces
y te agitas por mí?
Espera en Dios: aún le alabaré,
¡salvación de mi rostro y
mi Dios!
En mí mi alma desfallece.
Por eso te recuerdo
desde la tierra del Jordán y los Hermones,
a ti, montaña humilde.
Abismo que llama al abismo,
en el fragor de tus cataratas,
todas tus olas y tus crestas
han pasado sobre mí.
De día mandará
Yahveh su gracia,
y el canto que me inspire por la noche
será una oración al Dios de mi vida.
Diré a Dios mi Roca:
¿Por qué me olvidas?
¿Por qué he de andar sombrío
por la opresión del enemigo?
Con quebranto en mis huesos
mis adversarios me insultan,
todo el día repitiéndome:
¿En dónde está tu Dios?
¿Por qué, alma mía, desfalleces
y te agitas por mí?
Espera en Dios: aún le alabaré,
¡salvación de mi rostro y mi Dios!" (SAL. 42, 2-12).
Isaías escribió que, el día en que Cristo Rey venga a encontrarse con nosotros,
"Nadie hará daño, nadie hará mal
en todo mi santo Monte,
porque la tierra estará llena de conocimiento de
Yahveh,
como cubren las aguas el mar.
Aquel día la raíz de Jesé
estará enhiesta para estandarte de pueblos,
las gentes la buscarán,
y su morada será gloriosa.
Aquel día volverá el Señor a mostrar su mano
para recobrar el resto de su pueblo
que haya quedado" (CF. IS. 11, 9-11).
San Juan nos dice en su primera Epístola:
"Hijos míos, ¡obras son amores y no buenas razones! Esta será la señal de que
militamos en las filas de la verdad y de que podemos sentirnos seguros en
presencia de Dios: que si alguna vez nos acusa la conciencia, Dios está muy por
encima de nuestra conciencia y lo sabe todo. Si, por el contrario, queridos
hermanos, la conciencia no nos acusa, crece nuestra confianza en Dios. Y él nos
concederá todo lo que le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos
cuanto le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en su Hijo Jesucristo y
que nos amemos unos a otros conforme al precepto que él nos dio. Si guardamos
sus mandamientos, permanecemos en Dios y Dios en nosotros, como nos lo hace
saber el Espíritu que nos dio" (1 JN. 3, 19-24).
Isaías escribió en su Profecía:
"Pues bien, en la senda de tus juicios
te esperamos, Yahveh;
tu nombre y tu recuerdo son el anhelo del alma.
Con toda mi alma te anhelo en la noche,
y con todo mi espíritu por la mañana te busco.
Porque cuando tú juzgas a la tierra,
aprenden justicia los habitantes del orbe" (IS. 26, 8-9).
Para comprender el significado de la bienaventuranza que estamos meditando,
hemos de estudiar detenidamente el concepto del pecado, pero ahora sólo
pensaremos en que nuestro Padre común valora mucho la pureza, el amor de los
santos que le amaron de una forma inexplicable, el amor con que solventamos las
carencias de nuestros seres queridos y realizamos nuestras tareas ordinarias.
¿Debemos comprender que quienes tienen limpia la conciencia verán a Dios
personalmente, o debemos pensar que las citadas palabras de nuestro Señor tienen
un sentido simbólico? Isaías responde esta pregunta en los siguientes términos:
"Hará Yahveh Sebaot (el Dios de los ejércitos)
a todos los pueblos en este monte
un convite de manjares frescos, convite de buenos
vinos:
manjares de tuétanos, vinos depurados;
consumirá en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos
y la cobertura que cubre a todas las gentes;
consumirá a la muerte definitivamente.
Enjugará el Señor Yahveh
las lágrimas de todos los rostros,
y quitará el oprobio de su pueblo
de sobre toda la tierra,
porque Yahveh ha hablado.
Se dirá aquél día: “Ahí tenéis a nuestro Dios:
esperamos que nos salve;
éste es Yahveh en quien esperábamos;
nos regocijamos y nos alegramos
por su salvación" (IS. 25, 6-9).
Aunque no podamos comprender basándonos en nuestros razonamientos cómo
será posible que Dios elimine las injusticias y el sufrimiento de la tierra, no hemos
de olvidar las siguientes palabras del Apóstol:
"En efecto, para acercarse a Dios es preciso creer que existe y que no dejará sin
recompensa a aquellos que le buscan" (CF. HEB. 11, 6).
Jesús decía:
"Dejad que los niños se acerquen a mí y no se lo impidáis, porque el reino de los
cielos es de los que son como ellos" (CF. MC. 10, 14).
Jesús desea que nuestra conciencia sea un espejo a través del cuál pueda verse
la luz divina. Por consiguiente, en virtud de ello, el Salmista escribió:
"Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito
y cuya conciencia no queda turbia" (SAL. 32, 2).
Nuestro Jesús desea que seamos como los niños, que expresemos nuestros
sentimientos con la misma espontaneidad que ellos dicen lo que sienten sin
segundas intenciones. Como somos imperfectos y no podemos evitar los malos
entendidos que nos causan nuestros prójimos y en muchas ocasiones provocamos
nosotros, San Pablo escribió:
"Aunque alguna vez tengáis que enojaros, no permitáis que vuestro enojo se
convierta en pecado, ni que os dure más allá de la puesta del sol" (EF. 4, 26).
5-1-7. La séptima bienaventuranza.
"Bienaventurados los que trabajan en favor de la paz -dice Jesús-, porque Dios
los llamará hijos suyos" (MT. 5, 9).
Si recordamos las bienaventuranzas anteriores, podemos pensar que Dios se
ofrece a curar a los enfermos, a saciar a los hambrientos y a los sedientos, a ser
misericordioso con quienes son misericordiosos, y, en general, a colmar de felicidad
a quienes le aman, pero, a los pacificadores, les llama hijos suyos. Nuestro Señor
no utilizó ningún arma para hacer que sus enemigos cambiaran de conducta, así
pues, El se dejó asesinar por sus detractores, con el fin de que ellos aprendieran
que nuestro Padre común nos creó para que vivamos unidos, así pues, Jesús les
dijo a sus amigos íntimos durante la conmemoración de la Cena pascual:
"Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo
estoy unido a él, produce mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer"
(JN. 15, 5).
Isaías nos anunció el nacimiento del Príncipe de la paz.
"El pueblo que andaba a oscuras
vio una luz grande.
Los que vivían en tierra de sombras,
una luz brilló sobre ellos.
Acrecentaste el regocijo,
hiciste grande la alegría.
Alegría por tu presencia,
cual la alegría en la siega,
como se regocijan
repartiendo botín.
Porque el yugo que les pesaba
y la pinga de su hombro
-la vara de su tirano-
has roto, como el día de Madián.
Porque toda bota que taconea con ruido,
y el manto rebozado en sangre
serán para la quema,
pasto del fuego.
Porque una criatura nos ha nacido,
un hijo se nos ha dado.
Estará el señorío sobre su hombro,
y se llamará su nombre
"Maravilla de Consejero",
"Dios Fuerte",
"Siempre Padre",
"Príncipe de Paz".
Grande es su señorío y la paz no tendrá fin
sobre el trono de David y sobre su reino,
para restaurarlo y consolidarlo
por la equidad y la justicia,
desde ahora y hasta siempre,
el celo de Yahveh Sebaot hará eso" (IS. 9, 1-6).
¿Es fácil trabajar por el establecimiento de la paz en el mundo, en nuestra
sociedad y en nuestros hogares?
¿Disfrutamos nosotros de la paz que necesita el mundo?
Jesús nos dice:
"No creáis que he venido a traer la paz al mundo. ¡No he venido a traer paz, sino
guerra! Porque he venido a causar discordia, a poner al hijo en contra de su padre,
a la hija en contra de su madre y a la nuera en contra de su suegra; de suerte que
los enemigos de cada uno serán sus propios familiares" (MT. 10, 34-36).
¿Os habéis desanimado los religiosos o los laicos en alguna ocasión, pensando
que Dios os ha encomendado un trabajo superior a vuestras fuerzas para llevar el
mismo a cabo?
Jesús nos dice:
"Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión
conmigo. En el mundo tendréis sufrimientos; pero ¡ánimo!, yo he vencido al
mundo" (JN. 16, 33).
Al percatarnos de que Jesús aún no había padecido su pasión ni había fallecido
cuando dijo que había vencido al mundo, ello nos ayuda a entender que tenemos
que resolver nuestras dificultades lentamente, sufriendo los fracasos a los que
tengamos que enfrentarnos, y alegrándonos en cada ocasión que solucionemos
alguno de nuestros problemas.
El Salmista escribió con la sabiduría práctica que lo caracterizaba, pues la misma
le fue revelada por Dios, al mismo tiempo que la vivía aplicándola a las experiencias
que tuvo durante su vida:
"Sacrificio para Dios es un espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios no lo desprecias" (SAL. 51, 19).
Si somos imitadores de Jesús, hemos tenido que aprender que el reino de Dios se
gana orando y proclamando el Evangelio como buenos pregoneros de justicia, y
viviendo como cristianos ejemplares, enfocando las contrariedades de nuestra vida
de una forma positiva al modo que lo hizo Jesús, cuando dijo:
"Y seré yo quien, una vez que haya sido elevado sobre la tierra, atraeré a todos
hacia mí" (JN. 12, 32).
Pidámosle a Dios que muchos laicos sigan el ejemplo de los religiosos y se
consagren a la evangelización activa, que los padres críen y eduquen a los santos
del futuro, que los jóvenes atraigan a la Iglesia a sus amigos y compañeros de
estudio y trabajo, y que los ancianos, los desamparados, los pobres y los enfermos,
sigan elevando sus plegarias al cielo, como si de esa forma apresuraran la llegada
del mañana que, por nuestra fe, esperamos que sea mejor que este tiempo tan
cargado de hostilidades. A la luz de JN. 12, 32, digámosle a Jesús:
Querido hermano:
Danos tu Espíritu santo para que nuestra vida ejemplar convierta a nuestros
prójimos al Evangelio. Envíanos a tu Espíritu Santo para que nuestras palabras sean
eficaces como para conseguir que el mundo se acerque al Dios verdadero y confíe
en la Trinidad Beatísima.
Vamos a manifestarle a nuestro Padre y Dios el deseo que tenemos con respecto
al establecimiento de la paz mundial. Evitemos olvidar que, antes de luchar por el
establecimiento de la paz mundial, hemos de obtener la paz interior que tanto
necesitamos para pacificar al mundo después de que el Espíritu Santo nos conceda
tan apreciado don celestial. San Pablo les escribió a los cristianos de Colosas:
"Que la paz de Cristo reine en vuestra vida; ha ella os ha llamado Dios para
formar un solo cuerpo. Sed agradecidos" (COL. 3, 15).
5-1-8. La octava bienaventuranza.
"Felices los que sufren persecución por ser justos y buenos -dice nuestro Señor-,
porque suyo es el reino de Dios" (MT. 5, 10).
"Pero, aún cuando tengáis que sufrir por ser buenos, ¡dichosos vosotros! No
temáis las amenazas ni os asustéis. Glorificad en vuestro corazón a Cristo, el Señor,
estando dispuestos en todo momento a dar razón de vuestra esperanza a
cualquiera que os pida explicaciones. Pero, eso sí, hacedlo con dulzura y respeto,
como quien tiene limpia la conciencia, para que la evidencia misma de la calumnia
confunda a quienes denigran vuestra buena conducta cristiana. Porque más vale
sufrir, si así lo quiere Dios, por hacer el bien, que por hacer el mal" (1 PE. 3, 14-
17).
Para entender el texto petrino que estamos meditando, hemos de recordar que
San Pedro escribió sus Epístolas en un tiempo en que los seguidores de Cristo eran
mal vistos e incluso perseguidos, por el simple hecho de creer en una deidad
muerta. Recordemos también que el mismo San Pablo, cuando les escribió su Carta
a los Gálatas, instó a sus lectores a que no permitieran que su fe flaqueara, cuando
quienes desconocían sus creencias, no aceptaban el hecho de que ellos creyeran en
Jesús, aún sabiendo que el Hijo de María había sido crucificado.
A la luz de la bienaventuranza que estamos meditando y del texto del Apóstol
Pedro que acabamos de recordar, volvemos a preguntarnos: ¿Qué sentido tiene el
martirio? ¿No podrían los mártires haber ocultado su fe temporalmente hasta que
hubieran tenido la oportunidad de trabajar por Dios en un entorno que les fuera
favorable en vez de dejarse asesinar? Sabemos que la Iglesia nos permite disimular
nuestra fe si estamos en peligro de muerte, pero, bajo ninguna circunstancia hemos
de renegar de Dios. Es preciso que estas y otras cuestiones sean alumbradas en la
exposición de la Pasión, muerte y Resurrección del Mesías.
"Felices vosotros cuando os insulten y os persigan y cuando falsamente digan de
vosotros toda clase de infamias sólo porque sois mis discípulos" (MT. 5, 11).
"Queridos hermanos, no os asombre como algo inusitado la persecución desatada
contra vosotros, que es como un fuego en el que vuestra fe ha de ser probada.
Alegraos, más bien, de compartir los sufrimientos de Cristo, para que el día de su
gloriosa manifestación también vosotros saltéis de júbilo. Dichosos si sois ultrajados
por seguir a Cristo; eso quiere decir que el Espíritu glorioso de Dios alienta (se
manifiesta con su fuerza poderosa) en vosotros. Que ninguno de vosotros tenga
que sufrir por asesino, ladrón, malhechor o entrometido. Pero si es por ser
cristiano, que no se avergüence, sino que alabe a Dios por llevar ese nombre" (1
PE. 4, 12-16).
"¡Alegraos entonces! ¡Estad contentos, porque en el cielo os espera una gran
recompensa! ¡Así también fueron perseguidos los profetas que vivieron antes que
vosotros!" (MT. 5, 12).
Cuando el Diácono San Esteban fue enjuiciado por el Sanedrín (alto tribunal de
los judíos), les dijo a los jueces de Palestina, recordando la Historia sagrada, e
intentando convertir a sus enemigos al Evangelio:
"Vosotros, hombres testarudos, de corazón empedernido y oídos sordos, siempre
habéis ofrecido resistencia al Espíritu Santo. Sois como vuestros antepasados (los
que persiguieron y asesinaron a los antiguos profetas). ¿Hubo algún profeta al que
no persiguieran vuestros padres? Ellos mataron a los que predijeron (anunciaron)
la venida del único justo (Jesús), a quien ahora habéis entregado y asesinado"
(HCH. 7, 51-52).
¿Por qué nos anima Jesús a resistir todas las contrariedades a las que tenemos
que sobrevivir los cristianos practicantes para no perder la fe que sustenta nuestra
espiritualidad? Nuestro Señor nos dice que, de la misma forma que el Espíritu Santo
fortaleció a los Profetas del pasado, nosotros también recibiremos el aliento divino
necesario para afrontar las persecuciones que nos puedan sobrevenir a lo largo de
nuestra vida.
Jesús podría evitarnos todas las pequeñas y grandes contrariedades que los
cristianos practicantes sufrimos gustosamente para que la voz de Dios no se
extinga en el mundo materialista. Es cierto que Jesús podría conseguir muchos más
frutos de los que nosotros producimos, pero él quiere que seamos perfeccionados al
trabajar para que quienes deseen unirse a nosotros sientan que son miembros del
Reino de nuestro Padre y Dios.