XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Pautas para la homilias
"La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la aman, y la
encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean".
Pedagogía de los contrastes
Salvo en las parábolas de la levadura fermentadora de la masa, la de la dracma
perdida y la de la viuda y el juez, la mujer no ocupa el protagonismo estelar de las
parábolas del Maestro de Galilea. En el texto evangélico que la liturgia nos ofrece
este domingo, es un grupo de jóvenes mujeres quien funge como protagonista del
relato en el escenario de una fiesta de bodas, símbolo de la dicha a la que conduce
la Buena Noticia. El contexto narrativo apunta, además, a un relato de corte
escatológico no siempre fácil de leer en nuestra mentalidad actual. No obstante,
hay sobrados detalles que pueden alimentar nuestras expectativas cristianas en
estos días.
Los opuestos que tachonan el relato del evangelista Mateo nos ayudan a alimentar
nuestra condición de discípulos del evangelio: la noche y la luz, la sabiduría y la
estupidez, la puerta cerrada y la que está abierta (más los que se sugieren en el
resto de las lecturas: vida y muerte, vivos y difuntos, buscador o no de la
sabiduría…) y nos centran en lo que puede ser uno de los argumentos de la mesa
de la Palabra de este domingo.
Es importante ser previsor, persistir en un estilo de vida vigilante y atento a todo el
caudal de vida que en nuestro derredor discurre; el sufrimiento que hay en nuestro
mundo nos provoca como creyentes a identificar en cada momento las señales de
deshumanización que proliferan por doquier para que la lámpara encendida de
nuestra creencia nos conduzca a ofrecer lo que en nombre de Jesús de Nazaret nos
identifica. En la Sagrada Escritura es sabio quien se conduce con acierto en la vida;
por el contrario es imprudente y nada inteligente quien no orienta con adecuado
rumbo su vida. Las jóvenes que esperan al novio son inteligentemente creyentes,
pues no sólo se sienten capaces de dar luz, sino que, al intuir la espera larga,
refuerzan su capacidad luminosa.
El telón de fondo apocalíptico en el que se ubica la parábola puede que nos despiste
un poco. Nuestro desconocimiento del más allá, salvo que estaremos siempre en las
manos de nuestro Dios, no puede ser licencia para la libre imaginación ni para
ignorar nuestra presente historia. Porque si bien es importante tensar en cada
momento el arco de nuestra esperanza cristiana, no debe ser la habitual coartada
para centrarnos en ámbitos que estarán siempre a cargo de nuestro buen Padre
Dios, y en los que ya no cabe colaboración. Pero, aquí, en el más acá, también
estamos en manos de nuestro Dios, con la diferencia que las nuestras se juntan en
una alianza creadora (los dos así creando, los así velando por las cosas) que nos
hace grandes y, al tiempo, es garantía de humanización en nuestro caminar como
discípulos de Jesús.
Los contrastes de esta página evangélica son ingredientes útiles para amasar
nuestra opción como discípulos del Maestro. De Él nos viene la luz para vencer el
sueño de nuestro cansancio o la falta de alegría de algunos de nuestros mensajes;
de su evangelio tomamos la energía suficiente para que las baterías de nuestras
lámparas den su claridad, no nuestra sombra ni nuestro recado ideológico; la
energía de Jesús de Nazaret es la fuerza con la que podemos empujar todas las
puertas que se usan para la interesada defensa frente al dolor de nuestro mundo y
al grito de todas las víctimas de nuestra historia presente que, quizá por ser tantas,
abonan el mirar para otro lado por nuestra evidente impotencia. Pero no nos
movemos por nuestra energía ni vemos los pasos por la agudeza de nuestra vista,
sino por la fuerza y luz que el evangelio tiene para todo el que busca vivir con
dignidad en el seguimiento de Jesús.
Las jóvenes, tanto las previsoras como las que no, son del grupo dispuesto a
agasajar y festejar al novio, pero ¿es suficiente, acaso, ser sólo del grupo del
Señor? Habrá que acreditar, con toda seguridad, otros recursos, otros compromisos
y otras esperanzas. Puede ser decisivo para nuestra fe trabajar la confianza y la
fidelidad, así como la tensión buscadora de la fuerza de la Palabra en este largo
tiempo de la espera; habrá que abastecerse del mejor aceite para que a nuestro
lapso vital no le falte alegría, luz y fuerza, pues de otra manera la perseverancia es
casi imposible. Y en todo momento, que no falte la necesidad, y la dicha, de
encontrarnos con el Señor, donde él gusta ser encontrado: con nuestros iguales,
con su Palabra samaritana, con la aventura de hacer comunión en un Pueblo, la
Iglesia, que el Señor se ha tomado como heredad.
Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)
Con permiso de dominicos.org