Comentario al evangelio del Miércoles 02 de Noviembre del 2011
Somos hombres y mujeres creyentes. En lo más profundo de nuestro corazón habita una confianza:
Dios es nuestro futuro y su corazón el lugar donde ya viven aquellos a quienes amamos en vida y nos
dejaron. Ellos viven ya junto a Dios y, por la fe, esperamos eso mismo para nosotros: vivir para
siempre junto a Dios. Y es que Dios ¡es un Dios de vivos!
Hoy nos acercamos a ese misterio de la vida por el que, a sabiendas que la vida terrena tiene un final y
que nuestros cuerpos mortales acabarán en los cementerios, confiamos y creemos en que nuestro
verdadero hogar está y estará siempre junto al Padre. El es nuestro hogar definitivo.
Quien vive con esta confianza hoy reza agradecido. Agradecido a Dios por la vida, por tener la suerte
de compartir la historia humana con tantos hombres y mujeres que han vivido antes y vivirán después.
Todos ellos son y serán buenos a los ojos de Dios. Aunque a los ojos de los hombres quizá algunos se
equivocaron, Dios confió un día en ellos, como confió en nosotros, con la convicción de haber puesto
en el corazón humano la fuerza suficiente para querer hacer las cosas lo mejor que pudieron. Y así,
queriendo hacer las cosas lo mejor que sabemos y lo mejor que podemos, empeñémonos en seguir
construyendo en esta vida ese pedacito de cielo en el que un día nos encontraremos. No por nuestros
méritos, evidentemente, sino porque Él lo ha dispuesto así. No porque seamos buenos, sino porque Él
es bueno. Esa es nuestra fe.
Fernando Prado, cmf