Comentario al evangelio del Jueves 03 de Noviembre del 2011
Saludos, amigos:
La alegría al encontrar a la oveja perdida o la moneda extraviada es proporcional al esfuerzo invertido
en encontrarla. La alegría de Jesús no está en el valor de la oveja o de la moneda (que ciertamente
tienen en sí un valor nada despreciable) sino en el hecho de encontrar lo perdido. Lo que hace
importante a la oveja o a la moneda es, propiamente, el hecho de hallarse perdidas. El que busca se
alegra más, si cabe, por el esfuerzo recompensado al encontrar lo perdido que por el valor en sí de lo
extraviado.
Algo así es Dios. Es como un buen pastor que no da nunca nada ni a nadie por perdido. Cuando nos
alejamos de él, se alegra al volvernos a encontrar. Se alegra cuando volvemos al redil y nunca deja de
buscarnos. Con esta parábola, Jesús nos quiere explicar y desvelar cómo es el verdadero rostro de Dios
y, de paso, el ideal humano al que estamos llamados. El Dios que se nos revela en Jesús no es un Dios
despreocupado e indolente, sino ese Dios-amor que nos busca y se desvela por nosotros; que pone
pasión en buscarnos porque le importamos. Hoy somos nosotros invitados a encontrar en esta forma de
ser de Dios la nuestra y a no dar nunca a nadie por perdido. Todos tenemos un lugar en el corazón de
Dios y Él no quiere que nadie se pierda de su mano.
Fernando Prado, cmf