EL XXXI DOMINGO ORDINARIO A
(Malaquías 1:4-2:2.8-10; I Tesalonicenses 2:7-9.13; Mateo 23:1-12)
Los protestantes a menudo preguntan porque los católicos llaman a sus sacerdotes
“padre”. Dijeran: “¿No saben que Jesús prohíba que se llame ningún hombre por
este título en el evangelio según Mateo?” Es una pregunta válida, y la Iglesia no
debe descartarla como ingenua. Como respuesta podemos apuntar que Jesús
también dice que ninguno de sus discípulos puede ser llamado “maestro” o “guía”;
pues sólo él es quien instruye y dirige la comunidad de fe. Sin embargo, como
llamamos a nuestro progenitor “padre” y nuestros catequistas “maestros”, no nos
parece desobediente honrar a los párrocos y confesores con la distinción “padre”.
El verdadero problema está arraigado en nuestra inclinación a considerar a Dios
como muchos padres mundanos. Eso es, vemos a Dios como un hombre confuso
que no entiende a sus hijos. Este tipo de padre se retira de la vida particular de sus
hijos para evitar verse no competente. Sin embargo, más tarde o más temprano se
hace molesto con los caprichos de sus hijos y reacciona con la furia. El personaje de
Homero Simpson personifica al padre mundano que da matiz a nuestro
pensamiento de Dios.
En el evangelio hoy Jesús reta tanto a sus discípulos como a todos padres de la
tierra a imitar a su Padre celestial. Pero primero ha tenido que desarrollar el
concepto de Dios como padre. Los judíos en su tiempo aceptan a Dios como padre
pero más en la forma de patriarca nacional que guía íntimo. En la primera lectura el
profeta Malaquías refiere a Dios como Padre de todos, pero el mismo Dios declara:
“Yo soy el rey soberano…mi nombre es temible…” Entonces Jesús viene revelando
lo que podemos llamar “el lado tierno de Dios Padre”. Lo hace con imágenes
concretas: Dios está tan cerca de nosotros que tiene todos los cabellos de nuestras
cabezas contados (Mateo 10:30). También, Dios nos cuida a nosotros tanto como
un pastor que deja el rebaño para buscar a la oveja descarriada (Mateo 18:12-14).
Sin embargo, no podemos comprender bien el amor de Dios Padre sin tomar en
cuenta la figura de Jesús. Él es Dios encarnado que se mete como hermano entre
nosotros para compartir nuestras lágrimas y últimamente para dar su vida para que
tengamos la felicidad completa.
Es patente que la paternidad está en crisis en nuestro tiempo. Muchos hombres se
ignoran de Dios como modelo para la cabeza de la familia. Por una gran parte estos
hombres no viven con sus familias. Sea por divorcio o sea por nunca casarse, pasan
poco tiempo con sus hijos. En lugar de transmitir los valores de la fe, la fidelidad, y
el sacrificio, tienen que concentrarse en penetrar las defensas del niño por haber
abandonarlo. Otros hombres – inclusos a varios padres cristianos – han sido
demasiado indulgentes con sus hijos faltando a implantar en ellos las virtudes de la
obediencia y la fortaleza. No tienen la firmeza de voluntad para ser coherentes en
su disciplina. Cuando dicen a sus hijos que no van a recibir un nuevo juego de
computadora porque no se han aplicado en sus tareas, quieren decir “más tarde”.
Con muchas mujeres trabajando fuera de la casa, los hombres sienten obligados a
ayudar con el trabado del hogar. ¿Es necesario? Ciertamente sería injusto si la
esposa trabajadora tuviera que hacer un segundo torno en la casa. Pero muchas
mujeres cristianas no resienten cuando sus maridos no hagan tantas tareas en la
casa como ellas. Solamente esperan que los hombres les agraden por sus esfuerzos
y que cumplan sus responsabilidades como líderes de la familia. Eso es, que los
padres enseñen, protejan, disciplinen, y en varios otros modos preparen a sus
niños para el mundo afuera.
Hay un padre que viene a misa con toda la familia cada viernes. Los tres hijos son
jóvenes – tal vez doce, nueve y cuatro años – pero no se hacen molestos por nada.
Al tiempo de la santa Comunión el hijo mayor precede a su padre recibir la hostia.
Como su padre el niño ahínca antes de acercarse al sacerdote. Como su padre
recibe la hostia en la boca. Y como su padre regresa a su banca para meditar en el
misterio que le abarca. Es patente que el hombre es el guía íntimo de su familia. Es
patente que este hombre merece el título “padre”.
Padre Carmelo Mele, O.P