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VIII semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Lunes
Mc 10, 17-27
Ve y vende lo que tienes y sígueme. Es una invitación cuya profundidad
maravillosa será entendida plenamente por los discípulos después de la
resurrección de Cristo, cuando el Espíritu Santo los guiará hasta la verdad completa
(cf. Jn 16, 13) (VS 19, 1).
La llamada está dirigida sobre todo a aquellos a quienes confía una misión
particular, empezando por los Doce; pero también es cierto que la condición de
todo creyente es ser discípulo de Cristo (cf. Hch 6, 1). Por esto, seguir a Cristo es el
fundamento esencial y original de la moral cristiana: como el pueblo de Israel
seguía a Dios, que lo guiaba por el desierto hacia la tierra prometida (cf. Ex 13,
21), así el discípulo debe seguir a Jesús, hacia el cual lo atrae el mismo Padre (cf.
Jn 6, 44) (Ibidem 19, 2).
No se trata aquí solamente de escuchar una enseñanza y de cumplir un
mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de
Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a
la voluntad del Padre. El discípulo de Jesús, siguiendo, mediante la adhesión por la
fe, a aquél que es la Sabiduría encarnada, se hace verdaderamente discípulo de
Dios (cf. Jn 6, 45). En efecto, Jesús es la luz del mundo, la luz de la vida (cf. Jn 8,
12); es el pastor que guía y alimenta a las ovejas (cf. Jn 10, 11-16), es el camino,
la verdad y la vida (cf. Jn 14, 6), es aquel que lleva hacia el Padre, de tal manera
que verle a él, al Hijo, es ver al Padre (cf. Jn 14, 6-10). Por eso, imitar al Hijo,
“imagen de Dios invisible” (Col 1, 15), significa imitar al Padre (Cfr. Ibidem 19, 3).
El “sígueme” de Cristo se puede escuchar a lo largo de distintos caminos, a
través de los cuales andan los discípulos y los testigos del divino Redentor. Se
puede llegar a ser imitadores de Cristo de diversos modos, o sea no sólo dando
testimonio del Reino escatológico de verdad y de amor, sino también esforzándose
por la transformación de toda la realidad temporal conforme al espíritu del
Evangelio. Es aquí donde comienza también el apostolado de los laicos, inseparable
de la esencia misma de la vocación cristiana.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)