1
VIII semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Miércoles
Mc 10,32-45
Ya ven que nos estamos dirigiendo a Jerusalén, y el Hijo de hombre va a ser
entregado “en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará” (Mt
17, 22). Cristo tenía conciencia de que para la salvación del mundo era necesario
su sacrificio, “para que todo el que creyere en Él tenga la Vida eterna” ( Jn 3, 14).
En el designio de Dios, estaba establecido que no se podía salvar al hombre de
otro modo. Para esto no hubiera bastado alguna otra palabra, algún otro acto.
Fue necesaria la palabra de la cruz; fue necesaria la muerte del Inocente,
como acto definitivo de su misión. Fue necesario para “justificar al hombre...”, para
despertar el corazón y la conciencia, para constituir el argumento definitivo en ese
encuentro entre el bien y el mal, que camina a lo largo de la historia del hombre y
la historia de los pueblos...
Cristo ha dejado este sacrificio suyo a la Iglesia como su mayor don. Lo ha
dejado en la Eucaristía. Y no sólo en la Eucaristía: lo ha dejado en el testimonio de
sus discípulos y confesores.
Cristo ha enseñado que es necesario vencer con la verdad y con el amor.
Cristo ha enseñado también que se puede, y algunas veces se debe, aceptar la
muerte, que es necesario sacrificar la vida para dar testimonio de la verdad y del
amor.
Así, pues, la Cruz de Cristo no cesa de ser para cada uno de nosotros esta
llamada misericordiosa y, al mismo tiempo, severa a reconocer y confesar la propia
culpa. Es una llamada a vivir en la verdad.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)