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Visitación de la santísima Virgen María (Lc 1, 39-56)
¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme ? Concluimos el
mes de mayo con la fiesta de la Visitación de la santísima Virgen María. Todo nos
invita a dirigir con confianza la mirada a María.
En esta fiesta de la Visitación la liturgia nos hace escuchar de nuevo el pasaje
del evangelio de san Lucas que relata el viaje de María desde Nazaret hasta la casa
de su anciana prima Isabel. Imaginemos el estado de ánimo de la Virgen después
de la Anunciación, cuando el ángel se retiró. María se encontró con un gran misterio
encerrado en su seno; sabía que había acontecido algo extraordinariamente único;
se daba cuenta de que había comenzado el último capítulo de la historia de la
salvación del mundo. Pero todo en torno a ella había permanecido como antes, y la
aldea de Nazaret ignoraba totalmente lo que le había sucedido.
Pero en vez de preocuparse por sí misma, María piensa en la anciana Isabel,
porque sabe que su embarazo estaba ya en una fase avanzada. Impulsada por el
misterio de amor que acaba de acoger en sí misma, se pone en camino y va „aprisa‟
a prestarle su ayuda. He aquí la grandeza sencilla y sublime de María.
Así pues María, movida por la caridad, se dirige a la casa de su pariente.
Cuando entra, Isabel, al responder a su saludo y sintiendo saltar de gozo al niño en
su seno, “llena de Espíritu Santo”, a su vez saluda a María en alta voz: “Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno” (cf. Lc 1, 40-42). Esta exclamación
o aclamación de Isabel entraría posteriormente en el Ave María, como una
continuación del saludo del ángel, convirtiéndose así en una de las plegarias más
frecuentes de la Iglesia. Pero más significativas son todavía las palabras de Isabel
en la pregunta que sigue: “¿de donde a mí que la madre de mi Seor venga a mí?”
(Lc 1, 43). Isabel da testimonio de María: reconoce y proclama que ante ella está la
Madre del Señor, la Madre del Mesías. De este testimonio participa también el hijo
que Isabel lleva en su seno: “salt de gozo el nio en su seno” (Lc 1, 44). El nio es
el futuro Juan el Bautista, que en el Jordán señalará en Jesús al Mesías.
Siempre según la narración de Lucas, del alma de María brota un canto de
júbilo, el Magnificat, en el que también ella expresa su alegría: “Mi espíritu se
alegra en Dios mi salvador” (Lc 1, 47). Educada como estaba en el culto de la
palabra de Dios, conocida mediante la lectura y la meditación de la Sagrada
Escritura, María en aquel momento sintió que subían de lo más hondo de su alma
los versos del cántico de Ana, madre de Samuel (cf. 1 S 2, 1-10) y de otros pasajes
del Antiguo Testamento, para dar expresión a los sentimientos de la “hija de Sin”,
que en ella encontraba la más alta realización. Y eso lo comprendió muy bien el
evangelista Lucas gracias a las confidencias que directa o indirectamente recibió de
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María. Entre estas confidencias debió de estar la de la alegría que unió a las dos
madres en aquel encuentro, como fruto del amor que vibraba en sus corazones. Se
trataba del Espíritu-Amor trinitario, que se revelaba en los umbrales de la “plenitud
de los tiempos” (Ga 4, 4), inaugurada en el misterio de la encarnacin del Verbo.
Ya en aquel feliz momento se realizaba lo que Pablo diría después: “El fruto del
Espíritu es amor, alegría, paz” (Ga 5, 22).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)