XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
INVITADOS A UNA FIESTA ETERNA
Padre Pedrojosé Ynaraja
Leo y releo el texto evangélico de la misa de este domingo, tal como lo redacta el
misal. No os diré, mis queridos jóvenes lectores, que esté equivocado, pero sí que
el lenguaje lo encuentro almibarado. Trataré de decirlo de otra manera, que me
parece está más de acuerdo con la ambientación de la escena.
A una boda estaban invitadas diez alegres teenagers o quinceañeras, como queráis
llamarlas. Eran compañeras de la novia. Ni olvidaron la alheña, vosotros la llamáis
henna, su nombre árabe, el conocido pigmento de los tatuajes, ni las
correspondientes lámparas, que algunos creen que serían más bien antorchas. En
uno u otro caso, simples enredados cabezales de estropajo, aptos para empaparse
con rapidez. Era preciso acompañar este material de un combustible, que en aquel
tiempo no podía ser otro que el aceite de oliva. Como pasa con gente de esta edad,
y de las demás también, algunas chiquillas eran algo estúpidas, otras precavidas.
Incluso ahora que tenemos bombillas eléctricas, nada es comparable al nervioso y
alegre resplandor de una llama salvaje. Lo sabían ellas bien y también el
protagonismo que tenía su presencia. Una fiesta, por concurrida que sea, si a la
pareja anfitriona la acompañan únicamente vejestorios, será una triste o ridícula
convivencia
La pareja protagonista y amiga, ya hacía tiempo que se habían casado, es decir, de
acuerdo con sus posibilidades, conveniencias y gustos, habían formalizado su
compromiso matrimonial. No hay que olvidar que muchos animales se aparean por
puro instinto. Los humanos se aman y se comprometen, cuando consideran que les
conviene hacerlo así. Interviene en esta primera etapa la familia, sin que pierda
protagonismo la pareja. Ahora bien, siendo un encuentro serio, se realiza en el
ámbito más bien privado de la intimidad de las familias. A partir de aquel momento,
no se trataba de limitarse a salir juntos, sino de irse conociendo y proyectando su
vida futura de mutuo acuerdo. Es una aventura apasionante, no exenta de
dificultades. No hay que olvidar que el pueblo hebreo no es especialmente erótico.
Los derroteros de su unión que cada vez va ganando en profundidad, siguen otros
criterios. Algunos textos del Antiguo Testamento son bellísimos expresiones de
humana sensualidad, pero son una excepción. Me había desviado de la narración,
perdonadme, continúo con lo que os contaba. Las amigas acompañaban a la novia,
la perfumaban y vestían con sus mejores galas, sin olvidar los tatuajes. Faltaba el
solemne encuentro de la prometida con el novio, también él engalanado, para
entrar en el recinto de la fiesta, donde esperaban alegres las criaturas, que pronto
se quedarán dormidas y las comadres, que lo pasarían a lo grande con sus
chismorreos. El festín duraba unos días, el fuego era tan importante, como el
chupinazo de las fiestas de San Fermín en Pamplona. Si un año un alcalde se
olvidase de encenderlo, con seguridad se vería obligado a abandonar el consistorio
y morirse de aburrimiento en el exterior. Es algo parecido lo que les pasó a las
chicas tontas. Quisieron arreglarlo a última hora, volviendo a casa en busca de
aceite. Al retornar ya nadie se acordaba de ellas, habían cerrado la puerta de la
estancia y no pudieron entrar, condenadas a pasar la noche a la intemperie.
Viene ahora la enseñanza que nos quiere trasmitir el Señor. Estamos invitados a
una gran fiesta, Jesús nos lo ha ido recordando cada vez que nos hemos
encontrado con Él, sea en la oración o en los sacramentos, pero hay gente que lo
olvida. Se entretiene en tonterías. Procura acumular riqueza, conseguir piso,
comprar coche, tener el último modelo de MP3 o móvil, cosa que le parece
imprescindibles. Son como aquellas chicas tontas. A la celebración, al Cielo, es
preciso ir rebosante de emoción, de alegría, de generosidad, de elegancia, de
limpieza espiritual y lealtad. Los egoístas, despreocupados y perezosos, no tienen
sitio para ellos en la eternidad.
Rezaré, mis queridos jóvenes lectores, como cada semana lo hago, para que no
seáis tontos y atolondrados y os perdáis la grande y definitiva oportunidad de
vuestra existencia.
Padre Pedrojosé Ynaraja