Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Al final del camino
Acabamos de celebrar la fiesta de todos los muertos, ocasión propicia para ir al cementero a
renovar las flores de las tumbas y rezar un réquiem por el eterno descanso de nuestros seres
queridos. Caminando entre los sepulcros me vino el recuerdo, no de los muertos, sino de
los vivos que se quedan con el remordimiento de no haberse despedido en paz de los suyos,
de no haber cumplido, de no haber sido capaces de reconciliarse o de haber abandonado. Lo
mejor es no dejar cuentas pendientes.
“¡Una voz se escucha en Ramá: gemidos y llantos amargos: Raquel está llorando a sus hijos
y no se consuela, porque ya no existen” (Jr. 31,15) No sólo la Biblia, también la tradición
popular nos cuenta la tragedia de los que no terminan reconciliados. ¿Quién no ha
escuchado la leyenda de la llorona , de aquella madre que perdió a sus hijos y que en las
noches de insomnio se le oye gritar por las calles: ¡Ay mis hijos!
La muerte es una realidad de la cual nadie se escapa. "Frente a la muerte, el enigma de la
condición humana alcanza su cumbre" (CIC 1006). El paso de este mundo al otro es natural
que sobrevenga, pero por la fe sabemos que realmente es "salario del pecado" (Rm 6,23). Y
para los que mueren con el alma limpia, es una participación en la resurrección de
Jesucristo.
De los que se han marchado, ¿qué conservamos? ¿La herencia? El tiempo va purificando la
memoria y nos vamos quedando con todo lo bueno que recibimos de los que ya no están.
No se trata de cosas materiales, sino de experiencias felices, divertidas, tal vez algún
problema compartido. Lo que permanece es el amor.
La muerte es la conclusión de nuestra carrera, pone punto final al libro de la vida. El
recuerdo de nuestra mortalidad sirve también para hacernos pensar que no contamos más
que con un tiempo limitado para amar y hacer el bien. “Acuérdate de Dios en tus días
mozos, mientras no vuelvas al polvo a la tierra, a lo que eras; y el espíritu vuelva a Dios
que es quien lo dio” (Qo 12,1.7).
El Papa Benedicto XVI comentando el salmo 22 nos dice: “El Señor es mi pastor nada me
falta. Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo”. Esta es la
esperanza que brota en la vida del creyente (Spe Salvi 6). El verdadero pastor es Aquel que
conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte, Aquel que incluso por el
camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome
para atravesarlo, porque Él mismo ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido y ha
vuelto para acompañarnos. Por eso nada temo porque tu vara y tu cayado me sostienen.
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