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Saber vigilar para que el amor no se duerma
Domingo 32º del Tiempo ordinario. Mt 25,1-13
6 de noviembre de 2011
Estamos ya terminando el año litúrgico, y entra en estos últimos domingos una temática que
representa un quicio especialmente importante y determinante de la espiritualidad cristiana: la vigilancia
espiritual. Vamos a escuchar en esta primera entrega una célebre e ingeniosa parábola de Jesús: las
vírgenes necias y las vírgenes prudentes. Son jóvenes doncellas, en una escenificación plástica de la doble
actitud que podemos adoptar las personas ante el paso del Señor: la vigilancia diligente o la
despreocupación indolente.
Quizás alguno podría decir que las prudentes podían haber compartido su aceite con las necias, en
vez de mandarlas a comprarlo, cuando a aquellas horas era evidente que no encontrarían ninguna tienda
abierta. Pero el objetivo de la parábola no es un discurso –justo y lícito– sobre el compartir fraterno, sino
sobre la vigilancia ante la imprevisible llegada del novio o esposo. Por eso, la parábola, más bien da un
apunte clarísimo sobre la responsabilidad personal ante esta llegada. No es que bendiga y propicie un ex-
traño egoísmo espiritual, como si las prudentes dijesen a las necias: "es vuestro problema..., buscaos la
vida" –actitud imperdonable desde una óptica cristiana–, sino que insiste y recalca el ejemplo puesto por
Jesús, por el que se viene a decir que en la vida hay cosas que son completamente personales e
intransferibles.
Por esta razón, la vigilancia espiritual se aviene tan mal con la inercia, con el ir tirando, con la
superficialidad y la frivolidad, con el vivir de las rentas. La vida cristiana debe estrenarse de continuo,
porque no es otra cosa sino un encuentro con Alguien vivo, con Alguien que está viniendo continuamente,
ya que sus bodas con la Iglesia y con la humanidad son un eterno presente. Dios no nos ha dado hora para
que podamos vivir a nuestro aire –el cual no suele coincidir con el viento del Espíritu–, hasta que se
acerque la hora prefijada, antes de la cual nos ponemos en forma, nos maquillamos de mejunje cristiano
y... ¡al banquete de las bodas de Dios!
Por el contrario, Jesús con esta parábola no quiere apariencias artificiales sino coherencias
verdaderas y sentidas. No hay que vivir en cristiano sólo cuando nos ven, o cuando podemos salir en la
foto, o cuando se acercan determinados momentos de la vida o de la muerte en los que "toca" sacar el
traje creyente. La hora de Dios no es ésta o aquélla, sino que su hora es siempre. Hace falta tener el óleo
suficiente para que cuando continuamente llegue Él, continuamente podamos reconocerle, sabiendo
además que la luz con la que vemos a Dios también ilumina los senderos de los hombres hermanos y nos
permite ver sus vidas y sus rostros. No es una vigilancia nerviosa o interesada calculadamente, sino la
vigilancia de quien quiere que el amor no se duerma para poder reconocer el Amor de Dios siempre
presente.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo