Domingo Trigésimo Tercero del Tiempo Ordinario A
“Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”
Estamos ya en los últimos domingos del año litúrgico. Se nos invita a mirar al
futuro en vigilante espera desde las promesas de Dios, en un horizonte de
esperanza: “Pasa al banquete de tu señor”. Nuestro destino es la fiesta con el
Señor, participando de su vida ya que somos sus hijos.
Mientras esperamos el cumplimiento de las promesas divinas, nuestra vida no se
paraliza, tenemos mucha tarea por delate. Es el mensaje de la parábola de este
domingo. Negociar con los talentos recibidos.
La parábola nos recuerda que en ese tiempo de espera, que es nuestra vida, hemos
de hacer fructificar todas nuestras posibilidades, no sólo en beneficio propio, sino
también al servicio del Reino de Dios. Ser cristiano implica toda una tarea, un
esfuerzo. Dios ha puesto todo en nuestras manos. Son los talentos de la parábola.
Los dones materiales y espirituales que hemos recibidos no son nuestros. La
cultura, la promoción social, la política, son campos que un cristiano no puede
desconocer. Son espacios donde hay que extender el Reino de Dios y desde donde
se puede hacer un servicio muy especial al hombre. Dios nos los ha dado para que
los administremos, no simplemente en provecho propio, sino para que los hagamos
fructificar en beneficio también de los demás.
La vocación cristiana no es conservar los done, enterrar el talento recibido como
hizo el tercer empleado de la parábola. Es dar fruto, ponerlos en circulación, porque
Dios no quiere que se los devolvamos tal y como El nos los ha dado, sino
convertidos en nueva cosecha. El agricultor siembra sus granos de trigo no para
recoger luego otro grano, sino para que cada grano le regale una espiga. “Que los
demás vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre celestial” (Mt 5,
16).
Esto nos obliga a preguntarnos no si tenemos fe, si somos cristianos, sino qué
hacemos con nuestra fe, cómo vivimos nuestro cristianismo. No es cuestión de
preguntarnos si tenemos esperanza, sino cómo compartimos nuestra esperanza
para que los demás sigan esperando. No es cuestión de preguntarnos si tenemos
amor en nuestro corazón, sino cuánto amamos y cuántos se sienten amados. No es
cuestión se preguntarnos si somos Iglesia sino qué hacemos nosotros con la Iglesia.
Si le damos vida a la Iglesia, creamos Iglesia, hacemos más bella y operante a la
Iglesia en nuestros ambientes. No es cuestión de preguntarnos si creemos en Dios,
sino qué significa Dios en nuestras vidas y qué hacemos con Dios en nuestros
corazones.
Hay que negociar con los talentos recibidos. Seguir a Jesús es vivir creciendo,
romper todo lo que nos paraliza y bloquea, para no seguir haciendo lo de siempre,
sino saber buscar la fuerza del Evangelio para vivir en nuestro mundo actual,
liberando las fuerzas de una vida más noble y generosa, intensificar nuestro
compromiso y amor a cada persona, generar más vida a nuestro alrededor.
El pensamiento de Jesús es claro. Nuestro gran pecado puede ser la omisión, el
enterrar el talento, el no arriesgarnos en el camino de hacer el bien. Tenemos ante
nosotros un quehacer al que no podemos renunciar. Una tarea en la que nadie nos
puede sustituir.
El Señor volverá y tendremos que “ajustar las cuentas”. Si hemos negociado con lo
que recibimos, y podemos entregar más de lo recibido, se nos invitará a “pasar al
banquete de tu señor”. Nuestra vida habrá tenido sentido y habrá dado su fruto.
Pero renunciar a la creatividad, no arriesgarse a crecer como personas, no
comprometerse en la construcción de una sociedad mejor, y de una Iglesia más
viva, es enterrar la vida y traicionar no solo la propia dignidad humana sino
también los designios de Dios.
Joaquin Obando Carvajal