XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Solemnidad. Jesucristo, Rey del Universo
A. JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO
La Palabra: “Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos sus ángeles
con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las
naciones” (Mt 25, 31-43).
1. Todas las naciones son una familia. Pero ese proyecto de fraternidad, a lo largo
de la historia humana, se ha visto fallido una y otra vez por los egoísmos e
intereses individualistas, por las guerras, por los distanciamientos y divisiones de
todo tipo. La historia de Caín y de Abel, o el fracaso en la construcción de la torre
de Babel, son paradigmas válidos para todos los tiempos. Según la fe de la Iglesia,
Jesucristo derribó el muro de separación entre los pueblos, pero la división nos
sigue mortificando a todos en las relaciones internacionales y en el interior de cada
pueblo. Jesucristo se manifestará como rey universal “re-uniendo” a todas las
naciones.
2. Esta “re-unión” será fruto de lo que hagan los seres humanos en su historia,
siempre escuchando la voz de Dios que les habla en la conciencia y a través de sus
enviados que culminaron en Jesucristo: “tuve hambre y me diste de comer, tuve
sed y me diste de beber, fui emigrante y me hospedaste, estuve desnudo y me
vestiste, enfermo y me visitaste, en la cárcel y me viniste a ver”. El criterio de
juicio no es religioso sino ético. No de teorías sino de prácticas.
3. Este criterio no es inventado. Responde a lo más elemental de los seres
humanos: la forma de tratar a los demás. Si realmente has hecho lo posible para
que los otros tengan vida y sean felices, o más bien los has dejado a un lado
porque no podían darte nada a cambio. Este criterio rebasa todos los moldes
religiosos y todas las ideologías políticas y vislumbra ese misterio de la Iglesia,
signo de una comunión universal que incluye a todos los justos desde Abel; a todos
los que con amor han tratado de construir un mundo más humano y fraterno. En
esos testigos y hacedores de más humanidad se manifiesta la realeza de Jesucristo.
B. UN REINO QUE YA ESTÁ EN EL MUNDO
La Palabra: “Pilato preguntó a Jesús: ¿con que tú eres rey? Y Jesús respondió: tú
lo dices, soy rey” (Jn 18, 33-37).
1. Este capítulo del cuarto evangelio está muy elaborado. Quiere dejar claro que
Jesús es rey aunque su reinado no funciona como los de este mundo. Las
autoridades judías acusan a Jesús ante el gobernador de Roma pues le aseguran
que dice ser rey de los judíos. Pilato no entiende cómo aquel hombre –sin ejército
ni nadie que le defienda– puede tener tal pretensión. Al preguntarle si de veras es
rey, Jesús le responde afirmativamente... Pilato, lógicamente, no lo entiende.
2. Cuando uno asiste al diálogo entre Jesús y el gobernador romano, piensa: ¿por
qué Jesús sigue insistiendo en que él es rey cuando Pilato no lo entiende? Sin duda,
el evangelista quiere dejar bien clara la fe de la Iglesia: Jesucristo es rey del
universo llamado a ser un reino de vida, que es la voluntad de Dios. Tal es el
lenguaje del cuarto evangelista para expresar lo que, según los sinópticos, es el
reino de Dios o reino de los cielos.
3. “Mi reino no es como los de este mundo”. Mejor esta traducción que la otra
corriente: “mi reino no es de este mundo”. Porque lo que significa el símbolo “reino
de Dios” ya tiene lugar en este mundo; está presente y activo dentro de nuestra
historia si bien todavía en tensión hacia su plenitud. Eso sí, no funciona como los
reinos de este mundo cuyos príncipes emplean la fuerza para explotar a los
pueblos. El reino de Dios crece sólo cuando los seres humanos, movidos por el
amor y actuando con libertad, dejan crecer la semilla sembrada en su corazón por
la Palabra y por el Espíritu.
C. UNA EXTRAÑA REALEZA
La Palabra: “Se burlaban de Jesús también los soldados que hacían guardia junto
a la cruz: si eres rey de los judíos, sálvate a ti mismo” (Lc 23, 35-43).
1. Solemos mirar a las personas por su categoría o el puesto que ocupan. En esa
visión, a Jesucristo le ponemos por encima de todos los reyes... pero ¿cómo
entender esa elevación? ¿cómo es posible que aquel hombre abofeteado,
ensangrentado, burlado y humillado sea presentado ante el pueblo como rey
universal?
2. El pueblo donde se escribió la Biblia, como todos los pueblos, añoró un rey, jefe
o mandatario ideal: que no sea opresor, que no imponga su voluntad por la fuerza,
que defienda y haga poderoso al pueblo. Que sea “como un pastor”, imagen que en
aquella cultura rural es el que conduce al rebaño para que encuentre buenos
pastos. Como prototipo de ese rey ideal, Jesucristo fue capaz de morir para
manifestarnos que Dios nos ama, que todos tenemos el mismo Padre y que
debemos vivir reconciliados como hermanos. Formó así el verdadero pueblo de Dios
que incluye a todos los pueblos.
3. La realeza de Jesús no está en la humillación, en el desprecio ni en la muerte de
cruz. Está en el amor al Dios de los seres humanos y a los seres humanos como
imagen de Dios. Animado e impulsado por ese amor, fue hombre para los demás y
se sacrificó entregando incluso la propia vida. Un camino para todos los cristianos
que, al proyectar nuestra existencia sobre las huellas de Jesucristo, participamos en
su realeza y en la construcción de ese reino de verdad y de vida, de justicia, de
amor y de paz.
Fray Jesús Espeja, OP
Con permiso de Palabranueva.net