¡Una nueva imagen de cristiano para el siglo XXI!
Domingo 33 ordinario 011 A
Se nos acaba el año litúrgico y los textos de la Escritura nos invitan a una seria
reflexión para situarnos en nuestra verdadera posición de hombres limitados en el
tiempo y en el espacio. La vida se nos acaba, se nos termina. Pero estaríamos muy
fuera de la verdad al juzgar que la Iglesia nos invita “al bien morir” cuando lo que
desea es precisamente que nosotros nos acostumbremos “al bien vivir” pues a eso
nos invita Cristo. Ya los primeros cristianos vivían preocupados, mejor aún muy
preocupados por la segunda venida al fin de los tiempos, pero San Pablo sale el
encuentro de la dificultad, y los invitaba con fuertes palabras a dejar ya de ser los
cristianos sumidos ciertamente en la esperanza pero al mismo tiempo en la
inactividad: “A ustedes hermanos, ese día (el día de la aparicin gloriosa de Cristo)
no los tomará por sorpresa, como un ladrón, porque ustedes no viven en tinieblas,
sino que son hijos de la luz y del día, no de la noche y de las tinieblas. Por tanto,
no vivamos dormidos, como los malos, antes bien, completamente despiertos y
vivamos sobriamente”. Esa recomendacin nos cabe como anillo al dedo a nosotros
hombres del flamante siglo XXI para dejar de ser los cristianos “domingueros” que
en su misa dominical parecen angelitos de la gloria, con sus sus bracitos cruzados,
sus ojitos hacia arriba, que dan profundos suspiros, que a veces abren su boquita
para la comunión, pero que al final se despabilan, casi se sacuden el polvo y la
oscuridad de la Iglesia, y se dedican a darle vuelo a la hilacha, despreocupados de
su destino final, y ocupados profundamente en los asuntos de este mundo, en
sacarle el mayor jugo a la diversión y no demasiado ocupados en el trabajo, que se
considera como un mal necesario. Hoy tendríamos que escuchar la voz del Papa
Benedicto XVI en la convocacin para el Ao de la fe: “Habrá que intensificar la
reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión
al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de
profundo cambio como el que la humanidad está viviendo. Tendremos la
oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e
iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada
uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones
futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas, así como las
parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la
manera de profesar públicamente el Credo”.
Esa es entonces la ilusión, que los cristianos de hoy, vivamos en profundidad
nuestra fe, pero no en la penumbra de nuestros templos sino iluminando este
mundo en el que nos desarrollamos y en el que nos ha tocado vivir para que la luz
de Cristo resplandezca verdaderamente haciéndolo brillar en su Resurrección,
después de haber pasado nosotros mismos por el camino de la cruz, de la entrega y
de la fidelidad. Esto es precisamente lo que Cristo nos anuncia con la parábola del
amo que al irse de viaje a un país lejano, quiso dejar a sus tres servidores una
fortuna para que la trabajaran hasta su regreso. Dos de ellos, según su capacidad,
doblaron la cantidad, pero un tercero, temeroso, tímido quizá o a lo mejor hasta
flojo, fue y escondió el dinero bajo tierra, hasta que volviera el patrón. Y su castigo
fue ejemplar, pues no fue capaz ni siquiera de meter el dinero al banco para que
hubiera producido sus intereses. No escatimemos pues nuestro esfuerzo para que
nuestra fe ilumine los hogares con un amor que se vea y se sienta entre dos
esposos que se aman, en el trabajo con un trato de persona a persona donde cada
uno mire con responsabilidad por la empresa de la que todos comen, y en nuestra
relación con los demás, como una comunidad de hermanos que caminan no hacia el
final de esta vida, sino al encuentro con la paz, la alegría y el verdadero descanso
eterno.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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