EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Miércoles de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario
Segundo Libro de Macabeos 7,1.20-31.
También fueron detenidos siete hermanos, junto con su madre. El rey,
flagelándolos con azotes y tendones de buey, trató de obligarlos a comer carne de
cerdo, prohibida por la Ley.
Incomparablemente admirable y digna del más glorioso recuerdo fue aquella madre
que, viendo morir a sus siete hijos en un solo día, soportó todo valerosamente,
gracias a la esperanza que tenía puesta en el Señor.
Llena de nobles sentimientos, exhortaba a cada uno de ellos, hablándoles en su
lengua materna. Y animando con un ardor varonil sus reflexiones de mujer, les
decía:
"Yo no sé cómo ustedes aparecieron en mis entrañas; no fui yo la que les dio el
espíritu y la vida ni la que ordenó armoniosamente los miembros de su cuerpo.
Pero sé que el Creador del universo, el que plasmó al hombre en su nacimiento y
determinó el origen de todas las cosas, les devolverá misericordiosamente el
espíritu y la vida, ya que ustedes se olvidan ahora de sí mismos por amor de sus
leyes".
Antíoco pensó que se estaba burlando de él y sospechó que esas palabras eran un
insulto. Como aún vivía el más joven, no sólo trataba de convencerlo con palabras,
sino que le prometía con juramentos que lo haría rico y feliz, si abandonaba las
tradiciones de sus antepasados. Le aseguraba asimismo que lo haría su Amigo y le
confiaría altos cargos.
Pero como el joven no le hacía ningún caso, el rey hizo llamar a la madre y le pidió
que aconsejara a su hijo, a fin de salvarle la vida.
Después de mucho insistir, ella accedió a persuadir a su hijo.
Entonces, acercándose a él y burlándose del cruel tirano, le dijo en su lengua
materna: "Hijo mío, ten compasión de mí, que te llevé nueve meses en mis
entrañas, te amamanté durante tres años y te crié y eduqué, dándote el alimento,
hasta la edad que ahora tienes.
Yo te suplico, hijo mío, que mires al cielo y a la tierra, y al ver todo lo que hay en
ellos, reconozcas que Dios lo hizo todo de la nada, y que también el género humano
fue hecho de la misma manera.
No temas a este verdugo: muéstrate más bien digno de tus hermanos y acepta la
muerte, para que yo vuelva a encontrarte con ellos en el tiempo de la
misericordia".
Apenas ella terminó de hablar, el joven dijo: "¿Qué esperan? Yo no obedezco el
decreto del rey, sino las prescripciones de la Ley que fue dada a nuestros padres
por medio de Moisés.
Y tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos, no escaparás de
las manos de Dios.
Salmo 17(16),1.5-6.8b.15.
Oración de David. Escucha, Señor, mi justa demanda, atiende a mi clamor; presta
oído a mi plegaria, porque en mis labios no hay falsedad.
y mis pies se mantuvieron firmes en los caminos señalados: ¡mis pasos nunca se
apartaron de tus huellas!
Yo te invoco, Dios mío, porque tú me respondes: inclina tu oído hacia mí y escucha
mis palabras.
Protégeme como a la pupila de tus ojos; escóndeme a la sombra de tus alas
Pero yo, por tu justicia, contemplaré tu rostro, y al despertar, me saciaré de tu
presencia.
Evangelio según San Lucas 19,11-28.
Como la gente seguía escuchando, añadió una parábola, porque estaba cerca de
Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a
otro.
El les dijo: "Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la
investidura real y regresar en seguida.
Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno,
diciéndoles: 'Háganlas producir hasta que yo vuelva'.
Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada
encargada de decir: 'No queremos que este sea nuestro rey'.
Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes
había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno.
El primero se presentó y le dijo: 'Señor, tus cien monedas de plata han producido
diez veces más'.
'Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe
el gobierno de diez ciudades'.
Llegó el segundo y le dijo: 'Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco
veces más'.
A él también le dijo: 'Tú estarás al frente de cinco ciudades'.
Llegó el otro y le dijo: 'Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé
envueltas en un pañuelo.
Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que
no has depositado y cosechar lo que no has sembrado'.
El le respondió: 'Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que
soy un hombre exigentes, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que
no sembré,
¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera
recuperado con intereses'.
Y dijo a los que estaban allí: 'Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez
veces más'.
'¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!'.
Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo
que tiene.
En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, tráiganlos aquí y
mátenlos en mi presencia".
Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén.
Comentario del Evangelio por
Beata Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de las Hermanas Misioneras de la
Caridad
El amor más grande, cap. 5; El trabajo y el servicio
«Puesto que has sido fiel en lo poco, recibe autoridad sobre diez ciudades»
Hagamos lo que hagamos, aunque solo sea ayudar a alguien a atravesar la
calle, se lo estamos haciendo a Jesús. Incluso ofrecer a alguien un vaso de agua es
dárselo a Jesús. Esta es una pequeñísima enseñanza, pero cada vez más
importante. No hemos de tener miedo de proclamar el amor de Cristo ni de amar
como Él amó.
El trabajo que hagamos, por pequeño y humilde que sea, convirtámoslo en un
acto de amor a Cristo. Pero por hermoso que sea el trabajo, no nos apeguemos a
él, debemos estar dispuestos a dejarlo. El trabajo no es nuestro. Los talentos que
Dios nos ha dado no son nuestros, nos han sido dados para que los usemos por la
gloria de Dios. Seamos generosos y usemos todo lo que tenemos por el buen
maestro.
¿Qué tenemos que aprender? A «ser mansos y humildes»(Mt 11,29): si somos
mansos y humildes aprenderemos a orar. Si aprendemos a orar perteneceremos a
Jesús. Si pertenecemos a Jesús aprenderemos a creer, y si creemos aprenderemos
a amar, y si amamos aprenderemos a servir.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”