Encuentros con la Palabra
Domingo XXXIII Ordinario – Ciclo A (Mateo 25, 14-30
“(...) a cada uno según su capacidad”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Hace unos días me lleg este mensaje por el correo electrnico: “Aquel día lo vi distinto.
Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía
que ese era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: – ¡Buen día, abuelo! Él
extendió su silencio. Me senté junto a su sillón y luego de un misterioso instante, exclamó:
– ¡Hoy es día de inventario, hijo! – ¿Inventario? – pregunté sorprendido. – Si... ¡El
inventario de las cosas perdidas! – me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o
alegría. Y prosiguió: – En el lugar de donde yo vengo las montañas quiebran el cielo como
monstruosas presencias constantes. Siempre tuve deseos de escalar la más alta, nunca
lo hice, no tuve tiempo ni la voluntad suficiente para sobreponerme a mi inercia. Recuerdo
también a Mara, aquella chica que ame en silencio por cuatro años, hasta que un día se
marchó del pueblo, sin yo saberlo. ¿Sabes algo? También estuve a punto de estudiar
ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la
carpintería de mi padre no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores
no declarados, tantas oportunidades perdidas! Luego, su mirada se hundió aun más en el
vacío y se humedecieron sus ojos. Y continuó: – En los treinta años que estuve casado
con Rita, creo que sólo cuatro o cinco veces le dije: "Te amo". Luego de un breve silencio,
regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos me dijo: – Este es mi inventario de
cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mí ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo
para que puedas hacer tu inventario a tiempo.
Y luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido: –
¿Sabes qué he descubierto en estos días? – ¿Qué, abuelo? Aguardó unos segundos y no
contestó. Sólo me interrogó nuevamente: –¿Cuál es el pecado más grave en la vida de un
hombre? La pregunta me sorprendió y sólo atine a decir, con inseguridad: – No lo había
pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle mal.
¿Tener malos pensamientos, tal vez? Su cara reflejaba una negativa. Me miró
intensamente, como marcando el momento y en tono grave y firme me señaló: – El
pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado por omisión. Y lo más
doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y
recuperarlas.
Al día siguiente regresé temprano a casa, luego del entierro del abuelo, para realizar en
forma urgente mi propio inventario de las cosas perdidas. El expresarnos nos deja
muchas satisfacciones, así que no tengas miedo, y procura hacer lo que sabes que es
bueno... antes de que sea demasiado tarde. Dile a ese ser: "Te amo, perdóname, me
equivoqué”. Dile a Él: “Me arrepiento, Seor, por favor perdname".
Muchas veces nos quedamos mirando a los que recibieron más, o a los que recibieron
menos... Las monedas que hemos recibido, no son para guardarlas en un hoyo, sino para
hacerlas producir, en la medida de nuestras capacidades. Carpe diem , decían los
antiguos... Hay que aprovechar el día, cada día y hacer lo que tenemos que hacer.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
Si quieres recibir semanalmente estos “Encuentros con la Palabra ”,
puedes escribir a herosj@hotmail.com pidiendo que te incluyan en este grupo.