DOMINGO 33º PER ANNUM A
13 de noviembre de 2011
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
n hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus
bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual
según su capacidad; luego se marchó.
Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar
las cuentas con ellos.
"Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco."
Su señor le dijo:
"Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré
un cargo importante; pasa al banquete de tu señor. " » Mateo 25, 14-30.
A pesar de que muy pocos creen ya en la utopía del progreso indefinido, en todos
nosotros sigue el deseo innato de un insaciable “más y mejor”. A veces, hasta
desviado ese deseo hacia derroteros de un progreso inmoral (dinero fácil, ascensos
meteóricos, quema de etapas...) y arruinando valores éticos, como si éstos no
fueran los mejores talentos que conviene multiplicar en base a otras
multiplicaciones de segundos niveles.
Este deseo innato de un “más y mejor” es nuestro capital fundacional a la espera
de hacerse empresa y negocio. Es nuestra semilla con vocación de espiga, en todos
sembrada. Es nuestro embrión microscópico que entraña voraces urgencias de
transcenderse a sí mismo, y que no para hasta ser hombre adulto con permanente
necesidad de, tras siembra y muerte, hacerse total y eterno.
Y es que es un río en crecida el hombre con “talento”. Y es en el quehacer
multiplicador de los talentos recibidos donde encontramos hambres nuevas de
multiplicarnos hasta el infinito de Dios. Entonces nuestro corazón se amplía y
desarrolla hacia proporciones y entregas universales, porque el Amor de Dios,
Talento de los talentos, nos capacita con creces para tal desarrollo.
En cambio, nada más frustrante e involutivo que enterrar el talento recibido,
fosilizando su chispa inicial y negándole el futuro incendio a que estaba convocada.
Es el hombre con llamada de hoguera convertido en pavesa. Es la minúscula
mostaza que por inercia o por miedo al medio no llegó a arbusto acogedor y
fraterno, arruinando su inicial gran pequeñez; o el embrión humano, que sin culpa
ni inercia propias, injustamente es desnacido y privado de su programada adultez
futura…
Cavamos, asimismo, nuestra propia fosa, cuando “nuestros” talentos naturales nos
atrofian nuestra cordura fraternal y no nos servimos de ellos para hacer crecer a los
otros; cuando, más que multiplicar afectos, multiplicamos rivalidades, egoísmos
indiferencias. Nos enterramos a nosotros mismos, por no dar a nuestro capital
fundacional la circulación fecunda y fraterna que él necesita. Y nos hacemos
merecedores del mayor reproche de Dios y de aquellos hombres que en acrecentar
a los demás encontraron de rebote la mejor clave del propio crecimiento.
Padre Juan Sánchez Truijillo