RESPONSABLES DE LA SALVACIÓN
(DOMINGO XXXIII T.O. Ciclo A)
13 noviembre 2005
"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Un hombre que iba al
extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le
dejó cinco talentos de plata; a otro, dos; a otro, uno; a cada cual, según su
capacidad...
Al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que
tiene..." (Mt 25,14-30)
La parábola de este domingo es el complemento de la que escuchábamos el
domingo pasado. Si allí se nos insistía en la necesidad de la espera vigilante, aquí
se concreta el modo de vivir esa espera. Para ello, nos describe Mateo la vida
cristiana en el espacio de tiempo que media entre la glorificación del Señor y la
llegada final del Reino. Se trata, en definitiva, de saber vivir en este espacio de
tiempo... hasta que llegue el final.
Dos deben ser nuestras perspectivas. Por una parte, comunitaria: el tiempo que
media desde Jesucristo (el hombre que iba a extranjero y dejó a sus empleados
como encargados de sus bienes) hasta su vuelta (para pedir cuentas de la gestión
realizada) es el tiempo de la Iglesia. Una vez más tenemos que recordar la unión
inseparable entre Jesús y su Iglesia. Él sigue vivo, salvadoramente vivo. Y esto,
gracias a la Iglesia, que o prolonga y hace presente para todos y cada uno de los
hombres de todos y cada uno de los lugares de la tierra. Jesús y la Iglesia son
inseparables. Es una misión extraordinariamente importante la que el Señor ha
encomendado a sus discípulos. Pero no sólo por el "honor" de ser depositarios de su
salvación. Es importante también por la responsabilidad que entraña.
Hoy deberíamos preguntarnos por el modo en que está realizando su labor la
Iglesia, nuestra Iglesia. Nos uniremos así a la tarea que, en nuestra Diócesis, nos
ocupa y preocupa a todos por encontrar modos de respuesta adecuados al
momento en que vivimos. ¿Se ve a nuestras comunidades y parroquias con el
interés suficiente por anunciar debidamente hoy el mensaje del Evangelio? ¿O
parece, más bien, acomodadas y conservando los mismos modos, los mismos
actos, los mismos destinatarios... de siempre? ¿O viven en la desesperanza de no
encontrar una acogida ni siquiera mínima? ¿O se encuentran desconcertadas sin
saber qué hacer y cómo hacerlo? Es tiempo de reflexión honesta, de conversión y
de renovación de la fidelidad al Dios de siempre y al hombre de hoy.
Por otra parte, también os debe preocupar la perspectiva personal, referida a cada
uno de nosotros. Cuando hablamos de la Iglesia, no podemos olvidar que la
componemos todos los bautizados. Por eso, todo lo que se diga sobre su renovación
y conversión se está diciendo de cada uno de sus miembros. Todos somos
responsables de la misión de la Iglesia: evangelizar. Aunque cada uno según el
papel que ocupa dentro de la Iglesia. El presbítero, como presbítero, que es
bautizado y servidor de bautizados. El laico (son la mayoría dentro de la Iglesia),
como laico; es decir, como habitante del mundo, en cutos ambientes debe
introducir el fermento de los valores evangélicos, para que se transformen según el
plan de Dios. Los consagrados, como consagrados, que, con su vida, nos hacen
comprender que no tenemos morada definitiva en esta tierra caduca y pasajera.
Ojalá y no guardemos el don recibido de Dios, su Salvación. Ojalá y progresemos
en santidad, cada uno según su estado. Ojalá y sepamos proponer al todos la
Salvación que viene en Jesucristo, el único Salvador. Si nos esforzamos en ello, el
Señor Jesús bendecirá nuestros esfuerzos y los multiplicará con abundantes frutos.
Padre Miguel Esparza Fernández