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XVII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Miércoles
Mt 13, 44-46
El que encuentra un tesoro en un campo, vende cuanto tiene y compra aquel
campo. Con esta parábola del tesoro escondido, el Señor resalta la necesidad de
“venderlo todo” para poder ganar el Reino de los Cielos. No es posible quedarse con
el tesoro o adquirir la perla de mayor valor sin vender todo lo que se tiene, sin el
desprendimiento de las antiguas riquezas, sin un sacrificio que, sin embargo, mira a
alcanzar una riqueza mucho mayor. El sacrificio y desprendimiento no cuestan,
porque lo que gana es muchísimo más de lo que pierde. Tratándose del Reino de
los Cielos, lo que se gana no tiene ni punto de comparación.
¡Cristo es el tesoro que enriquece por sobre todos los demás! ¡Cristo es la
perla valiosa que anda buscando todo ser humano! Quien lo encuentra a Él, y quien
tiene el coraje de desasirse de todo para ganarlo a Él, experimenta que con Él le
son dados todos los demás bienes que tanto y tan desesperadamente anda
buscando. Quien encuentra a Cristo, o hay que decir más bien, quien es hallado y
“alcanzado” por Él (ver Flp 3,12). El Señor Jesús constituye la verdadera riqueza
para el hombre o para la mujer, porque en Él llegamos a ser verdaderamente
humanos, porque en Él somos hechos partícipes de la misma naturaleza divina (ver
2Pe 1,4).
Al conocerlo a Él, nos conocemos a nosotros mismos, descubrimos nuestra
verdadera identidad, hallamos la respuesta a las preguntas más fundamentales:
¿Quién soy? ¿Cuál es mi origen? ¿Cuál es mi destino? ¿Cuál es el sentido de mi
existencia, mi misión en el mundo? En la amistad con Él aprendo a vivir la auténtica
amistad. Amándolo a Él experimento lo que es verdaderamente el amor, y en la
escuela de su Corazón aprendo a vivir ese amor sin el cual la vida del hombre
carece de sentido. Él es la respuesta a ese anhelo de plenitud y ansia de felicidad
que inquieta todo corazón humano. En Él podemos saciar el hambre de comunión
que experimentamos con tanta fuerza. Es decir, en Cristo, al conocerlo, al amarlo,
al abrirle las puertas del propio corazón, al “hacerlo nuestro”, podemos proclamar:
“¡Vale la pena ser hombre, porque Tú, Señor, te has hecho hombre!” (S.S. Juan
Pablo II).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)