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XVIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Lunes
Mt 14, 13-21
Mirando al cielo, pronunció una bendición y les dio los panes a los discípulos
para que los distribuyeran a la gente. Hemos escuchado en el pasaje evangélico
que el pueblo había escuchado al Señor durante horas. Al final, Jesús dice: están
cansados, tienen hambre, tenemos que dar de comer a esta gente. Los Apóstoles
preguntan: “Pero, ¿cómo?”. Y Andrés, el hermano de Pedro, le dice a Jesús que un
muchacho tenía cinco panes y dos peces. El Señor manda que se siente la gente y
que se distribuyan esos cinco panes y dos peces. Y todos quedan saciados.
Se trata de un prodigio sorprendente, que constituye el comienzo de un largo
proceso histórico: la multiplicación incesante en la Iglesia del Pan de vida nueva
para los hombres de todas las razas y culturas. Este ministerio sacramental se
confía a los Apóstoles y a sus sucesores. Y ellos, fieles a la consigna del divino
Maestro, no dejan de partir y distribuir el Pan eucarístico de generación en
generación.
Con este Pan de vida, medicina de inmortalidad, se han alimentado
innumerables santos y mártires, obteniendo la fuerza para soportar incluso duras y
prolongadas tribulaciones. Han creído en las palabras que Jesús pronunció un día
en Cafarnaúm: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan,
vivirá para siempre” (Jn 6, 51).
Por consiguiente, con la multiplicación de los panes, Jesús revela que no vino
solamente para dar un pan de la tierra, pero para dar un pan del cielo, un pan que
da la Vida eterna. Este pan no es solamente el Pan de la Palabra de Dios, es su
persona misma, su cuerpo y su sangre: el don de Dios por excelencia. Jesús revela
que aquellos que “comen su cuerpo y beben su sangre permanecen en él y él
permanece en ellos”.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)