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XIX Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Lunes
Mt 17, 22-27
Lo van a matar, pero al tercer día va a resucitar . En el evangelio de san
Mateo, que acabamos de escuchar, Jesús profetisa su Pasión, muerte y
resurrección; el Señor se encamina hacia Jerusalén y, por primera vez, dice a los
discípulos que este camino hacia la ciudad santa es el camino que lleva a la
cruz: “Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir
a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los
escribas, y ser matado y resucitar al tercer día” (Mt 16, 21).
En Jesús se cumplen las profecías del antiguo Testamento, Él es como su hilo
conductor, por eso afirmó de su mismo: “Es necesario que se cumpla todo lo que
está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí”. Así
está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los Muertos al tercer día, y
se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las
naciones, empezando desde Jerusalén...” (Lc 24, 44-48).
Así, la Cruz y resurrección forman el único misterio pascual, en el que tiene su
centro la historia del mundo. Por eso, la Pascua es la solemnidad mayor de la
Iglesia: ésta celebra y renueva cada año este evento, cargado de todos los
anuncios del Antiguo Testamento.
El Señor está continuamente en camino hacia la cruz, hacia la humillación del
siervo de Dios que sufre y muere, pero al mismo tiempo siempre está también
en camino hacia la amplitud del mundo, en la que él nos precede como
Resucitado, para que en el mundo resplandezca la luz de su palabra y la presencia
de su amor; está en camino para que mediante él, Cristo crucificado y resucitado,
llegue al mundo Dios mismo.
Cuando Él anuncia a sus discípulos que el Hijo del Hombre debía sufrir mucho,
ser crucificado y resucitar al tercer día, advierte a la vez que si alguno quiere ir en
pos de Él, ha de negarse a sí mismo, tomar su cruz de cada día, y seguirle (cf. Lc 9,
22). Existe, pues, una íntima relación entre la Cruz de Jesús -símbolo del dolor
supremo y precio de nuestra verdadera libertad- y nuestros dolores, sufrimientos,
aflicciones, penas y tormentos que pueden pesar sobre nuestras almas o echar
raíces en nuestros cuerpos. El sufrimiento se transforma y sublima cuando se es
consciente de la cercanía y solidaridad de Dios en esos momentos. Así, a través de
las pruebas actuales podemos encontrar una ocasión para descubrir a Dios en
medio de nuestras cruces de cada día.
Padre Félix Castro Morales
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Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)