Domingo Trigésimo Cuarto del Tiempo Ordinario A
Solemnidad de Cristo Rey de Universo
“Cada vez que los hicisteis con uno de estos
mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”
Con la solemnidad de Cristo Rey terminamos el año litúrgico. Hemos recordado y
celebrado los misterios de la vida, muerte y resurrección de Cristo a lo largo del
año, siendo el centro de toda nuestra atención, abiertos a su mensaje de salvación.
Jesús es la síntesis de nuestra fe, la manifestación plena del Reino de Dios hecho
amor y servicio a los hombres.
Cuando hablamos de un rey, pensamos en la máxima autoridad en una nación para
regir, orientar y alcanzar la unión de todos para el bien común de los ciudadanos.
La realeza de Cristo no es un título que le hayamos dado, sino una realidad que,
desde el comienzo de su existencia terrena, le acompaña. En el anuncio del Angel a
María se dice: “reinará para siempre en la casa de Jacob y su reino no tendrá fin”
(Lc 1, 33). Cuando los Magos llegan a Jerusalén preguntan: “¿Dónde está el rey de
los judíos que ha nacido?” (Mt 2, 2). Ante Pilato Jesús afirma que el es Rey, pero su
Reino “no pertenece al mundo este” (Jn 18, 36).
Jesús comienza su predicación anunciando que “el Reinado de Dios está cerca” (Mc
1, 15). Su proyecto es establecer ese Reinado en el mundo, no un reinado de
poder, sino de servicio; no de leyes, sino de amor; no de privilegios y distinciones,
sino de fraternidad; no de afán de poseer, sino de compartir; no de competencia,
sino de solidaridad. En el prefacio de la Misa de este día proclamamos un “reinado
de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, amor y de paz”. Reinado
que es una fuerza transformadora, el impulso del amor de Dios, para establecer
una convivencia humana más fraternal en este mundo. Algo así como la levadura
que hace fermentar toda la masa (cfr. Mt 13, 33).
Formar parte del Reinado de Dios solo se consigue viviendo, de verdad, el amor al
prójimo, especialmente a los más necesitados de nuestro mundo. Es el mensaje del
Evangelio de este día: “Venid vosotros, benditos de mi Padre: heredad el Reino…
porque tuve hambre y me disteis de comer…. Cada vez que lo hicisteis con cada
uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.
Este predilección por los hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos, enfermos y
encarcelados, no es exclusión de los que no están en situación lacerante y
angustiosa, sino porque los necesitados no pueden valerse por sí mismos, y su
dignidad de seres humanos se siente degradada. Jesús llama a todos a su Reino, y
no quiere que falten los que nosotros excluimos de “nuestros reinos” Por eso se
identifica con los marginados de la sociedad: “conmigo lo hicisteis”.
Celebrar a Cristo Rey es volver a ver y ponernos a escuchar a Jesús de Nazaret,
pobre hombre entre los hombres, sencillo maestro de la humanidad, que ha hecho
con el material de su propia vida el modelo para todo hombre que pisa este mundo.
La pertenencia o exclusión del Reinado que El proclama, viene como resultado de
nuestra responsable decisión respecto a los demás hombres: solidaridad y
pertenencia al Reino o insolidaridad y dimisión irrevocable. Importa la actitud más
que el credo.
Cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, nuestro culto debe reflejar el culto
de nuestra vida. El culto completo del discípulo de Jesús se expresa en la
solidaridad con el pobre, el que sufre, el hermano menor de Jesús. Esta es la
religión que acepta el Señor. El compromiso firme de nuestra fe y de nuestro
seguimiento de Cristo se comprueba en el empeño por la promoción del necesitado.
Joaquin Obando Carvajal