Ciclo A. XXXII Domingo del Tiempo Ordinario A
Pedro Guillén Goñi, C.M.
La parábola de los talentos, que nos presenta el evangelio de este domingo,
contiene diversas aplicaciones para nuestra vida cristiana. Nos invita a crecer en
una vigilancia activa, a no dejarnos adormilar por la pereza, por la rutina o por la
comodidad. ¿Nos hemos parado a pensar la cantidad de “talentos” (virtudes o
cualidades”) que tenemos? ¿Los aprovechamos al máximo o, por el contrario,
perdemos las oportunidades que la vida nos brinda para rendir al máximo lo que
somos y tenemos?. ¿Somos buenos administradores de los bienes recibidos? ¿Los
hacemos rendir a favor de los demás?. El Señor reparte dones y espera frutos
siempre en beneficio de los demás porque no somos dueños sino administradores
de la gracia y cualidades que el Señor nos otorga. No exige frutos iguales para
todos porque tampoco los dones recibidos han sido los mismos pero sí exige a
todos la misma laboriosidad, la misma dedicación y el mismo esfuerzo porque el
Reino de Dios no es para los ociosos, conformistas o perezosos. El Señor ha puesto
en nuestra vida inteligencia para pensar, corazón para amar, bienes materiales
para trabajarlos, hacerlos rendir y disfrutarlos. No podemos dejarlos escondidos en
lo más hondo de nuestro ser sin que produzcan frutos; por el contrario deben
mejorar nuestra propia condición personal y ayudar a los demás en su propio
proceso de su respuesta en la fe. ¡Cuántas oportunidades nos brinda la vida para
demostrar nuestra exigencia y compromiso y, sin embargo, absorbidos por nuestra
propia mediocridad no somos capaces de rendir al máximo! ¡Cómo nos admira
aquellas personas que, desde la pequeñez o grandeza de sus propias intuiciones y
virtudes, son capaces de progresar, de entender la vida en afán de superación y no
conformarse con lo que hacen!.
La vida es como un gran teatro. A algunas personas les toca representar papeles de
protagonista, a otras de actores secundarios. Lo importan del gran drama del
mundo no es qué función hacemos dentro de él sino que el que hemos elegido lo
cumplamos con rigor. Al consumir las etapas de la vida que tengamos la sensación
del deber cumplido, de la seriedad de respuesta positiva a nuestras propias
responsabilidades
Damos gracias en el día de hoy por tantas personas que desinteresadamente, con
humildad, “desgastan” su vida y distribuyen “sus talentos” por la causa del Reino,
por construir un mundo donde florezca el amor, la justicia, y la paz. En la Eucaristía
recibimos el don de Dios, el pan de los fuertes, que nos da la fuerza necesaria para
hacer de nuestra vida una ofrenda permanente de servicio a favor de los hombres.
Será el mejor y mayor fruto que podamos presentar a Dios desde nuestra sencillez
y pobreza.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)