Domingo XXXIII Ordinario del ciclo A.
Negociemos con los talentos que el Señor nos ha dado.
Meditación de MT. 14, 25-30.
Durante los tres Domingos últimos del tiempo Ordinario del ciclo A
de la Liturgia católica, meditamos el capítulo veinticinco del
Evangelio de San Mateo, el cual contiene tres parábolas, las cuales
contienen enseñanzas que nos son útiles, tanto para recordar cómo
quiere el Señor que vivamos nuestra fe, como el hecho de que vivimos
en este mundo de paso, pues debemos prepararnos para vivir en la
presencia de nuestro Padre común.
Recordemos que, cuando Dios creó el mundo, quiso que Adán y Eva
habitaran la tierra temporalmente, mientras llegaba el tiempo en que
concluían su disposición a vivir en la presencia del Todopoderoso. Por
su parte, nuestros primeros padres, quisieron realizarse sin contar
con el cumplimiento de la voluntad de Dios, y por ello consiguieron
que nuestro Padre común les expulsara del paraíso terrenal, para que
comprendieran que sin El no podían cumplir sus más profundas
aspiraciones, para posteriormente conducirlos a su presencia al final
de los tiempos, cuando concluyera la instauración de su Reino entre
nosotros.
De la misma manera que Adán y Eva quisieron buscar la plenitud de
la felicidad prescindiendo del cumplimiento de la voluntad de Dios,
muchos cristianos también hemos intentado buscar la felicidad por
nuestros propios medios, y, lo único que hemos logrado, es percatarnos
de que sin nuestro Creador nos es imposible alcanzar nuestro
propósito.
Dios nos ha creado para que lo sirvamos en nuestros prójimos los
hombres y lo alabemos, así pues, el hecho de vivir encerrados en
nosotros mismos, sin fe en Dios ni en nuestros prójimos, y creyendo
que los bienes materiales y el placer de los sentidos constituyen el
sentido de nuestra vida, nos impide alcanzar la plenitud de la
felicidad.
Aunque no todos desempeñamos la misma misión en el mundo, para Dios
todos somos importantes, porque somos sus hijos amados.
A Dios, más que incumbirle el resultado de nuestras actividades, le
importa que permanezcamos activos, intentando vivir en comunidad y
buscando la felicidad, aunque, nuestra humana imperfección, nos haga
equivocarnos una y mil veces. Nadie mejor que Dios conoce nuestra
imperfección, y, a pesar de que sabe que podemos equivocarnos, nuestro
Padre común, desea que nos esforcemos para crecer tanto a nivel
espiritual como a nivel material.
Jesús nos dice en el Evangelio de hoy que el Reino de Dios ""es
también como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les
encomendó su hacienda" (MT. 25, 14).
¿Quiénes son los siervos de los que Jesús habla en la parábola que
estamos considerando? Quizá pensamos que tales siervos no son otros
que los religiosos, pues ellos son quienes gobiernan la Iglesia bajo
la autoridad del Papa, y tienen el deber de esforzarse para que la
humanidad se salve, predicando el Evangelio, haciendo el bien para
servirnos de ejemplo a imitar, y orando por nosotros.
Los laicos han permanecido durante mucho tiempo sumisos al clero,
aceptando el mensaje que se les ha predicado, y sin apenas trabajar en
la viña del Señor, pero, a partir de la celebración del Concilio
Vaticano II, tenemos la oportunidad de trabajar más y mejor para el
Señor, sirviéndolo en nuestros prójimos los hombres.
Tengamos en cuenta que, si los siervos mencionados por Jesús en la
parábola evangélica que estamos considerando fueran los religiosos, en
tal caso, se les hubiera concedido la misma cantidad de talentos a
todos, puesto que, al tener la misma capacitación, se hubiera esperado
de todos ellos que hubieran negociado con idéntico éxito con la
fortuna que recibieron.
Si para Dios todos somos iguales, ¿por qué en la parábola que
estamos meditando recibió un mayor galardón el siervo que obtuvo un
mayor beneficio con el dinero que el dueño de la hacienda puso a su
disposición? No debemos olvidar que la parábola que estamos
considerando tiene la pretensión de hacernos sentir un gran deseo de
trabajar en la viña del Señor, y de que Dios concluya plenamente la
instauración de su Reino entre nosotros, pues de ello depende nuestra
dicha cristiana. A este respecto, es normal que fuera más recompensado
el siervo que realizó un mayor esfuerzo, porque nuestro gozo en el
cielo dependerá de cómo nos hayamos abierto a recibir los dones y
virtudes del Espíritu Santo, y, por consiguiente, de cómo hayamos
amado tanto a nuestro Santo Padre como a nuestros prójimos los
hombres. Cuanto más nos hayamos dedicado a servir a Dios en nuestros
prójimos, nos percataremos de que nuestra felicidad será mayor en la
presencia de Dios, lo cual no se deberá a nuestro merecimiento de la
gran recompensa de que disfrutaremos, sino al hecho de gozarnos por
experimentar el amor del Dios y de aquellos de nuestros prójimos a
quienes hayamos servido durante nuestra vida.
En la primera lectura correspondiente a la Eucaristía de hoy,
encontramos el ejemplo de una mujer consagrada al servicio de su
marido e hijos, al cuidado de su hogar, a su trabajo, y, aunque parece
que una persona tan hiperactiva no debe tener tiempo apenas para comer
muy deprisa y dormir para apenas descansar, la citada mujer, también
practicaba la solidaridad con quienes tenían una posición social
inferior a la suya.
Lo primero que deduzco del citado texto, es que los hombres debemos
ser más considerados con nuestras mujeres, especialmente cuando las
mismas trabajan, y se ocupan de las actividades domésticas, y del
cuidado de los hijos. Muchas mujeres trabajan en sus hogares sin ser
presionadas por sus maridos e hijos, pero, aunque no están delante de
un jefe a quien sólo le importa la rentabilidad de sus empleados, el
hecho de tener un trabajo caracterizado por la multiplicidad de
actividades y por no tener días ni un horario definido, puede ser un
poco penoso.
De la misma manera que la citada mujer de la que se nos habla en el
capítulo treinta y uno del libro bíblico de los Proverbios era capaz
de dividir su tiempo para realizar muchas actividades a lo largo del
día, los cristianos debemos tenerla como ejemplo a imitar, pues
tenemos que servir a nuestros familiares, trabajar durante las horas
que se nos contratan -e incluso quienes tienen trabajos humildes deben
trabajar muchas horas extraordinarias-, y también debemos encontrar
tiempo, para estudiar la Biblia y los documentos de la Iglesia, orar,
y trabajar sirviendo al Señor, en las personas de nuestros prójimos
los hombres.
La hacienda del Señor de la parábola que estamos considerando, es
el mundo. A lo largo de nuestra vida, todos hemos desarrollado
cualidades y obtenido habilidades, las cuales son los talentos que
Dios nos ha concedido, para que contribuyamos, tanto a la
santificación de nuestros prójimos, como a nuestra salvación personal,
así pues, recordemos el siguiente extracto del Evangelio de San Lucas:
"Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de
Dios, les respondió: "El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no
dirán: "Vedlo aquí o allá", porque el Reino de Dios ya está entre
vosotros"" (LC. 17, 20-21).
A pesar de las interpretaciones bíblicas caprichosas que han hecho
algunas sectas con respecto a la conclusión de la instauración del
Reino de Dios entre nosotros, Jesús deshace las mismas, diciéndonos
que el Reino de Dios viene sin dejarse sentir, lo cual es lo mismo que
afirmar que Dios no necesita recurrir a grandes parafernalias
simbólicas para concluir la instauración de su Reino entre nosotros.
Si el Reino de Dios ya está entre nosotros tal como nos ha dicho
Jesús, nos corresponde a nosotros, con la ayuda del Espíritu Santo,
salir del reino del pecado, y hacer de nuestra tierra un paraíso, en
conformidad con las posibilidades con que contemos, para realizar
nuestro propósito.
Los fariseos querían que Jesús les explicara cómo llegaría el Reino
de Dios a Israel, y nosotros queremos saber, cómo puede sentirse que
el Reino de Dios está entre nosotros, porque, como cristianos que
somos, nos consideramos miembros del mismo.
Si, en conformidad con nuestras posibilidades, consolamos a los
tristes, acompañamos a los enfermos en su dolor, saciamos a los
indigentes, trabajamos para que los desempleados encuentren trabajo...
Si los cristianos tuviéramos el cumplimiento de la voluntad de Dios
como el motivo preferente que nos impulsa a vivir, hasta los que más
desprecian la idea de Dios, tendrían que reconocer que un hecho muy
grande se viviría entre nosotros, pues muchos recelosos de Dios
orarían con nosotros, y no se cansarían de hacer el bien, porque
tendrían la conciencia de que verían el fruto de su solidaridad.
¿Habéis tenido en alguna ocasión la impresión de que Dios os ha
exigido que realicéis esfuerzos superiores a vuestras posibilidades de
servirlo? En la parábola evangélica que estamos meditando, se nos
informa de que Dios nos concede a todos el honor de servirlo
realizando actividades adecuadas a nuestra capacidad de trabajar en su
viña, así pues, nuestro Santo Padre nunca nos hará pasar por ninguna
prueba que supere nuestras fuerzas, aunque dudemos de ello, porque
probará todos los dones y virtudes que hemos recibido del Espíritu
Santo, hasta el límite de las posibilidades que tengamos de servirnos
de los mismos. Esta es la razón por la que San Pablo les escribió a
los cristianos de Corinto:
"Hasta ahora, ninguna prueba os ha sobrevenido que no pueda
considerarse humanamente soportable. Por lo demás, Dios es fiel y no
permitirá que seáis puestos a prueba más allá de vuestras fuerzas; al
contrario, junto con la prueba os proporcionará también la manera de
superarla con éxito" (1 COR. 10, 13).
Santiago, -el primo hermano de Jesús, y Obispo de la Iglesia madre
de Jerusalén-, nos recuerda que, en el caso de que seamos probados, no
debemos perder la fe, pues debemos vivir nuestras tribulaciones con
alegría, evitando pensar que las tales acabarán con nuestra felicidad.
"¡Dichoso el hombre que resiste la prueba! Una vez acrisolado,
recibirá como corona la vida que el Señor tiene prometida a los que le
aman" (ST. 1, 12).
¿Cómo debemos reaccionar cuando no sepamos cómo debemos superar las
pruebas que Dios ha dispuesto para que nos superemos como personas
cristianas? Santiago responde esta pregunta, en los siguientes
términos:
"Si alguno de vosotros anda escaso de sabiduría, pídasela a Dios,
que reparte a todos sin largueza y sin echarlo en cara, y él se la
dará" (ST. 1, 5).
Santiago también nos habla de la importancia que tiene para
nosotros el cumplimiento de la voluntad de nuestro Padre común, pues,
aunque seremos salvos por la fe, Dios nos galardonará en conformidad
con las obras que hagamos en esta vida.
"Por tanto, renunciando a todo vicio, al mal que nos cerca por
doquier, acoged dócilmente el mensaje que, plantado en vosotros, es
capaz de salvaros. Pero se trata de que pongáis en práctica ese
mensaje y no simplemente que lo oigáis, engañándoos a vosotros mismos"
(ST. 1, 21-22), porque a Dios no nos es posible mentirle.
Volvamos a la meditación del texto evangélico que nos ocupa.
Dios nos concede talentos con que debemos negociar, en conformidad
con nuestra capacidad de trabajar en la viña del Señor.
"A uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual
según su capacidad; y se ausentó" (MT. 25, 15).
Aunque Dios es omnipresente, -es decir, nuestro Santo Padre, al ser
un ser espiritual, tiene la posibilidad de estar en todas partes-,
como está en el cielo, al pensar que está lejos de nosotros, podemos
caer en la tentación de descuidar nuestra formación espiritual
renunciando al estudio de la Biblia y de los documentos de la Iglesia,
de dejar de predicar su Palabra, y de dejar de ser caritativos con
quienes necesitan de nuestras dádivas espirituales y materiales. Si
cedemos a una sola de estas tentaciones, no estamos multiplicando la
fortuna que Dios ha depositado en nuestras manos para que
cristianicemos al mundo y nos salvemos nosotros, pues estamos actuando
contra el autor de la vida.
Desde que tomamos la decisión de servir a Dios en nuestros prójimos
los hombres, estamos teniendo la oportunidad de multiplicar los
talentos que el Espíritu Santo nos está concediendo conforme crecemos
espiritualmente. Tal como hicieron dos de los siervos mencionados en
la parábola de Jesús que estamos meditando, no desperdiciemos el
tiempo que tenemos para multiplicar las riquezas de nuestro Señor, las
cuales son la salvación de sus queridos hijos los hombres, por quienes
Jesús se dejó asesinar, para concedernos la plenitud de la vida y de
la felicidad.
"Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar
con ellos y ganó otros cinco" (MT. 25, 16).
¿Esperó el citado siervo una gran cantidad de tiempo después de que
se ausentó el Señor de la hacienda para hacer rendir los cinco
talentos que le fueron confiados? No, dicho siervo empezó a negociar
con sus talentos enseguida que se ausentó su Señor, porque sabía que
el mismo iba a regresar, y que quizá lo iba a hacer pronto, a pesar de
que acababa de marcharse.
¿Vivimos nosotros como si el Señor estuviera a punto de venir a
concluir la instauración del Reino mesiánico entre nosotros, o no le
damos importancia a tan trascendental hecho, porque no sabemos el día
exacto en que va a acontecer?
El segundo siervo de la parábola, aunque estaba menos capacitado
que el primero para trabajar para su Señor, -y por ello recibió tres
talentos menos que su compañero-, también se esforzó en servir a su
Señor, en conformidad con las posibilidades que tenía.
"Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos" (MT. 25, 17).
Un caso especial fue el último siervo, que, aunque estaba
capacitado para hacer el trabajo que le fue encomendado, no hizo
rendir el talento que recibió de parte de su Señor, porque tenía miedo
de no estar a la altura de sus compañeros, y, por consiguiente, de ser
despedido por su Señor. Esta postura no es justificable, porque, si no
trabajaba, tenía asegurado el hecho de correr la suerte que temía y
detestaba, cosa que hubiera podido evitar, llevando a cabo el trabajo,
para el que su Señor lo capacitó, y, por consiguiente, sabía que podía
realizar sin ningún problema.
"En cambio el que había recibido uno se fue, cabó un hoyo en tierra
y escondió el dinero de su señor" (MT. 25, 18).
Cuando pasó mucho tiempo desde que el Señor se ausentó, el
hacendado volvió, y llamó a sus siervos, para que le presentaran los
beneficios que sabía que habían obtenido, si habían realizado el
trabajo que él les encomendó antes de partir.
La segunda parte de la parábola que estamos considerando, es un
simulacro del Juicio Universal, en que cada cuál será compensado en
conformidad con sus fe y obras.
"Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y
ajusta cuentas con ellos. Llegándose el que había recibido cinco
talentos, presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me
entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado." Su señor le dijo:
"¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de
lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor." Llegándose también
el de los dos talentos dijo: "Señor, dos talentos me entregaste; aquí
tienes otros dos que he ganado." Su señor le dijo: "¡Bien, siervo
bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te
pondré; entra en el gozo de tu señor"" (MT. 25, 19-23).
El Señor de la parábola que estamos meditando, les dijo a los
siervos fieles: "En lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te
pondré". Las obras que hagamos para servir al Señor, no podrán
compararse con la dicha de que gozaremos en la presencia del Dios Uno
y Trino.
"Llegándose también el que había recibido un talento dijo: "Señor,
sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges
donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra
tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo"" (MT. 25, 24-25).
Dios es duro, cosecha donde no siembra, y recoge donde no esparce.
¿Qué significan estas extrañas palabras? Dado que somos creaturas de
Dios, nuestra vida le pertenece a la Suma Divinidad. Dios no quiere
que le dediquemos media hora a la semana para ir a la Misa dominical
de mala gana, por compromiso o por miedo a la condenación en el
infierno, pues quiere que le consagremos toda nuestra vida. Todos
nuestros gestos y obras deben ser santos, y deben estarles consagrados
al Dios Uno y Trino, pues, si nos consagramos a Dios, actuaremos
haciendo rendir al máximo los talentos que hemos recibido del Espíritu
Santo. Si le dedicamos a Dios unos minutos a la semana, damos una
limosna de mala gana, y oramos a la velocidad que cae un rayo cuando
truena para terminar pronto de hablar con Dios, así apenas rendirán
los talentos que hemos recibido.
"Mas su señor le respondió: "Siervo malo y perezoso, sabías que yo
cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber
entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría
cobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, su talento y
dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el que tiene, se
le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le
quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí
será el llanto y el rechinar de dientes"" (MT. 25, 26-30).
Nuevamente, al pedir el Señor de la parábola que el talento del
temeroso fuera puesto a disposición del que más talentos había
producido con su gestión, Jesús insiste en aumentar nuestro deseo de
trabajar por la completa instauración del Reino de Dios en el mundo,
porque, al que tiene, -es decir-, al que tiene fe y la ha demostrado
con sus obras, Dios le dará una recompensa muy superior a sus
esfuerzos al trabajar en la viña del Señor, pero, a quienes hayan
rechazado la fe, y hayan rehusado las oportunidades que hayan tenido
de servir a Dios en sus prójimos los hombres, por muy buenos que sean,
por su egoísmo, perderán todo mérito para ser salvos en la presencia
de nuestro Padre común.
(José Portillo Pérez