Comentario al evangelio del Miércoles 16 de Noviembre del 2011
Queridos hermanos:
En la lectura evangélica de hoy se nos entrelazan dos parábolas: la del pretendiente al trono y la de la
explotación de los dones recibidos (“minas”). Son fácilmente separables; de hecho en Mateo
(25,14-30) encontramos la parábola de las minas (allí llamadas “talentos”) sin el marco de la
investidura real. Por lo demás, los oyentes de Jesús pudieron percibir que se trataba de dos piezas muy
diferente: una especie de alegoría pedagógica sobre deberes de la vida cotidiana y una historia muy
real y dolorosa vivida por muchos de ellos: el reyezuelo coronado en el extranjero (Roma), luego
inmisericorde degollador de sus opositores, había sido Arquelao (que se menciona en Mt 2,22).
Pero en boca de Jesús, ambas piezas tienen una notable unidad de contenido: se trata de la acogida del
don de Dios, cuya expresión culminante es Jesús mismo; Él y su palabra son del don insuperable. Jesús
lamenta que el pueblo de la alianza, a lo largo de su historia y en el momento presente, no siempre ha
acogido y hecho fructificar su situación religiosa privilegiada; a veces ha tenido pereza, comodidad, o
indecisión por miedo a no estar a la altura, y eso le ha paralizado. Por otro lado, Jesús mismo –el
plenipotenciario de Yahvé, de quien ha recibido su peculiar “investidura real”- está chocando con
indiferencia e incluso oposición en el judaísmo de la época. Lo uno y lo otro son caminos por los que
Israel se destruye en cuanto pueblo elegido. Jesús habla, por tanto, de la seriedad del momento y la
responsabilidad que comporta el don de la elección. Años más tarde, San Pablo lamentará la “apostasía
de Israel” a pesar de que se le había dado “la adopción, la gloria, las alianzas, la ley, el culto, las
promesas y los patriarcas, y de quien incluso procede Cristo según la carne” (Rm 9,4-5).
Pero el evangelista no escribe para saciar curiosidades históricas sobre lo sucedido siglos o decenios
atrás en Palestina; lo que le interesa es orientar a su comunidad, liberarla de despistes y mantenerla
despierta. Cuando se escribe este evangelio –hacia finales del siglo I- el tiempo ha ido pasando y el fin
del mundo no ha tenido lugar, como muchos esperaban. La iglesia necesita afianzarse en una fidelidad
duradera, poniendo cada uno sus talentos a rendir según las necesidades de la comunidad cristiana. Por
otra parte, Jesús, su Señor y su Rey, está siempre en medio de ella, pero cada día se acerca con un
mensaje nuevo, con una llamada diferente. Seguro que nadie le rechaza expresamente –como hicieron
aquellos ciudadanos de la parábola-, pero hay peligro de hacerse remolones, de no darse por enterados,
de no percibir al Señor que pasa… Sería el camino para perecer como comunidad cristiana.
La traducción para nosotros hoy es sencilla. Siempre nos amenaza el riesgo de decir como aquel necio:
“mi amo tarda en llegar”, y dejar las cosas (la escucha exigente de Jesús, la entrega al servicio
fraterno,…) para no sabemos cuándo. Hoy Lucas hace sonar la alarma.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco cmf