Martes 15 de Noviembre de 2011
Martes 33ª semana de tiempo ordinario
2Macabeos 6,18-31
En aquellos días, a Eleazar, uno de los principales escribas, hombre de edad
avanzada y semblante muy digno, le abrían la boca a la fuerza para que comiera
carne de cerdo. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia,
escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que
son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida.
Los que presidían aquel sacrificio ilegal, viejos amigos de Eleazar, lo llevaron
aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo,
y que la comiera, haciendo como que comía carne del sacrificio ordenado por el rey,
para que así se librara de la muerte y, dada su antigua amistad, lo tratasen con
consideración. Pero él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su
noble ancianidad, de sus canas honradas e ilustres, de su conducta intachable
desde niño y, sobre todo, digna de la Ley santa dada por Dios, respondió todo
seguido: "¡Enviadme al sepulcro! Que no es digno de mi edad ese engaño. Van a
creer muchos jóvenes que Eleazar, a los noventa años, ha apostatado, y, si miento
por un poco de vida que me queda, se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso
sería manchar e infamar mi vejez. Y, aunque de momento me librase del castigo de
los hombres, no escaparía de la mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. Si muero
ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un
noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente una muerte noble
por amor a nuestra santa y venerable Ley."
Dicho esto, se dirigió en seguida al suplicio. Los que lo llevaban, poco antes
deferentes con él, se endurecieron, considerando insensatas las palabras que
acababa de pronunciar. Él, a punto de morir a fuerza de golpes, dijo entre suspiros:
"Bien sabe el Señor, que posee la santa sabiduría, que, pudiendo librarme de la
muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y los sufro con
gusto en mi alma por respeto a él." Así terminó su vida, dejando, no sólo a los
jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud.
Salmo responsorial: 3
R/El Señor me sostiene.
Señor, cuántos son mis enemigos, / cuántos se levantan contra mí; / cuántos
dicen de mí: / "Ya no le protege Dios." R.
Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria, / tú mantienes alta mi cabeza. /
Si grito invocando al Señor, / él me escucha desde su monte santo. R.
Puedo acostarme y dormir y despertar: / el Señor me sostiene. / No temeré
al pueblo innumerable / que acampa a mi alrededor. R.
Lucas 19,1-10
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre
llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús,
pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se
subió en una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a
aquel sitio, levantó los ojos y dijo: "Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que
alojarme en tu casa."
Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban,
diciendo: "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador." Pero Zaqueo se puso
en pie, y dijo al Señor: "Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres;
y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más." Jesús le
contestó: "Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido."
COMENTARIOS
«Hoy ha llegado la salvación a esta casa»
Recibamos a Cristo en la Eucaristía, como lo hizo Zaqueo, el buen
publicano...como deseaba ver a Cristo y como era bajo de estatura, se subió a un
árbol, y el Señor al ver su devoción lo llamó, le dijo que bajara del árbol y que
quería hospedarse en su casa, Zaqueo se apresuró y bajó, y con mucho gusto le
recibió en su casa. Pero no sólo se contentó con recibirlo alegremente, fruto de un
encuentro superficial..., lo demostró con sus obras virtuosas. Se comprometió a
devolver enseguida a todos, sin esperar a mañana, lo que no era suyo, y a dar la
mitad de sus bienes a los pobres y si había defraudado a alguno, restituirlo cuatro
veces más.
Con la misma rápidez, espontaneidad, y alegría; la misma alegría espiritual,
con la que le recibió este hombre en su casa, que nuestro Señor, nos conceda la
gracia de recibir su Santísimo Cuerpo y Sangre, su Alma y su Divinidad
todopoderosa tanto, en nuestro cuerpo, como en nuestra alma, y que el fruto de
nuestras buenas obras, pueden dar testimonio de que lo recibimos dignamente, con
una fe plena, y un propósito estable de vida buena, que se impone a aquellos que
comulgan. Entonces Dios,... nos dirá, como le dijo a Zaqueo: «Hoy ha llegado la
salvación a esta casa» (Lc 19,9)
Santo Tomás Moro (1478-1535), hombre de Estado inglés, mártir
Tratado para recibir el Cuerpo de nuestro Señor