XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Solemnidad. Jesucristo, Rey del Universo
ENCUENTRO OLÍMPICO UNIVERSAL Y ÚLTIMO
Padre Pedrojosé Ynaraja
San Lucas 19, 11-28: Al despertar, Señor, me saciaré de tu semblante
Si es difícil y cuesta entender que el espacio sea curvo, que exista la antimateria,
los agujeros negros o la simple duplicidad de consideraciones que se pueden aplicar
a un vulgar fotón, mucho más difícil será imaginar lo que podrá ser el que
llamamos Juicio Universal. De las cosas de Dios solo podemos hablar
analógicamente. Y no me preguntéis, mis queridos jóvenes lectores, que significa
exactamente esta palabra. Ojo a las suspicacias. El mismo Jesús, Hijo unigénito y
Dios, era consciente de la imposibilidad de explicar y de explicarse, y por ello
acudió a comparaciones. En el caso del texto del evangelio de la misa de hoy, la
imagen que presenta, en su tiempo y en aquella tierra, era muy expresiva y
continúa siendo bella. Voy a detenerme un momento en esto último.
Cuando viajando por Tierra Santa se aleja uno de las ciudades y se desplaza por
lugares que no están cultivados, acostumbra uno a encontrarse con enormes
rebaños que pastan acompañados y protegidos por los pastores. Esta función la
acostumbran a cumplir gente beduina, especialmente si se ha adentrado uno en el
desierto. La estampa es extraordinariamente bella. La primera pregunta que uno se
hace es de dónde sacan alimento los rebaños. Otra sorpresa es que, generalmente,
los corderos y ovejas son de color claro y las cabras oscuras y que no se mezclan
entre sí. Hay que advertir que por donde pasan cabras no queda ni rastro vegetal,
son capaces estos bichos de acabar con los tallos más duros de cualquier arbusto,
se comen los que han dejado a su paso los corderos, de más delicado paladar.
No puede uno de dejar de imaginar que el pastor, cachaba en mano y mirada
siempre fija en el lejano horizonte es una figura simbólica del Señor y admira
entonces la destreza al escoger las imágenes expresivas para sus parábolas. Pero
vosotros, mis queridos jóvenes lectores, si no habitáis en parajes como los que os
hablaba y los rebaños que hayáis podido ver los recogen siempre al atardecer en
corrales donde reciben sobrealimentación, mientras los pastores descansan o se
entretienen escuchando tal vez el partido de campeonato de su equipo preferido, os
costará un poco imaginaros la escena. Sea como fuere la enseñanza parece clara y
no me voy a entretener en explicar más detalles.
Parece que nuestros medios tienden a definir las enseñanzas y exigencias de la
Iglesia Católica, exclusivamente en terrenos de sexualidad, divorcio y aborto y tal
vez añadan estadísticas de asistencia a la misa dominical. Y no seré yo quien
niegue el valor que estas materias tienen. Lo que quisiera que entendierais es que
la radicalidad evangélica, el meollo y exigencias elementales de nuestra Fe
cristiana, no empiezan por esas veredas. La parábola de la misa del presente
domingo y la de la semana pasada, son las más exigentes de la doctrina cristiana.
Como ya comenté la otra en mi anterior mensaje, volviéndoos a recordar ahora que
nunca la olvidéis, me entretendré en la bucólica lámina de hoy. A este pasaje se le
ha llamado muchas veces el evangelio de los ateos. Esta calificación es muy
esperanzadora. Me encuentro a veces con personas de gran generosidad y espíritu
de sacrificio, que se entregan a la ayuda y servicio de los demás sin buscar
segundas intenciones y con total exclusión de lucro. Si llegamos a conversar con
sinceridad y confianza, me gusta decirles que son cristianos practicantes no
creyentes, y que admiro su virtud que a mí tan calculador como soy, me
avergüenza. Me gustaría que conocieran la dimensión trascendente de su obrar
para que se sintieran más felices, pero que aunque la desconozcan su esplendidez
no pierde valor.
No quiero alargarme, pero sí entretenerme un momento en alguna situación
determinada y no insólita. A veces tenemos noticia de una persona conocida que se
ha puesto enferma. Cuando hemos pensado en irla a visitar nos puede surgir la
duda ¿cómo me recibirá? ¿Me preguntará el motivo de mi presencia? Si está en
coma o sufre alzhéimer ¿vale la pena que vaya a verla, si no me va a conocer, si no
sé qué voy a poder decirle?
El interior de la persona humana siempre es enigmático o misterio. Nunca podemos
saber hasta dónde llega su incapacidad de comprensión. Leo estos días que
modernas técnicas de encefalografía, permiten descubrir que no existe total
incomunicación. Que personas en tales estados son capaces de reconocer palabras
amables o de consuelo. Pero es que nuestro comportamiento debe regirse
iluminado por el Evangelio. Estaba enfermo y me visitaste. Y punto, dice el Maestro
complacido, y dispuesto a perdonar las demás faltas.
Tal vez sepas de un prisionero al que la burocracia tiene olvidado y arrinconado en
un penal y que las estrictas normas que rigen estos lugares no te permitirán entrar
a visitarle. Puedes, eso sí, iniciar una campaña de reivindicación ante las
autoridades responsables por medio de Internet. Un día el Señor te puede decir
agradecido: me tenían encarcelado, desprestigiado y condenado a muerte y
vuestros e-mails a ministros de justicia, a jefes de gobierno, a quienes dirigen los
asuntos de exteriores y les importa tanto el prestigio del país, me salvaron…
Sería terrible escuchar: me moría de frío y tú dejabas las luces encendidas. En el
hospital donde estaba, no llegaba suficiente energía eléctrica y no pude ser
operado. Estaba hambriento y tú abandonabas la barra de pan, porque era del día
anterior. Tirabas alimentos diciendo que no se perdían del todo, ya que, finalmente,
se convertían en abono orgánico. Iba en silla de ruedas que dificultaba mis
traslados, que me impedía entrar en lugares donde no existía rampa de acceso. En
tu ciudad se inició una campaña reclamándolos, tú te escabulliste diciendo que era
obligación del ayuntamiento hacerlas. Se trataba de tu parroquia y no quisiste
colaborar, pues un impedido no está obligado a ir a misa. Tenía parálisis cerebral o
síndrome de Down y tú me ignorabas, porque tu sensibilidad te lo impedía…
Mis queridos jóvenes lectores, no cerréis los ojos nunca, tratad de iluminar vuestra
mirada con la Fe y descubriréis al Señor, que está muy cerca, pese a que lo creáis
tan lejano…
He iniciado la reflexión, vosotros con más acierto la podréis continuar. Como
siempre, esta misma noche, le pediré al Señor: a mis amigos jóvenes lectores, no
dejes de recordarles que Tú estás en todo lugar donde alguien sufre necesidad y
dales fortaleza para atenderte en ellos. Rezad vosotros por mí, para que también
sepa siempre descubrirle y atenderle.
Padre Pedrojosé Ynaraja