Encuentros con la Palabra
Domingo XXXIV – Cristo Rey – Ciclo A (Mateo 25, 31-46)
“... todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Hace algunos años conocí al P. Joss Van der Rest, un jesuita belga que lleva muchos años
dedicado a servir a los más pobres en Chile a través de la obra “El Hogar de Cristo”, fundada
por San Alberto Hurtado, S.J., canonizado en el año 2005 por su Santidad Benedicto XVI y
patrono de una de las parroquias que lleva la Compañía de Jesús en Bogotá.
Al hablar de su vocación, el P. Joss siempre recuerda que, siendo joven, prestó servicio militar
en su país al final de la II Guerra Mundial. Cuando los aliados vencieron a Hitler, él tuvo que
entrar, montado en un enorme tanque de guerra, en una población alemana que había sido
prácticamente arrasada por los bombardeos aliados. Desde el visor del poderoso tanque fue
descubriendo los destrozos causados por la guerra. Todo le impresionaba a medida que
entraba por el pueblo... pero lo que lo marcó para toda su vida fue encontrarse, en un
momento de su recorrido, con una estatua del Sagrado Corazón que había perdido sus brazos
por las bombas. Alguien había colgado del cuello de la imagen medio destruida, un letrero que
decía: “ No tengo brazos... tengo sólo tus brazos para hacer justicia en este mundo ”. Al
regresar a su país, dejó el ejército y decidió entrar a la Compañía de Jesús para hacer lo que
esa imagen del Sagrado Corazón no podía hacer por los más abandonados de la sociedad.
Jesús presenta, en este último domingo del tiempo ordinario, una parábola que nos deja
siempre delante del juicio definitivo de Dios sobre nosotros: tuve hambre, tuve sed, anduve
como forastero, me faltó ropa, estuve enfermo, estuve en la cárcel... Algunos atendieron sus
necesidades básicas con generosidad, mientras que otros no hicieron caso y siguieron su
camino sin atenderlo. Unos y otros le preguntan al Hijo del hombre: “Señor, ¿cuándo te vimos
con hambre o con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo, o en la cárcel?” Y la
respuesta fue la misma para los dos grupos: Les aseguro que todo lo que hicieron (o lo que no
hicieron) por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron (o no lo
hicieron).
Todo lo que hacemos por los que más sufren a nuestro alrededor, lo hacemos al Señor
mismo; y todo lo que dejamos de hacer por los más humildes, lo dejamos de hacer al Señor.
Leyendo este texto recordé parte de una oración que leí hace muchos años:
CRISTO, no tienes manos,
Tienes sólo nuestras manos
Para construir un mundo nuevo donde habite la justicia.
CRISTO, no tienes pies,
Tienes sólo nuestros pies
Para poner en marcha a los oprimidos por el camino de la libertad.
CRISTO, no tienes labios,
Tienes sólo nuestros labios
Para proclamar a los pobres la Buena Nueva de la libertad.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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