Domingo XXXIV Ordinario del ciclo A. Solemnidad de Jesucristo, Rey del
universo.
La importancia del servicio para los cristianos.
Estimados hermanos y amigos:
Aunque durante los días transcurridos del mes de noviembre hemos meditado
constantemente sobre la conclusión de la instauración del Reino de Dios entre
nosotros, aún no podemos satisfacer todas las dudas que tenemos con respecto a
tan importante acontecimiento, que esperamos los cristianos practicantes que
suceda, por causa de la fe que nos caracteriza. Lo que sí podemos tener muy claro
sin el menor temor a equivocarnos, es un hecho que hemos recordado durante las
semanas anteriores, es decir, que nuestro Santo Padre desea que cultivemos
nuestra vida de fe por medio del estudio de la Biblia y de los documentos de la
Iglesia, que practiquemos lo aprendido durante nuestros años de formación
mediante la realización de incesantes obras de misericordia, y que nos
comuniquemos con el Dios Uno y Trino y sus Santos, por medio de la oración.
Dado que en el Evangelio que meditamos en esta ocasión (MT. 25, 31-46) se nos
recuerda que, aunque todos tendremos la vida eterna porque Dios nos ha
prometido concedernos tan magno don celestial, cuando la tierra sea su Reino,
todos seremos recompensados en conformidad con las obras de caridad -o de
amor- que hayamos llevado a cabo durante nuestra vida, deseo invitaros a que
meditemos sobre la importancia que debe tener para los cristianos, el hecho de
servirnos entre nosotros, y de ejercitar los dones y virtudes que hemos recibido del
Espíritu Santo, sirviendo a quienes carecen de nuestra fe.
A quienes habitamos en una sociedad en que, por la forma que tenemos de ser,
necesitamos afirmarnos, pensando en nuestras posesiones, San Pablo nos dirige un
mensaje que nos llama mucho la atención.
"Porque, vamos a ver, ¿quién te hace a ti mejor que los demás? O, en todo caso,
¿tienes algo que no hayas recibido? Pues si todo lo que tienes lo has recibido, ¿A
qué viene presumir como si fuera tuyo?" (1 COR. 4, 7).
Meditemos el texto de San Pablo que os he propuesto para que lo consideremos
juntos.
Aunque hay quienes se consideran superiores a otras personas por causa de su
status social o de la conducta que observan, muchos cristianos creemos que ante
Dios todos somos iguales, así pues, no pretendemos hacer el bien para ganarnos el
cielo, sino para agradecerle al Dios Uno y Trino el hecho de habernos redimido y de
habernos amado. Teniendo en cuenta esta consideración, no ha de extrañarnos la
siguiente pregunta que San Pablo les hace a quienes se creen superiores a los
demás:
"¿Quién te hace a ti mejor que los demás?".
Los cristianos también creemos que todo lo que tenemos lo hemos recibido de
Dios, a pesar de que muchas de nuestras dádivas nos hayan sido concedidas por
otras personas o las hayamos ganado. Bajo esta perspectiva, es fácil comprender
esta otra pregunta de San Pablo:
"¿Tienes algo que no hayas recibido?".
Si creemos que hemos recibido nuestros bienes espirituales y materiales de Dios,
-e incluso muchos creemos que hasta los padecimientos que nos caracterizan los
hemos recibido de nuestro Padre común, para que nos sirvan de ayuda para
alcanzar la salvación-, podremos comprender estas otras palabras del citado
Apóstol:
"Pues si todo lo que tienes lo has recibido, ¿a qué viene presumir como si fuera
tuyo?".
Quizá nos preguntamos:
¿Por qué no podemos considerar como nuestros los dones que recibimos de Dios?
Jesucristo consideraba que, para formar parte del Reino de Dios, necesitamos
mentalizarnos con respecto al hecho de que, ante nuestro Padre común, todos
tenemos la misma dignidad, independientemente de nuestro status social -que ha
de ser un mismo estado social para todos los hijos de Dios-, y de la actitud que
hayamos observado antes de convertirnos al Cristianismo. Si consideramos que
todos tenemos la misma dignidad, y nos tratamos como hermanos, -porque
tenemos un mismo Padre común-, es obvio que, aunque consideremos que los
bienes que hemos recibido de Dios son nuestros, no tendremos inconveniente
alguno, a la hora de utilizarlos, para exterminar la miseria de la humanidad. Esta es
la razón por la que San Pablo les escribió a los cristianos de Corinto, con respecto al
ejercicio de la caridad:
"Mirad: el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el
que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia" (2 COR. 9, 6).
Con tal de incitar a los corintios a que participaran junto con otras iglesias en la
colecta que San Pablo hizo en beneficio de los cristianos de Judea, que hubieron de
sobrevivir a un periodo de hambruna, el citado Santo les recordó a sus lectores
que, al final de los tiempos, Dios los recompensaría en conformidad con la bondad
de sus obras.
¿Hasta qué punto debemos ejercitar la caridad?
San Pablo, nos instruye:
"Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado,
pues: Dios ama al que da con alegría. Y poderoso es Dios a fin de colmaros de toda
gracia a fin de que teniendo, siempre y en todo, todo lo necesario, tengáis aún
sobrante para toda obra buena" (2 COR. 9, 7-8).
No todos los cristianos del mundo tienen cubiertas sus necesidades básicas. Esta
es la razón por la que San Pablo nos hace reflexionar sobre el hecho de que no
seamos excesivamente ambiciosos, con tal de que los más ricos no les cierren
todas las puertas a los más pobres, para que podamos vivir en un mundo justo,
que pueda ser considerado como el Reino de Dios. Esta es la razón por la que dicho
Apóstol le escribió a su fiel colaborador Timoteo:
"Y, ciertamente, la religión es un magnífico negocio cuando uno se contenta con
lo poco que tiene. Porque nada trajimos al mundo y nada podremos llevarnos de él.
Contentémonos, pues, con no andar faltos de comida y de vestido" (1 TIM. 6, 6-8).
Obviamente, necesitamos algo más que ropa y comida para vivir, pero San Pablo,
más que hacer referencia a todo lo que necesitamos, habla de que no seamos
extremadamente ambiciosos, con tal de impedir que el amor a las riquezas nos
ciegue, y, consecuentemente, dejemos de amar a dios y a nuestros prójimos los
hombres. Es esta la razón por la que leemos en el libro de los Proverbios las
siguientes palabras, que le podemos dirigir a Dios en oración:
"Dos cosas te pido. NO me las rehúses antes de mi muerte:
Aleja de mí la mentira y la palabra engañosa; no me des pobreza ni riqueza,
déjame gustar mi bocado de pan,
no sea que llegue a hartarme y reniegue,
y diga: "¿Quién es Yahveh?"
o no sea que, siendo pobre, me dé al robo,
e injurie el nombre de mi Dios" (PR. 30, 7-9).
La riqueza puede apartarnos de Dios, y la excesiva pobreza puede inducirnos a
robar para sobrevivir. El autor de los Proverbios bíblicos consideraba que tanto el
hecho de renegar de Dios como el robo son pecados, y por ello recomendaba que
se le pidiera a Dios que les evitara a sus creyentes ambos estados extremos, con la
pretensión de evitarles que perdieran el aprecio de la Suma Divinidad.
Jesús nos dice por medio de San Lucas el Evangelista:
""Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos,
ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y
tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los
lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden
corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos"" (LC. 14,
12-14).
Naturalmente, no hacemos nada malo al banquetear con nuestros familiares y
amigos, pero sí lo hacemos al no socorrer a los pobres.
Para Dios, tienen más mérito quienes dan dádivas sin esperar recibir nada a
cambio del ejercicio de su generosidad, que quienes dan dones esperando ser
recompensados a cambio de ello.
En la Biblia se considera "justos" a los creyentes en Dios, de quienes se espera,
no sólo que tengan fe en el Altísimo, sino que imiten a su Padre celestial, a la hora
de practicar la justicia.
Las palabras de Jesús resultan incomprensibles para nosotros.
¿Qué sentido tiene el hecho de otorgarles dádivas a quienes no pueden
devolvernos los favores que les hacemos?
El amor de Cristo va más allá de los favoritismos y de aquellos compromisos que
resultan ineludibles para nosotros, así pues, los cristianos no hacemos favores,
simplemente, ponemos nuestro corazón en todas las obras de misericordia que
llevamos a cabo. La mayoría de vosotros recordaréis las catorce obras de
misericordia que tuvisteis que aprender cuando hicísteis la primera Comunión.
Dichas obras de misericordia se dividían en dos grupos de siete, las unas eran
corporales, y, las otras, espirituales.
Las obras de misericordia son un extracto del juicio de las naciones que San
Mateo nos relata en el capítulo 25 de su Evangelio, versículos 31-46. Las obras
corporales son las siguientes: Dar de comer al hambriento, dar de beber al
sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, visitar a los enfermos, redimir
a los cautivos, y dar sepultura a los difuntos.
Las obras de misericordia espirituales son las siguientes: Enseñar al que no sabe
(el texto original cita el vocablo ignorante), dar buen consejo al que lo necesita,
corregir a los pecadores, tener paciencia en las tribulaciones, perdonar con gusto
las ofensas, consolar a los afligidos, y rezar por los vivos y los difuntos.
Limitar las obras de misericordia a 14 actos, significa reducir nuestra capacidad
de amar, pues son incontables las buenas obras que podemos hacer con respecto a
nuestros prójimos y a nosotros mismos. Personalmente pienso que a la
catalogación de las citadas catorce obras de misericordia, le falta una última buena
acción, que consiste en amarnos a nosotros mismos, así pues, si no estamos en paz
con nosotros, si no sabemos amarnos, ¿cómo podremos soportar a nuestros
prójimos?
"Uno de los aspectos o frutos de la conversión que deseamos meternos bien en la
cabeza es la necesidad que tenemos de crear una sociedad al servicio del
Evangelio. Este hecho exige que nos mostremos dispuestos a servir a nuestro Padre
y Dios en nuestros hermanos los hombres. Nosotros servimos a Dios cuando
oramos, cuando ayudamos a nuestros prójimos y solventamos nuestras carencias
en la medida de nuestras muchas o deficientes posibilidades para resolver
dificultades de cualquier índole. No olvidemos que el relato del Juicio Universal que
San Mateo nos propone para que meditemos en esta Eucaristía que estamos
celebrando está enmarcado de alguna manera en la conversión del citado Apóstol,
el cual, después de servirse a él mismo siendo recaudador de impuestos imperial,
sintió que tenía la necesidad de expandirse abriéndose a la posibilidad de asistir a
los más carentes de dádivas materiales y espirituales. El pasado sábado, nos
preguntábamos si nos avergonzaríamos si tuviésemos que caminar por la calle más
céntrica de nuestra ciudad paseando con alguna persona cuyo rango social fuese
inferior a nuestro status. Jesús, considerando nuestra meditación, nos dice que
todo lo que hacemos en favor nuestro o de nuestros prójimos, se lo hacemos a El.
Esta verdad sobre la que estamos reflexionando nos la da a conocer nuestro
Hermano en el Evangelio:
-Tuve hambre, y salísteis de vuestro rato de ocio rutinario para satisfacer mi
carencia de pan.
-Cuando necesité ser consolado por vosotros, tuvísteis el detalle de enviarme un
e-mail con palabras llenas de amor y ternura que me hicieron sonreír y llorar de
alegría.
-Cuando estuve en la cárcel, vinísteis a verme para recordarme que no existen
cadenas lo suficientemente fuertes como para pribar a los hijos de Dios de la
libertad que nos caracteriza a todos...
Hace algunos días os dije que algunas personas se entregan tanto al dinero y a
los placeres del mundo que se olvidan de ellos y de quienes son parte de su
entorno familiar y social, por consiguiente, aquellos que no se solidarizan ni siquiera
con quienes viven bajo su techo, se sumen en un infierno en el cual ellos mismos se
crean sus propias necesidades, y se encuentran sin quienes les tiendan una mano
para ayudarlos a salir del pozo.
Hagamos que este tiempo de Cuaresma con la ayuda de Dios y nuestro esfuerzo
constituya un periodo de alegría y de entrega a nuestros prójimos aunque sólo sea
a cambio de recibir una sonrisa si es que aquellos a quienes vamos a servir se
dignan en premiar nuestros actos de misericordia. Sirvamos sin cansarnos, pero
intentemos no dejarnos manipular. El tiempo de Cuaresma puede adquirir una
singular e inapreciable belleza si sabemos vivirlo con amor, honestidad y alegría.
El relato del Juicio de las naciones nos ayuda a imaginarnos en ese cielo que Dios
nos tiene prometido, un Reino en el cual podremos vivir cuando pasemos a la otra
orilla de este río de lágrimas y sensaciones. Nosotros, los hijos de Dios, no sólo
hemos de esperar la plena instauración del Reino que nos traerá la felicidad,
nosotros sabemos que ese Reino somos los cristianos, así pues, en medio de este
Reino que en nuestros días es violentado (MT. 11, 12), hemos obtenido la alegría
de saber servir a nuestros prójimos con amor, no hacemos favores porque "obras
son amores y no buenas razones" (1 JN. 3, 18)" (José Portillo Pérez. Lunes I de
Cuaresma del año 2003).
Esta es la última semana del presente ciclo litúrgico. El próximo Domingo, con el
inicio del Adviento, iniciaremos una nueva experiencia de fe, -el ciclo B de la
Liturgia-, el cual tiene el propósito de orientarnos en nuestro ininterrumpido
crecimiento espiritual.
De la misma manera que cuando termina el año cívico el treinta y uno de
diciembre hacemos muchos proyectos, al finalizar el año eclesiástico y disponernos
a iniciar la vivencia de un nuevo ciclo litúrgico, debemos preguntarnos:
-¿Hemos mejorado la calidad de las relaciones que mantenemos con Dios y con
nuestros prójimos los hombres?
-¿Tenemos más fe que cuando empezamos a vivir el presente ciclo litúrgico?
-¿Hemos iniciado o aumentado nuestros esfuerzos al trabajar para el Señor, ora
predicando el Evangelio, ora ejercitando los dones y virtudes que hemos recibido
del Espíritu Santo en otro campo pastoral?
-¿Estamos dispuestos a mejorar nuestra vida de cristianos comprometidos con la
completa instauración del Reino de Dios entre nosotros durante el próximo ciclo
litúrgico que empezaremos a vivir el próximo Domingo?
Concluyamos esta meditación orando y meditando pausadamente las palabras del
Padre nuestro, haciendo énfasis en la petición: "Venga a nosotros tu Reino", y
pidámosle a nuestro Santo Padre, que nos haga artícifes de la construcción de esa
sociedad utópica en que creemos los cristianos, en que la humanidad será librada
de las miserias que desde sus inicios la han caracterizado. Amén.
(José Portillo Pérez