“Mi casa será una casa de oración”
Lc 19, 45-48
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
1. MI CASA ES CASA DE ORACIÓN
La descripción que hace Lucas de la expulsión de los mercaderes del templo es la más
resumida de todas. Casi es una alusión, ante la descripción de Mateo y Marcos y, sobre
todo, Juan, que le da un mayor complemento histórico y una expresa valoración teológica.
Casi es una alusión a este pasaje.
Cristo, al purificar el templo expulsando a unos y otros, dice que “mi casa es casa de
oracin, pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones.” La cita es de Jeremías
(7:11). El pasaje de Lucas es demasiado concreto. Pero, a la luz del relato de San Juan, se
ve que fue un acto de tipo mesiánico. No deja de extrañar que Lucas, que tanto destaca la
oración, y la oración de Cristo, no comente más este tema.
2. IR AL TEMPLO A ORAR
Lo primero que hace Jesús cuando llega a Jerusalén, es ir al templo a orar, consideremos
esta actitud como en ejemplo, esto es, cuando visitemos un lugar donde haya un templo,
una capilla, dirijamos nuestros pasos allí primero para hacer oración.
Pero sucedi, que Jesús “Encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y
palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.” (Jn 2,13)
Este templo del que se habla es el atrio de los gentiles, próximo al santuario, entonces los
rabinos prohibían utilizar su paso como un atajo o en forma menos decorosa, pero esto era
mas teoría que practica, sin embargo se decía que no se ha de subir al templo con bastón o
llevando sandalias o la bolsa, ni aun el polvo de los pies, como también no se debía pasar
por el templo como por un atajo para ahorrar el camino. Pero, a pesar de estas ideales
medidas preventivas de la santidad del templo, éstas no se respetaban, y se llegaba a
verdaderas profanaciones en el recinto sagrado, como lo confirma la escena de Jesús
expulsando a los mercaderes.
3. LA FIESTA DE LA PASCUA
Según la costumbre de aquel tiempo, en la fiesta de la Pascua (Jn 2,23) se había de ofrecer
por todo israelita un sacrificio, los más ricos los hacía con un buey o una oveja, y los más
pobres con una paloma, aparte de los sacrificios que se ofrecían en todo tiempo como
votos. Además, todo israelita debía pagar anualmente al templo, llegado a los veinte años
medio siclo, pero conforme a la moneda del templo y no se permitía la moneda romana. De
ahí la necesidad de cambistas.
Todo esto se hacía para facilitar a los peregrinos adquirir en Jerusalén las materias de los
sacrificios, es decir los bueyes, corderos, palomas, lo mismo que las materias que
ritualmente acompañaban a éstos, electos tales como incienso, harina, aceite, etc. Para
procurar a todos, y especialmente a los judíos de la diáspora, el cambio de sus monedas
locales por la moneda que regía en el templo, se había permitido por los sacerdotes instalar
puestos de venta y cambio en el mismo recinto del templo, en el “atrio de los gentiles.”
4. EL LUGAR ERA DEPLORABLE
Así es, como el cuadro de abusos a que esto dio lugar era deplorable con mucho ruido de
balidos de ovejas, mugidos de bueyes, además estiércol de animales y las infaltables
disputas, regateos y altercados de vendedores.
Los cambistas allí establecidos realizaban frecuentemente sus cambios cobrando una
sobrecarga o interés que subía del 5 al 10 por cien. Con esto, el recinto del templo, el “atrio
de los gentiles,” había sido transformado en un mercado, en un gran bazar oriental. Y todo
ello con autorización y connivencia de los sacerdotes. Lo que aprovechaban eran los
sacerdotes saduceos, que veían en ello una buena fuente de ingresos.
5. JESÚS, AL VER AQUEL ESPECTÁCULO, HIZO DE CUERDAS UN
LÁTIGO
Entrando Jesús en el templo, encontr a “los vendedores de bueyes, de ovejas y de
palomas,” con sus ganados, que serían en cada uno de ellos pequeos rebaos, y, en
conjunto, todo aquello un pequeño parque de ganado. También encontró allí a los
“cambistas sentados.” Tenían delante de ellos sus pequeos puestos, seguramente al estilo
de los pequeños puestos de cambio establecidos en las calles, tales como los que aparecen
hoy en El Cairo y Jerusalén.
Jesús, al ver aquel espectáculo, hizo de cuerdas un látigo, un flagelo (Jn 2,15). Pero aquí
no es el terrible instrumento del suplicio de la “flagelacin.” Aquí el “flagelo” fue una especie
de varios látigos unidos en haz, hecho con cuerdas que se hallasen tiradas por el suelo, de
las usadas para sujetar el ganado, y que le sirviese para ahuyentar a los profanadores. Era,
como algo que “serviría más como símbolo de autoridad que como estimulante físico”.
6. JESÚS EXPULSÓ TODO AQUELLO QUE, DE HECHO, VENÍA A SER
CAUSA DE PROFANACIÓN
Todos los evangelios relatan este episodio, con algunos matices algo distinto, Juan relata
que echó a todos los mercaderes del templo, Lucas y Marcos lo ven como una orden de
desalojo y Mateo como la expulsión de todos los comerciantes. Con ellos fueron arrojados
“las ovejas y los bueyes” (Jn). Pero también se dirá que fueron expulsados “todos los que
vendían y compraban” (Mt-Mc). Debe de querer indicarse con ello que Jesús expulsó todo
aquello que, de hecho, venía a ser causa de profanacin. A los “cambistas” no slo los
expuls del templo, sino que también “les derrib las mesas” (Mt-Mc-Jn) y les “desparram
el dinero” (Jn). Este resaltar que “desparram el dinero y volc las mesas” indica bien cmo
con su mano tiró las monedas que estaban sobre los pequeños mostradores, y cómo
también, al pasar, les volcaba las mesitas de sus puestos.
Los evangelistas destacan también la conducta que tuvo con los vendedores de palomas.
¿Tiene esto un significado específico y distinto, de consideración con ellos? ¿Es que acaso
vendían a precio justo su mercancía y no profanaban así el templo? En Jn se dice que les
mandó que ellos mismos desalojasen el templo; Mt y Mc, en cambio, lo ponen en la misma
línea de los cambistas: que derribó los “asientos de los vendedores de palomas” (Mt).
7. JESÚS, EN SU OBRA DE PURIFICACIÓN DEL TEMPLO
El sentido de esta escena no está tanto en los abusos comerciales a que se prestaba aquel
comercio cuanto en el hecho mismo de haberse establecido aquí estas ventas. Por eso, se
concibe muy bien el hecho histórico así: Jesús, en su obra de purificación del templo, no se
limita a “desparramar el dinero” de las mesas de los cambistas y a “derribar” éstas, sino que
parece lo más natural que fuese derribando mesas y monedas de cambistas, y “asientos
puestos de vendedores de palomas.”
Y en esta obra de purificación mediante la expulsión de mercaderes, decía repetidas veces,
que Mc incluso literariamente destaca: “y les enseaba y decía” que estaba dicho en la
Escritura : “Mi casa es casa de oracin,” y aún aade: “para todas las gentes.” La cita está
tomada de Isaías (56:7). En ella Isaías anuncia el mesianismo universal. Debiendo ser esto
el templo, “casa de oracin,” ellos la han convertido en una “cueva de ladrones.” La
expresión está tomada del profeta Jeremías (7:11). En el profeta no tiene un sentido
exclusivo y específico de gentes que roban, aunque en ella se incluye también esto (Jer
7:6.9), cuanto que es expresión genérica sinónima de maldad. Por eso, al ingresar en el
templo cargados de maldad, lo transformaban en una cueva de maldad.
Pero en boca de Jesús, en este momento, la expresión del profeta cobraba un realismo
extraordinario, puesto que aquellos mercaderes debían de ser verdaderos usureros y
explotadores del pueblo y de los peregrinos. El sentido, pues, de esta obra de Jesús es
claro: hacer que se dé al templo, lugar santísimo de la morada de Dios, la veneración que le
corresponde. Es la purificación de toda profanación en la Casa de Dios.
8. TODO EL PUEBLO LO ESCUCHABA Y ESTABA PENDIENTE DE SUS
PALABRAS
Sabemos bien que, para Jesús, el templo de Jerusalén no es el único lugar en el que se
puede orar; más aún, en algunas ocasiones ha expresado una valoración crítica con
respecto a una concepción demasiado materialista de las instituciones religiosas. Ahora
bien, sabemos asimismo que el templo, en cuanto casa de Dios, no puede ser
desnaturalizado ni destinado a otras funciones que no sean las litúrgicas: Está prohibido,
por tanto, para cualquier intercambio comercial, que transformaría la casa de Dios en una
“cueva de ladrones”.
La noticia final de Lucas, “todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras”,
viene a confirmar un hecho bien conocido: los que ejercen el poder siguen estando ciegos
ante Jesús y ante la claridad de sus palabras, mientras que el pueblo en su sencillez,
reconociendo que tiene necesidad de un Salvador y de un Maestro, está pendiente de sus
labios.
El Señor les Bendiga